La tarde de ayer en Sevilla tenía un nombre propio: Manuel Jesús El Cid. El diestro de Salteras se despedía de su público (aún le quedan Madrid y Zaragoza) y de una plaza llena, la Maestranza, que fue fiel testigo de algunos de sus más sonados triunfos en la primera década del siglo. Hasta cuatro veces cruzó el umbral de su Puerta del Príncipe.

Ayer hubo más emotividad que precisión, a pesar de lo cual el torero sevillano recordó al de sus grandes tardes por momentos en la faena al segundo, de la que perdió algún trofeo por pinchar, y se entregó ante el incierto quinto ejemplar de un deslucido encierro con el hierro de Victoriano del Río. Tiró El Cid de técnica y entrega en una faena coreada por un público sumido casi más en la melancolía y recuerdo de los grandes tiempos. Una oreja culminó el homenaje al torero de una de las manos izquierdas más caras de las últimas décadas.

Ni Ponce ni Manzanares pudieron lucir con dos lotes muy poco propicios. Silencio y silencio para el valenciano en sendas faenas a dos cinqueños. El alicantino podría haber obtenido algo más que una ovación del tercero de haber acertado con el acero, tras una faena de altibajos con algunos pasajes de interés. El sexto fue tan flojo que deslució todo. Silencio.