LA PLUMA Y EL DIVÁN

Seducción

Silueta de una mujer.

Silueta de una mujer. / Pixabay

Una de las máximas aspiraciones del ser humano es llegar a gustar tanto a los demás, que todo el mundo quiera poseer su amistad, su compañía, su inteligencia, su poder y todo aquello que tenga que ver con él.

La proporción de personas, en este mundo terrenal, que consigue alcanzar la gloria es tan baja, que no resulta significativa para ser señalada, por lo tanto, el resto son los vehementes que buscan encontrar su trocito de gloria a fuerza de lo que sea, incluido aquello de vender su alma al diablo.

El seductor por excelencia, es aquel que consigue de los demás todo cuanto desea manipulando sus emociones y si fuera necesario aniquilándolas. Lo que menos importa al artífice del engaño son las consecuencias de sus argucias para doblegar voluntades.

Los retos son parte de la seducción y los que son más difíciles tienen un morbo especial para el que baraja las emociones ajenas, con el fin de mantener el poder y el control de los demás o simplemente como puro divertimento.

Entre las cualidades que ha de tener un buen seductor, para juguetear con las emociones ajenas y hacer suya la victoria estaría, en primer lugar, la inteligencia. Un manipulador de emociones tiene que contar con estrategias cognitivas sobradas como para no ser descubierto jamás.

En segundo lugar, tendrá que ser paciente, y tomarse unos días para reflexionar. Los arrebatos no llevan nunca a la consecución del camino trazado. Es fundamental que no tenga prisa, porque se notaría demasiado y podría ser descubierto en flagrante delito de impulso y por ende derrotado en tu estrategia.

En tercer lugar, habrá de ser cauto. La cautela es la esencia del engaño en su estado puro y sin ella sería imposible doblegar emociones. Un buen seductor tiene que ser capaz de lanzar envites a su presa. Tendrá que actuar con la previsión y la astucia suficiente para que esta se rinda a sus designios.

Por último, un auténtico seductor ha de contar con la frialdad como compañera de viaje. Pero no se trata de ser frío en las relaciones, porque eso no llevaría a embaucar al perseguido, sino frío con las emociones propias.

Aquel que cuente con estas cualidades y quiera probar el arte de la seducción, no debe de olvidar que juega con las emociones ajenas y que cualquier paso en falso puede provocar la debacle, hasta el punto de generar un sufrimiento permanente e irreversible en quien sea objeto de sus tropelías.

Una persona inteligente, que pueda tomarse unos días de reflexión, que sea cauto en sus acciones y frío en sus decisiones, podrá saborear las mieles del triunfo sobre los demás.