L a corrida había despertado en la faena del Juli al quinto. Pero la explosión de toreo llegó con el sexto, un noble ejemplar de Zalduendo. Lo recibió Manzanares de capote con una ramillete de verónicas lucidas y con poder. Juan José Trujillo se desmonteró en banderillas (Curro Javier lo hizo en el tercero y Carretero en el quinto);, después de dos quites personalísimos del propio Manzanares y de Morante, ambos por chicuelinas. Comenzó doblándose el alicantino con gusto y empaque muleta en mano. Y luego se tronchó la tarde. Un recital de torería, regusto y personalidad. Primero por la derecha, con un cambio de mano inmenso, redondo, cimero, encadenado con otro de pecho rematado en la hombrera contraria. Y otra tanda diestra más redonda, relajada, casi desmayada, con un trincherazo de duende y misterio. La plaza en pie. Recital al natural en dos series de ensueño, de mimo, de muñecas meciendo la noble embestida del Zalduendo. Y todo con remates de pecho y por bajo llenos de empaque y torería. Las dudas de hace dos semanas en Madrid se volvieron certezas, tan claro y decidido lo vio y lo entendió. Tres muletazos con la diestra para cerrar al toro volvieron a crujirle los riñones. Y un cañón con la espada, con estoconazo incluido. Dos orejas de oro. Así se siente un artista, así se desmadeja un torero, así se rompen las crónicas y las dudas. Torero de canto y cante que se sube al olimpo de los elegidos. Y en Sevilla, ¡casi «ná»! Faena que queda para la retina y el deleite de quien sepa paladear. Y el que no, peor para él.

Poca historia en los cuatro primeros toros. No valieron ni para emocionar asustando. Ni para carne creo que sirvieron. Desiguales de presentación y juego, siempre a peor. La tarde se caía con el recuerdo de una corrida de toros como la del pasado jueves, con un ejemplar de Victorino Martín de bravura superior y un torero superior de categoría, que determinan mucho una feria. «Bordoñés» habría podido quitar de enmedio al 90 por ciento del escalafón de matadores, pero tuvo la suerte de que Manuel Jesús «El Cid» viniera con el manual de tauromaquia en sus muñecas y una sensibilidad hechicera a flor de piel. La sombra de Victorino es alargada. La grandeza de «Bordoñés» brilla tan contundente que a uno le cuesta creer que haya quien le ponga pegas. Cinco toros como él, o sólo como su sombra, arreglan una temporada. A Victorino y a la fiesta. ¡Tanta bravura regaló!

Pero volvamos a lo de ayer. Morante no acabó de entrar en la tarde, primero con un Zalduendo repetidor pero molesto en su embestida, con desagradable derrote final, ante el que el de la Puebla realizó un esfuerzo con la muleta, pinturero, y un par de quites por chicuelinas y verónicas de bello y personal trazo. Pero el conjunto no caló en la afición maestrante. Con la tarde cuesta arriba, el público se enfrió con el torero sevillano en el cuarto, que entre protesta y protesta dibujó algún derechazo y una trinchera de cartel. Por raro que parezca, sus paisanos no estuvieron con él.

El Juli lidió al soso segundo de la tarde sobrado y técnico, pero la falta de fuerzas acució ese déficit de sal en la embestida del astado y llevó la faena por los caminos del aburrimiento. Además, mató feo. Despertó la tarde de su letargo en el quinto, que se movió mucho. Descubrió Julián la alegría de su embestida en un vistoso quite por chicuelinas. La sabia muleta del madrileño hizo que pareciera mejor, y le cuajó tres tandas de buen trazo con la diestra, ligando en línea recta pero con temple. Mano baja también al natural, con la distancia entendida a la perfección. Se echó sobre el morrilo con la espada y logró un espadazo algo desprendido y trasero, pero que bastó para llevarle un trofeo a sus manos.

El colorao que hizo tercero, primero de Manzanares, sacó genio molesto, protestón y deslucido. Le atacó Manzanares por el pitón derecho principalmente, siempre bien colocado y presentando la muleta y el pecho por delante.

Más que correcto el alicantino, que acabó con él de pinchazo feo y estocada. Pero quedaba el sexto para encumbrarlo en esta feria abrileña y ante una plaza maestrante que se rindió a sus pies.