La crónica de una tarde como la de ayer debería ir dedicada a muchas personas. En primer lugar, a toda la afición villenense que volvió a llenar, como antaño, el moderno y recoleto coso. También a la empresa regentada por Manolo Carrillo, que ha luchado hasta el más mínimo detalle contra cuantos impedimentos se le han puesto desde casi todos los frentes. A la Peña Cultural Taurina Villenense, cómo no, por tan ímproba labor para mantener encendido el pabilo de una llama que casi todos querían apagar o dejar morir. Y a la Fundación Toro de Lidia, sin cuyo soporte legal los prohibicionistas habrían convertido a la bella ciudad del marquesado en un bastión de su afrenta contra la libertad.

Además, por si fuera poco, tanto los astados de Alcurrucén, con sus matices, como los tres diestros, favorecieron a que, a la postre, el triunfo y el triunfalismo anduviera de la mano. Sobre todo José Mari Manzanares, que sorteó el lote más propicio y cuajó dos faenas de distinto peso, más cumplidora la del segundo, más desatada la del nobilísimo quinto, premiado con la vuelta al ruedo. Atendía por Limonero, y permitió al diestro alicantino recuperar las mejores sensaciones con la mano zurda, perdidas hace tiempo. Hubo seis naturales de los de caricia y cadencia, ritmo y compás mecido, con Manzanares roto y dejándose ir en cada viaje. La derecha funcionó, como siempre, y hasta más, deleitándose en embeber la magnífica embestida de Limonero, que pedía toreo de caricia y luz. Una estocada algo desprendida dio paso al doble trofeo.

Había superado en fondo y forma a la faena a su primer oponente, el de su presentación ante la afición villenense. Hubo en esta, amén de un recibo capotero a la verónica notable, varias tandas de buen mando sobre la diestra, pero no llegó a acoplarse al natural. Tres pinchazos previos a una estocada dejaron el premio en ovación cariñosa.

Sobrero de regalo

Francisco José Palazón podría haber cortado las dos orejas del tercero de no haber necesitado de dos descabellos. Una se llevó por un saludo capotero airoso y varias series por ambas manos bien fundadas aunque no siempre bien rematadas. La inactividad se tenía que notar. Tras una lidia deslucida al mansísimo sexto, regaló el sobrero a iniciativa de sus compañeros, y arrancó otra oreja por una labor intermitente rematada de media certera. Tampoco el asado permitió más.

El Fandi anduvo bullidor en sus dos oponentes, lucido en capote y banderillas. Más desconfiado ante el primero con la pañosa, a ambos los recibió de hinojos, especialmente lucido en el cuarto, y los machacó a derechazos al hilo rematados con molinetes de rodillas, afarolados, circulares y demás repertorio populista. Oreja y oreja.