P ¿Cómo recuerda a Weinstein?

R Me lo presentaron en una fiesta e inmediatamente vi de qué pie calzaba. Nos educaron para reconocer las miradas, y la suya era la del depredador.

P ¿Qué hizo?

R Poner toda la distancia que pude entre él y yo. Me cuesta entender a Rose McGowan, que asegura que la violó tres veces, o a Paz de la Huerta, que denuncia dos.

P El miedo es un pésimo aliado. Usted sabe qué es un abuso sexual.

R He sufrido dos.

P El primero siendo una niña.

R A los 7 años. Mi familia tenía un ático en Premià de Mar. Aquel día no funcionaban las luces del ascensor y un operario las estaba reparando. Fui a comprar el pan y al volver, aquel tipo, alto, con un mono blanco, borracho, me hizo entrar en el ascensor y, desde el entresuelo al ático, intentó violarme. Pero eso no fue lo más fuerte.

P ¿Qué puede ser más fuerte?

R Cuando entré en casa, con la cara desencajada, le dije a mi abuela: «Mira, ese hombre ha intentado...». Ella cerró la puerta y zanjó: «Aquí no ha pasado nada». Entendí muy pronto que lo peor no es la violación, sino que alguien niegue la verdad.

P (...) La segunda agresión fue en manada.

R A los 14. Yo iba al Institut Verdaguer, en la Ciutadella. Me había enfadado con unas niñas porque me habían llamado «llorona» y tardé en salir del centro. Iba andando sola. Llovía. Vi a un grupo de chicos que me dieron mala espina, me desvié y fui a parar a un callejón. Justo cuando cuatro me estaban rodeando, saqué una fuerza física que no sabía que tenía.

P Se defendió.

R Les pegué con el paraguas hasta acabar ensangrentada. Corrí, vi a un guardia y opté por no decirle nada. Cerca de casa, me senté en un banco y pensé: «¿Qué hago?». Decidí que eran cosas que pasaban, pero también que lucharía por el respeto durante toda mi vida.

P Seguramente ahí se apuntaló su fortaleza.

R No es una cuestión de fortaleza, sino de ética. Desde entonces he procurado establecer las reglas de juego. Tienes que decidir dónde quieres estar y qué estás dispuesta a tolerar.

P ¿En la profesión tuvo que decir «no es no»?

R Muchas veces. Sé lo que es el abuso de poder.

P Cuénteme un caso.

R En 1979, yo tenía que trabajar para comer. Rodé dos películas tan distintas como El crimen de Cuenca, de Pilar Miró, y Polvos mágicos, con Alfredo Landa, que fue el filme que sustituyó al de Miró cuando, pocos días antes del estreno, fue secuestrado por ser un alegato contra la Guardia Civil. Pues el director de Polvos mágicos, José Ramón Larraz, me invitó al hotel para hablar de mi personaje y lo que quería no era hablar en absoluto. Me encontré en medio de un abuso tal que me quedé sin palabras.

P ¿Reaccionó?

R Salí de allí como pude. Y acabé haciendo la película.

P Hubo atropellos de otro pelaje.

R Durante el rodaje de la serie Aquí no hay quien viva [2005-2006] supe que José Luis Moreno es un psicótico de manual. Aterroriza a todos. A mí no me tocó, pero me importa que traten bien a la gente que te abre la puerta. Si el director y el productor -las dos figuras capitales de un proyecto- faltan al respeto, nada funciona. También he sufrido abuso por parte de una mujer, ¿eh?

P ¿De qué tipo?

R María Luisa Bemberg, realizadora argentina de origen alemán, me contrató para la película Yo, la peor de todas. Quería que hiciera un acento neutro. Me puso una profesora durante todo el rodaje -con el esfuerzo que supone robar horas al descanso-, y después me enteré de que le hizo firmar un papel conforme yo no podía hacer el acento. Hasta el último día no me comunicó que me doblaría y que no me pagaría si no firmaba un papel autorizándolo. Me fui del país con un sentimiento de rabia e injusticia.

P Almodóvar no la volvió a llamar después de Matador. ¿Sabe ya por qué?

R No. Pero me he dado cuenta de que en Dolor y gloria ha hecho un esfuerzo por explicarse, y he pensado: «Igual ha llegado el momento de hablar con él».

P ¿Qué figura en su lista de experiencias agradables?

R Falcon Crest, sin ir más lejos. El ambiente era muy profesional y respetuoso, todo funcionaba estupendamente.

P ¿Y qué tal con Mickey Rourke, con el que rodó Orquídea salvaje?

R Era un hombre disfuncional, muy descentrado. Exigió que contrataran a su novia Carré Otis y la maltrataba de una manera increíble. La maquilladora no sabía cómo disimular los moratones.

P ¿Abandonó Los Ángeles por cosas así?

R Lo decidí el día que vi a Glenn Close sentada a mi lado en un cásting, esperando, con un Oscar ya en su haber. Pensé: «Algo no va bien».

P Quizá no queda otra.

R Siempre queda otra. Yo vivo en un tercero sin ascensor en el centro de Madrid, de alquiler, y no tengo coche. La riqueza material no es lo principal en la vida. No te llevas las casas y los yates al más allá.

P Mientras, a muchos les alegra la vida.

R Uno elige qué hacer y por dónde ir, y toda elección comporta unas consecuencias. Por otra parte, el cine es un espejo para la sociedad, tenemos responsabilidad. Por eso creé una escuela y he escrito Código de Buenas Prácticas del Actor en el Audiovisual (CBPAA). La educación es un arma poderosa.

P Su vocación ha trascendido. Es miembro del Comité Ejecutivo de la Academia de Hollywood, a petición de Tom Hanks.

R Es un honor. Somos unos nueve. Ed Harris, Laura Dern, Whoopi Goldberg... Gente muy inteligente. Nos reunimos dos o tres veces al año. El comité cuenta con un código ético, pero a raíz del MeToo se han interesado por el mío, que estoy traduciendo para ellos.

P ¿Qué dicen sus tablas de la ley?

R El código, cotejado con juristas de la Fundación Gregorio Peces Barba y de la Universidad Carlos III, y apoyado por más de 50 instituciones del sector, señala los principios fundamentales que deben ser observados por los colectivos de la industria. La transparencia es uno de los pilares. «Si no te gusta algo, dilo», sería una recomendación. «Denuncia a quienes violan derechos y principios de convivencia», otra.

P Pensar que hace unos años tocó usted fondo...

R A los 40. Me hundí al ver que no me quedaba embarazada, algo que anhelábamos mi marido [Scott Cleverdon] y yo. Si había sido capaz de poder con todo, ¿por qué no podía tener hijos? Me tomé un año sabático. Reflexioné sobre mi obsesión con el control, el orgullo, los errores que había cometido. Al cumplir 50 años hice un cambio.