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La ternura en Óscar Esplá

La producción pianística dedicada a los niños o inspirada en temas infantiles saca la parte más íntima del músico alicantino

La ternura en Óscar Esplá

La personalidad de Óscar Esplá era conocida como activa, vehemente, altiva, emprendedora y con actitud crítica ante todo lo que le interesara, dispuesto siempre a analizar, puntualizar y polemizar cuanto fuese necesario haciéndole parecer un ser singular, quijotesco, que irritaba a algunos y admiraba a muchos, pero quienes le tratamos supimos de su agudo humor, cordialidad y afectuosidad. Su figura erguida y voz grave y sonora contrastaba con actitudes de ternura tanto en su comportamiento como en gran parte de su creación, especialmente la pianística dedicada a los niños o inspiradas en temas infantiles. Lo corrobora Enrique Franco, crítico musical, pianista, compositor y gran intelectual de la música del siglo XX que trató mucho al maestro, en un artículo de 1987 titulado Impresiones e imágenes sobre Óscar Esplá: «Ante el asunto infantil y la literatura que provoca, asoma el niño oculto tras el grandullón; el tierno habitualmente encapuchado de adustez». También Gerardo Diego escribió en el año 1976 sobre «el descubrimiento sucesivo de las Impresiones musicales - a las que él llamaba infantiles-, esa maravilla de originalidad escrita en plena adolescencia y casi autodidáctica».

Ante los temas infantiles de sus composiciones y la literatura que de ellos emana, se percibe al niño oculto tras la gran figura física del maestro, el hombre tierno que conocieron muy bien sus hijas y amigos, oculto bajo la fachada quijotesca y severa. Entre 1905 y 1909 compone Esplá Impresiones musicales, que versan sobre cuentos infantiles: En el hogar, Barba Azul, Caperucita Roja, Cenicienta y Antaño. A sus Impresiones continuó su creación juvenil Poema de niños, formada por cinco tiempos: Invocación, Canción de Antaño, A los sueños de Bebé, Cuento de hadas y Vals de los Magos, que dedicó «A mi hermanita Isolda», la que tenía tres años entonces. El Poema se estrenó con carácter de gran acontecimiento el 26 abril de 1914 en el Teatro Real por la Orquesta Sinfónica de Madrid. Continuó Esplá enriqueciendo sus composiciones con Canción de cuna, y otro cuaderno infantil para piano que tiene su origen en un proyecto con textos de Alberti para una pieza teatral, La Pájara Pinta, subtitulada Tres Piezas Infantiles, inspirada en la popular canción que reza así: «Estaba la Pájara Pinta, sentadita en el verde limón; con el pico picaba la hoja, con el pico picaba la flor», compuesta por las tituladas, El Conde de Cabra, Doña Escotofina y Antón Pirulero; a las que hemos de añadir Cantos de Antaño y Tarana entre otras.

La dedicación creativa de Esplá a temas infantiles generó otras composiciones que el maestro anunció como existentes pero que por no haberlas terminado o querer perfeccionarlas no han sido interpretadas, entre ellas las partituras que conservo en mi archivo de distintas versiones de su proyecto La Bella Durmiente; dos para canto y piano y otra para una ópera con un sorprendente final escénico: «El aviador se lleva a la princesa que le sigue inconscientemente. El trovador les ve alejarse consternado. (Baja el telón lentamente)».

Añadamos otra composición -sinfónica en este caso- Nochebuena del Diablo, de 1924, inspirada por tres canciones infantiles navideñas que el maestro oyó cantar a unos niños en Polop: El diablo ve rostit y de paso veu Madrit, en la que se contrapone lo tierno y sublime de lo navideño con la gravedad de la imagen mefistofélica. Aunque por su título resulte extraño la obra está concebida para ser conocida por los niños. El personalísimo tema musical se inicia una Nochebuena en la paz de una masía levantina donde unos niños juegan con las figurillas de barro de un belén en la que hay un diablillo de mazapán. El diablo en persona, que esa noche se ha quedado solo en el infierno, se aburre, está inquieto y pide a los niños que le muestren un belén pues él no ha visto nunca ninguno. El tema finaliza con un nacimiento y tiernas canciones pastoriles que Lucifer oye espantado.

La formación científica de Esplá y su apariencia llevaban a creer que era poco accesible y distante, pero los que le tratamos y quienes conocen su obra sabemos que en él hubo un sentimental que, tal vez para defenderse del entorno que tantas veces le fue adverso, o bien para dotar de mayor firmeza a su recia personalidad y a su ilustrado discurso, adoptaba formas graves de profesor impartiendo clases magistrales ante oyentes desconocidos.

También Federico Sopeña, profundo conocedor de la obra esplasiana y de la persona, sabía bien de esa dualidad: «...para quien se sitúa delante del músico, no solo como crítico sino como observador apasionado de la más profunda humanidad del artista; el Esplá fácil para el gesto hosco, proclive al desplante, orgulloso en la superficie, cambia de silueta, pone los ojos húmedos, hace como cuna de todo su ser cuando habla de los niños».

Otra visión de su tierna personalidad nos la ofrece su hija Amparo en la introducción al catálogo de la exposición Óscar Esplá y la Música de su Tiempo, celebrada en Alicante en 1993: «Y en Bélgica empezamos sus hijos a conocerle. Fue un padre enormemente tierno y cariñoso, pero no dulzón, porque el genio allí estaba; aunque pronto descubrimos que no era tan fiero el león como parecía, y enseguida nos convertimos en sus pequeños amigos, al acudir raudos a su estudio, donde nos convocaba al son de la marcha de los enanos de Blanca Nieves para participar en sus concursos sin mas premio que la gloria de reconocer a los autores a los que interpretaba al piano para introducirnos cuanto antes en la mejor sustancia musical. Nunca se sentía tan feliz como cuando se veía rodeado de su familia. Adoraba a mi madre, que tuvo una gran influencia equilibrante en su vida y en la nuestra. Fue un hombre muy dependiente de su familia, lo más importante para él en este mundo. Le encantaban los niños y los animales y se declaraba partidario de la teoría de Rousseau, sobre todo en lo que concernía a la educación. Su ideal habría sido educarnos él en casa (no sabemos cuándo ni cómo, dados el poco tiempo y escasa paciencia de que disponía) para evitar contagios deformantes. Afortunadamente nuestra inteligente madre por un lado y las autoridades belgas, por otro, muy al tanto de cuantos niños hubiera en edad escolar, impidieron aquel disparate. De no ser así, con esa educación a salto de mata, y el hecho de que a las horas de comer, entre el primer plato y el postre nos explicaba su versión infantil del Mundo como voluntad y representación de Schopenhauer, La crítica de la Razón pura de Kant u otros «cuentos» como Los orígenes del conocimiento de Turró o sus visitas a la Residencia de Estudiantes, el resultado habría sido realmente espeluznante: unos pequeños seres semianalfabetos hablando de Schopenhauer como si tal cosa...».

El rostro y alma de Esplá se iluminaban en su trato con los niños. En alguna de las fotos de mi archivo, inéditas, de distintas épocas, le vemos como junto a ellos aflora el hombre de sonrisa tierna y feliz que ha olvidado inquietudes, halla la placidez y se reconcilia con el mundo: con su sobrina Conchita y con sus hijas en Sierra Aitana, con su hermana Isolda en El Paraíso, o con su nieto Richard en Ruaya.

Su permanente afectuosidad y cariñosas muestras de ternura y buen humor se multiplicó de distintos modos con los miembros de la familia, entre ellas con regalos de composiciones breves, de carácter íntimo, que me permiten ahora revelar la existencia en mi archivo -Archivo Sánchez Monllor de libre acceso a investigadores acreditados- de algunas inéditas, entre ellas la titulada Tiempo de pasodoble escrita con lápiz en tres páginas, dedicada «A Araceli de Irízar, muy formalmente, el autor Oscar Esplá»; otra titulada Villancico en doble página con nota manuscrita por Esplá: «Versión a dos voces para los familiares que no dispongan de otro instrumento que la zambomba y su voz. (Para los que no tengan zambomba ni voz, se hará una tercera versión, si lo desean)». Al comienzo, en el margen izquierdo está anotado: «Voz de Isolda / mezzo-soprano. Voz de José María / mezzo-sochantre». Y otra igualmente titulada Villancico en tres páginas con nota manuscrita por Esplá «para uso exclusivo de la familia». Como en la anterior, además de las notas musicales figura la letra. En la primera página de la partitura hay una nota: «Advertencia a los intérpretes: Mucho ojo a los bemoles de la clave y a los cambios de armadura, así como a las medidas sincopadas. Esta advertencia no vale para los que verdaderamente sean músicos». Y al final de la composición hay otra curiosa nota: «Si sacáis alguna copia, revisad luego nota por nota para que no haya ningún error, no vaya a resultar el villancico todavía peor de lo que es».

En cartas inéditas de mi archivo se descubre otra faceta íntima de Esplá, muestra de una espiritualidad no revelada anteriormente en escritos. Desde Bruselas escribe a Amparo Domingo, viuda de Trino Esplá: «24 diciembre 1939: Yo preparo unas obras para un festival que la Radio Nacional Belga va a dedicarme en el mes de febrero próximo, último mes que, en caso de decidirnos, pasaríamos en Europa, pues quisiéramos irnos antes de la primavera. De todos modos, antes de marcharnos te escribiremos, quisiéramos encargaros que le pusierais una vela, de nuestra parte y voto, a la Santa Faz, en aquel rincón de detrás que sabes era el lugar de nuestra devoción, donde nos casamos».

En otra del 2 abril del año 1940 encontramos de nuevo al Esplá más íntimo e inédito: «Acabo de recibir tu carta del día de Gloria. Celebro que te encuentres a tus anchas en ese pueblo tan religioso. Eso es lo que hace falta en el mundo, devoción y que la Providencia nos proteja para ir viviendo. A nosotros nos protege, sin duda, cotidianamente, lo que nos hace concebir la esperanza de un milagro, aún mayor, que esperamos de un momento al otro, todos los días, y que yo quisiera que se concretara en aumento de posibilidades económicas para criar y educar a mis hijos. Que el Señor me perdone si hay en esto egoísmo pecaminoso por material y terreno, pero yo pienso, con el abate Joovecús, autor del libro La Fe Católica ante la Razón y la Ciencia que un cheque vale menos que el cielo, que es lo que pide la mayoría con egoísmo más ilimitado, según el propio abate».

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