En mi absoluta incapacidad para comprender los entresijos ocultos y misteriosos del deporte rey, esperaba el martes encontrar en los periódicos titulares del estilo de España derrota a Honduras gracias a Sara Carbonero, o Casillas mantiene su portería virgen ante Honduras con la ayuda de Sara Carbonero. Mas no. El ninguneo a quien la semana pasada se apuntaba como causante de la victoria de la selección suiza sobre La Roja fue atroz. No lo entiendo.

Ni siquiera una cabecera presuntamente seria como The Times se dignó a constatar en su portada la hazaña de la reportera de Telecinco, que desvió con sus pestañas como abanicos los tiros a puerta de los hondureños. ¿Que no los hubo? Pues por eso, porque Sara los abortó en las mismísimas puntas de las botas de los delanteros enemigos. Cierto es que pudo haberse trabajado más los goles para que nuestra victoria resultase abultada y heroica, pero claro, ninguna mujer, por mucho que sea una supermujer, puede desdoblarse e inspirar a Villa a la vez que no quita ojo a Iker, que hay mucha loba suelta en las llanuras sudafricanas. Creo que Sara ya está entrenando, con su chándal y sus tacones, para que ganemos a Chile. Porque no me quiero ni imaginar lo que le puede pasar si palmamos. Otra vez Sara Carbonero culpable, otra vez un motivo preclaro para que no nos devuelvan Gibraltar.

En fin, que la tesis de la conspiración de Cupido contra el cancerbero hispano ha durado lo que dura el orden en mi cajón de las bragas: nada y menos. A mí no es que me moleste en exceso la teoría futbolística más estúpida desde que se descubrió que la tierra es redonda, y diré más, esférica como un balón de reglamento. Una teoría francesa por ende, cherchez la femme, y ya ven cómo les ha ido a los galos: peleados, insultándose como los concursantes de La isla de los famosos y apeados del Mundial, para sonrojo de Sarkozy, que es tan competitivo. No me iba mal la citada teoría de la morena que pone nervioso al deportista de élite, repito, porque ocultaba la auténtica verdad sobre la debacle hispano suiza: no hicimos bien el vudú aquí, en mi mesa de trabajo del periódico. En efecto, el muñequito que mantiene a raya a nuestros oponentes debe aglutinar todas las agujas maléficas en la bandera contraria sita en el pecho, y en el primer partido, por más hacer, le clavamos una en el pie. Rectificamos el error ante Honduras, con el resultado conocido. No se volverá a repetir, lo juro. Ganaremos el Mundial como conquistamos la Eurocopa. Por favor, no se lo digan a The Times o nos sacará en portada. Por favor, dejen en paz a Sara Carbonero, que no ha hecho nada, la pobre, más que enamorarse.

Y ser guapa, claro. Este es un pecado que no se perdona ni en la Gran Bretaña de The Times, basta echar un vistazo al balcón del Palacio de Buckingham el día del cumpleaños de la Reina, ni aquí en el país de La Roja. Una mujer bella resulta inquietante, un bulto sospechoso que no puede traer más que desgracias, sea ministra del Gobierno de Zapatero o reportera de la televisión. No sé cómo no las ilegalizan, o las obligan por ley a llevar burka. Qué rabia dan. Todo el día molestando e impidiendo a nuestros hombres culminar sus grandes gestas.