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Una experiencia para recordar

La alicantina Perceval Graells relata el viaje de tres días que realizó desde Aigües a Leipzig (Alemania) con salvoconducto

Perceval Graells, a su llegada a una antigua fábrica de Leipzig, donde desarrolla su residencia artística.

Cuando decidí emprender este viaje totalmente sola era en medio de la pandemia del covid-19, en pleno confinamiento, pero no podía retrasar mucho más mi vuelta a lo que estaba siendo mi lugar de residencia habitual durante seis meses. Necesitaba volver para acabar mi proyecto en la residencia artística que estaba realizando, en la cual había sido aceptada dos años atrás y que me hacía mucha ilusión. Pero también tenía que sacar las cosas del piso que tenía alquilado y al que ya había vuelto la propietaria. Habíamos dejado allí todas nuestras ropas, pasaportes, libro de familia, ordenadores?todo porque pensábamos volver enseguida. Nunca pensamos que nos quedaríamos tanto tiempo confinados en Alicante.

Mi destino era la Spinnerei, antigua fábrica de hilo, de Leipzig, en Alemania. Me esperaban 2.227 km, unas 22 horas de viaje y separarme durante unos meses de mi marido y de mi hija de 3 años. Sabía que la despedida no iba a ser nada fácil.

Antes de empezar el viaje tuve que localizar mi padrón alemán e imprimirlo, llamar al consulado alemán en Barcelona, que me dio información de aquello que tenía que tener en cuenta para emprender el viaje, ponerme en contacto con el consulado de Alemania en Alicante, que me redactó una carta para poder llegar a Alemania. Ese sería mi salvoconducto. Uno parecido al que le hicieron hace casi 200 años al tatarabuelo de mi padre para ir a Francia.

Ya tenía lo más importante: padrón, salvoconducto, papel del Gobierno francés impreso y firmado por mí misma donde decía de dónde venía y a dónde iba y otro parecido para Cataluña, y listado de lugares fronterizos abiertos.

Faltaba buscar alojamiento. No me permitían pernoctar en Francia y desde Alicante no podía hacer todo el camino porque me hubiera podido dormir al volante. Así que me puse a buscar en plataformas de alojamiento turístico y todas mis propuestas fueron rechazadas. Pensé entonces en dormir en el coche pero me daba miedo dormir en cualquier sitio, así que llamé a una buena amiga que vive en Celrà (Girona) y me dijo que ni se me ocurriera dormir en el coche, que me quedara en su casa o me daba las llaves para ir a una casa que tiene su familia por esa zona. Estuve leyendo mucho sobre lo que necesitaba y descubrí un artículo en un diario de Girona con un listado de hoteles habilitados para casos especiales. Llamé a uno en La Jonquera pero no me podía asegurar nada. Le dije que por lo menos me dejase meter el coche en el aparcamiento. Fue cuando una de mis reservas en un hotel de Figueres se confirmó y respiré tranquila. Ahora tocaba ponerse manos a la obra con la reserva de una noche en la frontera alemana cerca de Francia. Una amiga me ayudó llamando a algún hotel pero eso de decir que venía de España les espantó, así que tuve que omitir que venía de donde venía y encontré varios.

Mucha gente me llamó loca y a todos los dejé preocupados cuando me subí al coche y me esperaban 2.227 km. Una gran amiga me dijo que iba a ser un viaje que recordaría siempre y que debía escribirlo. Cargué el coche de provisiones porque no sabía lo que me iba a encontrar por el camino y arranqué en un mar de lágrimas viendo a mi hija decir: «Mamà, jo vull anar amb tu a Alemanya». Le prometí que le traería su bicicleta, que se había quedado en Alemania.

Dejé Aigües y mi primera parada fue Castellón. Después paré a comer en un área de servicio de Tarragona, en la que ni me acerqué a ver si estaba abierta porque di por hecho que estaba cerrada. Estando allí recibí un mensaje diciendo que un amigo de la familia le había ganado la batalla al virus y salía de la UCI, no pude contener las lágrimas de emoción. Continué mi viaje hacia Figueres y cuando estaba casi llegando me entró la llamada de mi marido diciéndome que la estancia en esa misma ciudad había sido cancelada, así que le dije que llamase al hotel de La Jonquera para por lo menos dormir en el aparcamiento. Buenas noticias: tenía habitación libre. No salí de ella hasta las 8 de la mañana del día siguiente, que es cuando empezaba mi segunda etapa del viaje. Atravesar toda Francia. Sólo tenía miedo por el cansancio. La etapa hasta La Jonquera me había producido dolor de hombro y cuello y, por ende, de cabeza, y no quería que me volviera a pasar. Supe ponerme en una mejor postura reclinando unos centímetros el asiento.

Me puse el pincho con un variado de mi música favorita y me puse en la carretera. Tenía miedo de la frontera. Miré los Pirineos y pensé: «Maria, tú lo tienes chupado, lo difícil fue para los miles de republicanos que atravesaron todo esto caminando y helados de frío». Pasé la frontera sin ningún control y me sorprendió hasta que llegué al peaje. Allí, en ese momento, sólo nos pararon a los coches. Les enseñé el papel francés y me hicieron un par de preguntas y les expliqué que me dirigía a Leipzig, que es donde residía en estos momentos.

Nunca había visto Francia tan vacía. Ya me sorprendió Cataluña, pero lo de Francia fue para nota. Acostumbrada a pasar mucho por este país y tener siempre atascos, me sorprendió tanto que me hizo disfrutar mucho más de su paisaje. Pasar por Lyon sin atascos es algo que no olvidaré nunca.

En Francia hice tres descansos, uno de ellos para comer un bocadillo que me había preparado, y cuando acababa de descansar y me quedaban un par de horas para cruzar a Alemania se incorporó a la autopista un coche de la Gendermerie. Supongo que vieron la matrícula española y les extrañó. Me dieron las luces, como en las películas, y se pusieron a mi lado señalándome que saliera en la próxima área de descanso. Así lo hice. Paramos los coches, me puse la mascarilla y abrí la ventanilla. Suerte que hablaba francés y todo fue mucho más fluido. Me volvieron a preguntar a dónde iba, si me habían parado en la frontera y me hicieron abrir el maletero. Todo estaba en orden y me dejaron continuar.

Mi primera cola en todo el viaje fue en la frontera alemana para entrar de Mülhausen (ciudad francesa) a Müllheim (ciudad alemana). Casi todos eran camiones pero ahí sí que nos pararon a todos, nos hicieron un par de preguntas y yo les enseñé el padrón en Leipzig. No tuve ni que enseñar el salvoconducto y me dejaron pasar.

Llegué a Müllheim donde tenía el hotel y me di cuenta de que no había sido nada dura esta etapa. Al día siguiente tuve que ir a una ITV alemana cerca de Friburgo, que estaba en mi camino, a por una pegatina verde para el coche, que señala los gases contaminantes que emite cada coche, para poder entrar a Leipzig sin problemas.

En Alemania había muchos más coches y camiones. No era lo que me había encontrado en Cataluña o Francia pero aún así no encontré mucho tráfico. Mucho tramo de obras y lluvias que me hacían ir a 80 o 50 km/h pero muchos otros, por no decir casi todos, libres de límite de velocidad. Eso, que no hay que pagar, el bello paisaje y la buena música me hicieron disfrutar en el coche de mi última etapa.

Esta es simplemente una de tantas historias que dejará la pandemia.

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