Parásitos no es solo la mejor película de 2019, sino el retrato más exacto sobre la sociedad contemporánea en cualquier medio. Ni el periodismo, ni la política, ni la sociología, ni las restantes disciplinas artísticas han mostrado la destreza y el coraje de Bong Joon-Ho. El Oscar debe servir para derribar las últimas barreras de quienes se empecinaron en que nunca verían cine coreano, y con motivo. Hasta el pomposo New York Times se sentía obligado a explicar por qué el combate literalmente a muerte de los pícaros contra los ladrones de guante o cuello blanco era la obra más importante del año. Hollywood ha refrendado esta valoración, mostrando más inteligencia que Naciones Unidas, el Fondo Monetario o Davos. No es casualidad que los premios coincidan con el coronavirus, la nueva constatación de que un mundo dividido en dos mitades no cabe en un solo planeta.

Significados aparte, Parásitos es un Berlanga sangriento traducido al coreano, en la mejor estela del cine desvergonzado, con menos escrúpulos que complejos. Es la película que el Almodóvar de la sobrevalorada Dolor y gloria ya no tiene energía suficiente para afrontar. La producción coreana guarda una deuda abultada con el Yorgos Lanthimos de Canino, antes de que el director griego se domesticara en imposturas como La favorita.

Si Parásitos ha servido además para desmontar la patraña de 1917 o de ese Padrino XXXVIII llamado The Irishman, miel sobre hojuelas. A propósito, sería interesante aflorar al único espectador de la teleserie camuflada de Scorsese que aguantó las tres horas y media de Netflix en una sola sentada. El testamento del director desluce a la trepidante El lobo de Wall Street. En cuanto a Joker, es la película que nadie en su sano juicio volvería a ver. Y el merecidísimo premio a Brad Pitt recuerda que Érase una vez... en Hollywood es la versión de Parásitos traducida al norteamericano.