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El viaje como motor de la literatura

Javier Reverte y Javier Moro reflexionan hoy en Alicante sobre la importancia de descubrir otros mundos en sus vidas y en sus procesos creativos

Javier Reverte. isabel ramón

Javier Moro (Madrid, 1955) y Javier Reverte (Madrid, 1944) son escritores, periodistas y viajeros. El primero es un enamorado de Asia y la India y el segundo es un profesional del desplazamiento, conocido especialmente por sus trilogías de África o de Centroamérica. Ninguno concibe su vida -la personal y la literaria -sin la aventura de viajar ni cree que este disfrute peligre en exceso por la amenaza del coronavirus. Ambos son los autores invitados hoy al ciclo De par en par de El Sabor de las Palabras, que charlan sobre sus viajes a las 19 horas en la Sede de la UA en Alicante (Ramón y Cajal, 4) y después acuden a una cena con lectores en el Dársena.

«A mí el coronavirus no me frena para viajar, lo que me frena es la escritura del próximo libro -del que no da ni una pista-, que me tiene aquí clavado. No sé si iría a Asia ahora, pero no consigo que me dé miedo», asegura Javier Moro, Premio Planeta 2011 por El imperio eres tú y Premio Primavera de Novela 2018 por Mi pecado.

Reverte, Premio de Novela Fernando Lara 2010 con Barrio cero y Premio Ciudad de Torrevieja 2001 con La noche detenida, va más allá y considera que ante un hipotético cierre de fronteras «sentiría que mi vida perdería uno de los pilares sobre los que se asienta, que son los viajes. Sería como si me quitaran una pierna», declara quien desde niño siempre quiso «viajar y escribir». El autor de la reciente Suite Italiana: Un viaje a Venecia, Trieste y Sicilia, recorrió el pasado mes de octubre Turquía, Omán e Irán. A este último país «pensaba volver ahora pero el coronavirus ahí está muy fuerte y entrar me dejarían, pero volver, ya no sé».

Reverte, que cultiva la novela y la poesía pero especialmente los libros de viajes, reconoce que no es muy lector de este género -«me gusta más escribirlos que leerlos», afirma- y cree que le empujaron más «los libros de aventuras que leía de pequeño» para empezar a recorrer mundo. Sin desdeñar el viaje de Don Quijote, el que recomendaría sin dudar es La Odisea: «Es el mejor libro de viajes, cuenta fantasía y mitos, pero es un libro estupendamente contado sobre la historia de Odiseo, Ulises, que yo lo considero casi como un primo mío, una persona muy cercana».

Sobre su idea de viajar, Reverte tiene claro que «tiene que tener mucho de sorpresa y de aventura. Yo no sigo rutas trazadas, procuro apartarme de ahí y es cuando viajas de verdad. Prefiero irme a una tasca perdida en Atenas que ver la Acrópolis», señala, y aclara que su concepto de aventura «no es encontrarme con un león o que te secuestren los guerrilleros, sino algo mucho más sencillo: es asomarte a lo que no conoces, a lo imprevisto y a lo imprevisible. En ese sentido, es algo parecido al amor, que no sabes cómo va a salir».

Cree que el turismo de masas es «inevitable» porque «todo el mundo tiene derecho a ir donde le apetezca y sería injusto circunscribirlo a unos privilegiados», aunque admite que se encuentra con situaciones «absurdas», como que la gente se agolpe ante La Piedad de Miguel Ángel en el Vaticano solo para hacerle una foto con el móvil, «como si la historia estuviera en fotografiarla y no en disfrutarla».

Por su parte, Javier Moro, con un padre marino que luego trabajó en una línea aérea, reconoce que «viajar lo tenía muy a mano y a mí no hacía falta empujarme mucho». A los 17 años se fue al norte de Canadá a vivir con una familia de esquimales con una beca del Liceo Francés, del que luego debía hacer un estudio. «Me dieron un premio e hice un segundo viaje con los indios del Alto Orinoco. Y al final he acabado haciendo después lo mismo que en esos primeros viajes, solo que lo que antes hacía en tres meses -documentar la experiencia- ahora lo hago en tres años».

Tres años por la selva

Moro, que viajó durante tres años por la selva amazónica antes de escribir su primer libro, Senderos de libertad, y llamaba desde una cabina a su madre «para decirle básicamente que estaba vivo», admite sentir «cierta nostalgia de ese viaje de antes, en el que te ibas y no estabas en contacto con la base hasta el regreso. Estabas realmente en otro mundo. Para mí, el viaje hoy ha perdido cierto valor».

El autor de El sari rojo, que ha ambientado en Asia muchas de sus novelas -«porque siempre he encontrado las historias en otros lugares», dice- reconoce que muchos rincones cambian con el turismo masivo y pone de ejemplo los templos de Angkor en Camboya: «Yo los conocí en 1992 cuando hacía la investigación del libro El pie de Jaipur, aún había guerra y se oían los disparos de los morteros de las tropas de Pol Pot. Eso yo lo vi solo, en bici, y me dejó una impresión que me duró siempre. Volví hace dos años con mis hijos y me llevé un chasco enorme porque eso parecía Disneylandia».

Javier Moro, que viaja para documentar sus libros, seguir el rastro de sus personajes y a quien le estimula meterse en otras sociedades, admite no saber «si viajo para escribir o escribo porque me gusta viajar», pero destaca su valor terapéutico y asegura que «siempre viene bien. Cuando estás un poco en crisis el viaje, por pequeño que sea, siempre es la mejor medicina, aunque ahora lo cool es no viajar y quedarse en casa».

Para Javier Reverte, uno de los atractivos de viajar es sentirse «extranjero». «Siempre he dicho que lo que más me gusta es llegar a un país en el que no hablo la lengua y no conozco a nadie. Esa sorpresa es estupenda», concluye.

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