Ronaldo, Ronaldinho y Adriano deben sentirse en libertad para hablar del comienzo del fin de una era en la selección brasileña que desterró el estilo festivo y desenfadado con el que ellos se hundieron en el Mundial de 2006. Dunga emprendió hace cuatro años un relevo en el banco que puso fin a los tiempos de revista de variedades en que se había convertido el Brasil de Parreira. Eran los tiempos en que los hinchas pagaban por ver los entrenamientos, que no eran otra cosa que cortas sesiones de acrobacia con el balón.

Con la llegada de Dunga al banquillo, la selección cerró las puertas a las lentes y grabadoras de la prensa, las entrevistas exclusivas fueron proscritas, se condicionó a dos jugadores por día el contacto y primó la defensa. Ahora, tras el fiasco ante Holanda, los brasileños se han quedado sin respuestas y pensando qué será de la "canarinha".