Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Opinión

Luis de Castro, una vida para la cultura

«A mi derecha el mar Jónico, a mi izquierda el Adriático». En julio de 2017, Luis, rebosante de felicidad, enviaba este mensaje desde la punta de la bota de Italia. El evocador viaje había empezado en el norte, en el Lago de Como, «mi asignatura pendiente»- decía-, después de escuchar tantas veces el nocturno romántico para piano de Giselle Galos, dedicado a esa inmensa laguna elegante, alpina y cosmopolita. La ruta había continuado hasta la región de Campania, en búsqueda de sus iconos clásicos. Allí se inmortalizó, al atardecer, con el Vesubio tronante y crepuscular. Recorrió las tierras ardientes de Horacio, Virgilio y Homero, escenarios que recuerdan La Eneida, La Odisea o el Averno de Dante. Historia, poesía y drama que Luis de Castro tanto amó en manifestaciones culturales por el mundo.

En el Anfiteatro-Café, el lugar para reuniones de amistad, recitales y conciertos, al lado de la catedral de San Nicolás, un gran retrato en blanco y negro de Medea daba la bienvenida. Era una jovencísima Nuria Espert, su admirada amiga, la inigualable actriz y directora internacional. Sí, Luis presumía, con razón, de amigos de la cultura: Ana Belén, María Asquerino, Gemma Cuervo, Rocío Jurado, Paco Rabal, Francisco Valladares, Els Joglars, Tricicle, una inmensa lista. A todos los trajo a Alicante a lo largo de su fecunda trayectoria como director-gerente del Teatro Principal o como productor, gestor cultural u organizador de festivales de verano, en el puerto o en el Castillo de Santa Bárbara, acontecimientos que se fueron apagando poco a poco. Esa espinita le quedó en su corazón, que «la millor terra del mon» no tuviera un gran acontecimiento estival, referente en el calendario internacional. Sin embargo, la inauguración del ADDA y su magnífica programación, compensaron las decepciones. A pesar de los percances de salud de los últimos años, Luis asistía fielmente a sus conciertos, desde 2011, cuando la Reina inauguró oficialmente el espléndido auditorio de García Solera.

En su casa, entre la Rambla y el Barrio, una foto dedicada de Doña Sofía preside su nutrida biblioteca. La Señora reinauguró, a principios de los 90, la restauración, dirigida por Alfonso Navarro, del coso de fachada neoclásica que abrió el telón en 1847. Y junto a los libros y recuerdos, el cuadro de Xavier Soler, evocando las máscaras de los actores de la tragedia griega. En su ático a los pies del Benacantil, Luis de Castro, prolongaba sus amores: la cultura, la jardinería, los amigos, la gastronomía y el periodismo. Desde mi terraza ha sido una de las columnas más leídas en el INFORMACIÓN. En ellas, volcaba su erudición, espíritu crítico, sus recomendaciones de la escena alicantina y madrileña, sus sentimientos hacia seres queridos y admirados de la vida local y nacional, su preocupación por la política y sus citas históricas o literarias; esas «perlas» con las que estimulaba aún más la reflexión, tras la buena lectura.

Luis fue siempre generoso. Sus dos terrazas se convertían en salones para organizar comidas en la primavera cálida o cenas de estío, con vistas envidiables. «Suave es la noche», escribía en el WhatsApp, el último otoño, emulando a Scott Fitzgerald. La luna acompañaba la gran fortaleza de Santa Bárbara y rielaba en el Mediterráneo. Desde hace diez años tenía un motivo muy importante que celebrar con los doctores Félix Lluís, Jefe de Cirugía General, y Gonzalo Rodríguez, procedente del Mount Sinaí de Nueva York, que vino para iniciar la unidad de trasplantes hepáticos, ambos en el Hospital General de Alicante. No solo festejaba su «cumpletrasplante» sino que de Castro, agradecido, se convirtió en gran divulgador de esta práctica que salva vidas desahuciadas y en la que España es líder mundial.

Luis era un gran cocinero. Sus paseos al Mercado Central eran un motivo de ilusión preparando sus ágapes para los buenos amigos alicantinos: los Lassaletta, los Flores, los Manero, los Madaria, los Planelles, los Peral, los Pérez i Parra, los Prado, los Gutiérrez de la Vega, los Galvañ€ ¡Qué bien que aquella amistad del Instituto Jorge Juan con mi hermana Carmen continuara con mi otra hermana, servidora y nuestros respectivos maridos! Su cocina era de la terreta, con toques del interior, sin olvidar el origen zamorano de su familia. Ese aire sobrio castellano lo imprimía también a su actitud vital: entusiasta con la cultura, la estética y la ética; comedido en sus expresiones y comportamiento.

En 2016, tuvo el reconocimiento más importante de su vida que lo llenó de orgullo: el Premio Maisonnave de la Universidad de Alicante, «por la promoción cultural y el compromiso social demostrados a lo largo de su trayectoria». Estuvo avalado por el mayor número de instituciones y personas en la historia del galardón. Luis de Castro, licenciado en Derecho, encarnaba los valores cívicos de aquel alcalde ilustrado del siglo XIX. En su discurso en la Sede de la calle San Fernando, reivindicó la necesidad de la educación y la cultura para el progreso de la sociedad. «Es inversión, no es gasto», recordó acertadamente el dinamizador cultural que siempre ha llevado Alicante por bandera.

Luis de Castro se ha ido contemplando el Puigcampana, con el cariño de sus hermanos, de sensibilidad artística como él: José, el mayor, profesor de violín; Miguel Ángel, diseñador textil, y María Antonia, profesora de danza clásica. Solía pasar estancias reposadas en la montaña alicantina, en la casa de Miguel Ángel, en Sella. Las lluvias recientes han traído un verde inusual. Los bancales aterrazados rodean la vivienda, flanqueada por la Aitana que mira al mar. Parecen anfiteatros para la representación de la vida. El desenlace le ha llegado, tal vez, recordando síndromes stendhalianos de sus viajes, al asimilar tanta belleza, como la de sus últimos días. Si hoy yo escribiera su artículo de los jueves, lo titularía Desde mi tristeza€ por no poder acompañarlo en su despedida en tiempos de la pandemia.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats