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El viaje de Faruk

El fotoperiodista alicantino Vicente Albero publica Chicos del cobre, obra con la que retrata durante años la vida de un joven en Agbogbloshie, uno de los mayores vertederos de aparatos electrónicos del mundo en Ghana

El joven Faruk, en el vertedero de aparatos electrónicos de Agbogbloshie, en Accra, la capital de Ghana Vicente Albero

En un inmenso paraje de mugre y suciedad, donde los tonos negros y grises dominan un panorama desolador, en el distrito de Agbogbloshie, en uno de los vertederos de aparatos electrónicos más importantes del mundo, el fotoperiodista alicantino Vicente Albero conoció a Abdel Faruk. Le vio fumando un «plomo verde» y Albero le bromeó: «¡Qué bien huele eso!». El joven le sonrió. Hablaron e intercambiaron unas caladas. Y surgió una amistad que, durante años, ha servido para reconstruir un viaje de ida y vuelta a los infiernos de Dante en esta historia protagonizada por Abdel Faruk, el niño que, desde los 10 años, con la muerte de su madre, trabaja en aquel gigante estercolero donde afloran gases tóxicos sin control debido a la quema de cables o plásticos con los que obtener el cobre que les dará de comer en un ejercicio de pura supervivencia.

«Nadie les advierte del veneno que respiran, ni ellos son conscientes del peligro al que se enfrentan; padecen en silencio el lógico cuadro de síntomas: dolores de cabeza, problemas respiratorios, náuseas o insomnio. Y luego están, compañeros inevitables de toda degradación social, la delincuencia de baja estofa, el menudeo de drogas, la prostitución y la violencia a la que viven regularmente expuestos», indica Vicente Albero.

Chicos del cobre ( Kids of Copper), que comienza a elaborarse con las primeras fotografías en 2014, sigue pues los pasos de Abdel Faruk y sus amigos en el enorme vertedero de Sikkens, con los que Albero fue estrechando una sana que también conmovedora relación mientras ellos posaban y, al día siguiente, les regalaba esas mismas estampas. «Cuando veían su imagen sobre el papel -cuenta el reportero gráfico alicantino- se emocionaban, se enternecían y se sonrojaban».

Transcurrían los días y, aquellos posados, se transformaron en fotos de viveza, crueldad y vida. En ellas, Abdel Faruk y sus compañeros aparecen con gestos serios y sonrientes. Unas veces buscando entre los restos infinitos de los teclados, ordenadores, cristales y pantallas que cubren el terreno, en los que se ve a jóvenes a golpe de martillo contra las baterías, derramando líquidos peligrosos, o rebuscando entre hilos de cable por todas partes, con una laguna al fondo en la que es imposible vislumbrar algún blanco.

«Faruk, como todos sus amigos, fantaseaba con una vida mejor, con reunir el dinero suficiente como para dejar atrás todo aquello; pero sabía vivir su presente con una madurez y una nobleza que continuamente contradecían su corta edad y que hubieran sacado los colores a no pocos adolescentes europeos», apunta Alberto, que también tuvo oportunidad de acompañar a Faruk a su humilde lugar de descanso en Konkomba, integrado por casitas pegadas unas a las otras formando un laberinto que simboliza el caos de civilización en el que nos hemos convertido.

«Sobre ellos están los vertidos y la escoria, un paisaje desolado de abandono que no es sino la huella egoísta de nuestro cotidiano consumismo», afirma el fotoperiodista Vicente Albero.

«En Sikkens la actividad es frenética e incensante desde primera hora de la mañana, y un intenso olor lo impregna todo. La realidad es que en Sikkens, como ocurre en toda cadena de producción, cada eslabón desempeña su papel; cada persona es una pieza imprescindible para que la maquinaria funcione a la perfección. Hasta las niñas se encargan de acarrear en sus cabezas bolsas de agua con las que enfriar las bolas de cobre ya despojadas de su cubierta plástica. Finalmente estas bolas son vendidas a los intermediarios con básculas en mano junto a sus contenedores. Y a su vez estos intermediarios venderán sus valiosos contenedores a los mayoristas, normalmente de origen chino o libanés, que enviarán las materias primas de vuelta a sus países de origen para manufacturar nuevos dispositivos electrónicos, cerrando así el círculo vicioso», reflexiona Albero.

Pero el viaje sigue su curso, y el fotoperiodista alicantino le propone dirigirse al lugar de origen, al pueblo natal de Abdel Faruk en el norte de país. Tienen 500 kilómetros de carreteras difíciles por delante pero la ilusión rompe cualquier cansancio, cualquier síntoma de agotamiento hasta alcanzar Zabzugu. El reencuentro con la familia, con su padre Awudu, prácticamente ciego enfermo de cataratas, después de años, resulta sobrecogedor.

«En Zabzugu, Faruk mantiene un gesto alegre y cercano. Le sienta bien sumergirse en las rutinas familiares; allí vuelve a ser el niño que realmente es. Son suyos los rincones de la casa y del pueblo, los caminos, el mercado, la escuela; y suyos cada uno de esos momentos únicos», señala Vicente Albero sobre esta obra que, con fines solidarios, ha sido posible su edición con el respaldo de empresas como Carmencita, MarmolSpain, Plásticos Puerto, Martínez y Cantó, Tártaros Gonzalo Castelló o Grupo Iñesta, entre otros.

Chicos del cobre ( Kids of Copper), comienza ahora una gira de presentaciones con una primera parada en Novelda el próximo viernes 15 a las 20,15 horas en el Gómez-Tortosa.

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