Cualquiera que conozca mínimamente a Mario Martínez Gomis sabe que, además de haber escrito sesudos trabajos sobre la expulsión de los moriscos o la Universidad de Orihuela, podría elaborar un voluminoso tratado sobre su bebida favorita, el Dry Martini, el cóctel más cinematográfico al que fueron asiduos grandes nombres como Winston Churchill, Dorothy Parker o Richard Burton.

Su conocimiento sobre este combinado fue la mejor excusa para moldear un centenar de artículos llenos de humor sobre la actualidad del momento que, ilustrados por la mano de su hijo Mario-Paul, fueron publicados en el suplemento dominical de INFORMACIÓN entre 2008 y 2010 bajo el epígrafe de La luna en el martini. Ahora reúnen gran parte de estos en un libro con el mismo título, gracias a la insistencia de su amigo Emilio Soler y a la edición del Instituto Gil-Albert.

El catedrático de Literatura Española y amigo del autor, Miguel Ángel Lozano, es el autor del prólogo, en el que no duda en calificar este compendio de artículos como «un libro de ingenio y buen humor» que despliega el «sentido jovial de la existencia» de un autor «con una inventiva que es un antídoto contra la monotonía».

Mario Martínez, a quien no le habría disgustado ser Jack Lemmon en la cinta de Billy Wilder Primera Plana, recuerda que el encargo semanal le llegó cuando aún daba clases en la Universidad de Alicante: «Fue un desafío, pero me gustó mucho la idea porque yo he soñado toda la vida con ser periodista o columnista. Siempre he sido un gran lector de periódicos y gran admirador de columnistas serios y críticos literarios», explica el autor, que vio en la bala de plata (también llamado así el Dry Martini) un principio «para contar la historia del cóctel más famoso de la historia del cine» y el pretexto «para hablar de cómo se ve la vida a través del Dry Martini, que me llevó a tratar las noticias y los sucesos desde una mirada jocosa, etílica, hedonista e incorrectamente política».

En todos los artículos Martínez aporta detalles de este combinado, «el rey de las mixturas», dando muestras de su sapiencia en cuanto a su origen y composición, temperatura, copa en la que servirlo -con o sin aceituna- dónde buscar el mejor de estos cócteles en Venecia, Barcelona o Nueva York, saber qué actores sostenían mejor la copa en el cine -la cosa estaba entre Paul Newman, David Niven y Cary Grant-, o quiénes se rendían a esta mezcla de ginebra y una pequeña parte de martini, desde Truman Capote a Luis Buñuel, Ava Gardner, Alfredo Landa y José Luis Garci.

«Todo es ficción y es verdad», comenta el autor de estos 77 artículos en los que se cruzan personajes de hace una década, como Rouco Varela, Bernat Soria, Bernard Madoff, Rita Barberá, Roque Moreno o Sonia Castedo, sobre temas en los que «se habla mucho de la ciudad, desde la calle Castaños al tranvía, la plaza de Luceros o el Mercado Central», apunta.

Pero en 2008 la protagonista era una crisis económica que no ha abandonado aún su presencia en las noticias «y yo quería alegrar la mañana al lector del domingo, servirle de refugio para esbozar una sonrisa», comenta en serio este bromista. «Seguía el rastro de la actualidad a través de una mirada humorística pero con delicadeza. Como decía Julio Camba, que no me tomase la gente excesivamente en broma, pero tampoco en serio», apunta quien veía el mundo «a través de la copa icónica de un cóctel al que le he sido fiel desde hace 42 años», que toma con placer cuando cae la tarde y a cuyo «pecado» ha llevado a la mitad de sus amigos «sin que nadie lo lamente», aclara.

Pero este libro, como indica en su «prólogo de abstemio» Miguel Ángel Lozano, no va dirigido a los amantes de la bebida sino de la buena literatura, y el lector, añade, podrá «recrearse en las virtudes literarias de unas páginas más estimulantes que el brebaje de marras».

Unas páginas que entonces, al igual que hoy, se acompañaron de las ilustraciones de Mario-Paul, realizadas todas ellas en acuarela y tinta china, la mitad en color, que en el libro se han llevado todas al blanco y negro. «Es un estilo más sencillo, más periodístico, a veces muy de cómic, con viñetas, y muy vinculadas al cine y a la literatura», destaca el ilustrador, a quien su padre atribuye buena parte del mérito en el resultado final y agradece su paciencia, ya que a veces entregaba el artículo que debía ilustrar su hijo poco antes del cierre «y en ningún momento de aquel periodo dio los más mínimos síntomas de sufrir un ataque de parricidio».

Gracias a él, Mario es también el protagonista de muchos dibujos, ya que el volumen se cierra con las peripecias de su padre en algunos viajes «que suelen ser catastróficos» -de prisionero en África a sufrir una peritonitis en París sin llegar a pisar la ciudad tras salir del avión al hospital-. «Con sus aciertos o desaciertos, los dibujos se han quedado como estaban, aunque yo los vea regular», indica modesto el ilustrador, mientras que el padre apunta la vigencia de muchos artículos, que reflejan «cómo estaba el mundo y cómo sigue estando».