Cada mañana, al levantarnos, hacemos un ejercicio hercúleo desde las profundidades de nuestro consciente, para afrontar el frenesí con el que se suceden los acontecimientos, que cambian nuestro presente de una forma demasiado acelerada y oscurecen nuestro futuro inmediato sin que tengamos la más mínima posibilidad de intervenir en él. Necesitamos desesperadamente confiar y para ello recurrimos a todas las estrategias que en otros tiempos nos han servido de tabla de salvación, con la esperanza de que ahora también ejerzan el mismo influjo.

Las decisiones que nos vemos obligados a tomar cada mañana están mediatizadas por las que otros toman por nosotros. Esta cesión de poderes personales es una pura cuestión de confianza en los demás para que gobiernen nuestras vidas. Aquellos que cierran los ojos a la realidad, apagan el televisor, huyen de los periódicos, se hacen sordos a las ondas y callan su desesperanza, son la recreación de los tres monos místicos contra el mal, imaginando que todo es un puñetero sueño.

Una de las máximas más populares, es la contundente afirmación de «no te fíes ni de tu padre» o «no te fíes ni de tu sombra» aludiendo a la ración de desconfianza que hay que enarbolar para poder protegernos de las agresiones propias y ajenas. Pero a pesar de los dichos tradicionales, como somos mortales y algo estúpidos, seguimos fiándonos de nuestro padre y nuestra sombra, hasta cotas impensables.

El sistema nos pone a prueba y caemos como pollinos. Nos acercamos a las urnas a votar y damos nuestra plena confianza a un grupo organizado de todopoderosos políticos, que con nuestro visto bueno se blindan y hacen de su capa un sayo y de la nuestra un jirón. El poder financiero, recoge los esfuerzos de nuestro trabajo y especula taimadamente porque tiene toda nuestra confianza, consiguiendo dividendos turgentes a costa de nuestra entrega absoluta.

En el fondo necesitamos trasmitir credibilidad y confianza a través de lo que sentimos, pensamos y deseamos para nosotros. La autoconfianza se convierte en un bien preciado: un examen sale mejor cuando confiamos en que saldrá bien, una relación interpersonal será óptima en función de la creencia propia de que será maravillosa. Desde la confianza se mueve el mundo y gira alrededor de los que la promueven, con independencia de que al final se revuelva y ciegue nuestras expectativas. Quien confía nunca tiene seguridad de nada, la confianza es frágil, intangible, subjetiva y nos hace vulnerables a sus vaivenes.