Nunca estuvo enterrado allí

Nunca estuvo enterrado allíLa partida de defunción de FX Balmis está firmada por el párroco de la Iglesia de San Martín de Tours, ubicada en la calle del Desengaño 26 de Madrid. El documento refiere que Balmis vivía en la calle Valverde 12, apenas a 300 metros de la parroquia y que fue enterrado en un «nicho del cementerio». Se refería el párroco al cementerio conocido como la Puerta de Fuencarral, que se inauguró en 1809. Su arquitecto fue el célebre Juan de Villanueva que introdujo en la capital madrileña el sistema de nichos. Tomó la idea del cementerio Père Lachaise de París, un emblemático lugar donde yacen los restos de muchos famosos y curiosamente, también los del exiliado Manuel Godoy.

El cementerio de Fuencarral, igual que otros cuatro del norte de Madrid, fueron clausurados y llevados a las afueras tras la terrible epidemia de cólera de 1884. Actualmente, en el solar de este antiguo camposanto se ubica el Corte Inglés de Arapiles. Aprovechamos para comentar que no se tiene certeza de dónde se encuentran los restos de Balmis, aunque a algún avieso se le ocurra la no disparatada idea de que estén un poco más abajo del parking de los grandes almacenes.

Descubrimos, sin embargo, que el cuerpo de Balmis fue sepultado en otro lugar. Supimos que justo al lado de su casa, en Valverde 15, se encuentra el Convento de las Mercedarias, también conocido como de Juan de Alarcón. Hace casi una década, la fina intuición del historiador JL Duro, le hizo llamar a las puertas del convento. Su aspecto de joven presbítero atrajo la atención de la monjita que le abrió la puerta y que tras media hora de seductora cháchara, le confesó que había personas inhumadas en las paredes del convento. En ese momento, apareció una adusta superiora que lo negó taxativamente, aunque nos dejó sembrada la duda.

Gestión ministerial

Gestión ministerialNo sabemos si es conocida la existencia de varios micro-ministerios en la sombra, todos ubicados en una casa de okupas que sirve de tapadera en la calle José Garrido del barrio de Carabanchel. Allí nos acercamos hace tres meses. De la oficinita del Ministerio del Mas Allá (MA), nos mandaron a la de Conventos Escondidos (CE) y de allí a la de los Tiempos Añejos (TAS). Sepan que el edificio es conocido en clave secreta como las MACETAS. Ejerce como ministro Fernando Jiménez del Oso que tiene dos secretarios de estado a tiempo parcial, Iker Jiménez y Jordi Hurtado. La gestión dio su fruto y tuvimos la suerte de que nos consiguieran una entrevista con el propio Balmis. Nos citaron a las cinco de la tarde en un local de Malasaña, El Vía Láctea, poco concurrido a esa hora. Queda cerca de la casa de Balmis y éste quería darse luego una vuelta por allí.

La entrevista

La entrevistaCon mucha cortesía, Balmis, dijo que disponía de menos de una hora, ya que tenía cita con el dentista. Nos recordó que había muerto desdentado y que se quería hacer unos implantes. Gozaba de buen aspecto y fue muy cordial. Tenía noticias sobre la viruela, sabía que estaba erradicada desde 1980 porque ese mismo año lo hicieron venir para otra entrevista a la que no acudió, prefirió irse a ver un concierto de Radio Futura. Era la segunda vez que volvía. Le sorprendió ver que existían los móviles y al ver las aplicaciones para predecir el tiempo comentó que le habrían venido muy bien en sus viajes. Se interesó mucho por las nuevas vacunas. Consideró un éxito la de la fiebre amarilla, enfermedad terrible en sus tiempos, manifestó incredulidad al conocer la del sarampión y le explicamos que casi se había eliminado pero que ahora estaba rebrotando. «¡¡Si no vacunan a los pobres, marginados e indígenas no lo conseguirán!!», dijo. Se entusiasmó al conocer los tratamientos contra la malaria, enfermedad que había padecido. Alucinó cuando le contamos que ahora había en España comunidades autónomas y que cada una tenía un calendario vacunal diferente. «¿entonces, no existe una Junta Central de Vacunas? ¡Qué desbarajuste!», exclamó. Para calmarlo un poco Pilar Morón le pidió una tila. Como no parábamos de preguntarle por sus viajes, nos hizo un estupendo regalo, un ejemplar del diario de su expedición. Nos confirmó que todos se hallaban perdidos y que Godoy tenía razón cuando dijo en sus memorias que lo había leído. Nos dio permiso para publicarlo y adelantó algunas cosas. Que se llevó a sus sobrinos a América porque le hacían la vida imposible a sus padres, los llamó «botarates». Que Isabel Zendal se sumó rápido al viaje porque ya se conocían de veces anteriores que él había estado en Coruña para viajar a América. Preguntado sobre si sabía quién era el padre del hijo de Isabel, frunció el ceño y dijo: «No me gusta fablistanear, soy un caballero». Omitimos preguntar si habían flirteado. Pidió un tequila y contó que empezó a comercializarse durante su época. Se aficionó a tomarlo en México porque se extrae del agave, la planta que él había traído de allí como remedio para la sífilis y sobre la que había escrito un libro. Contó que Puebla era su ciudad preferida en aquél continente y le dio datos precisos al doctorando Enrique Chavarría para completar su tesis. Le informamos sobre la cantidad de homenajes y celebraciones que se le estaban haciendo, sobre todo desde el bicentenario de la expedición en 2003, artículos, libros, premios o cátedras. Incluso le erigían bustos, uno de ellos robado hace muy poco. Se mostró muy agradecido por estos reconocimientos y, más aún, por el retrato que le había dibujado Berta Echániz durante la entrevista. Por fin le pusimos cara a Balmis. Salió apresurado. «Ya no llego al dentista y he quedado con Jenner a cenar en Santa Elena, presiento que será el comienzo de una hermosa amistad».

Fin de la serie

Estudiar medicina en su tierra natal

Estudiar medicina en su tierra natalBalmis preguntó como seguían los estudios de medicina en Alicante. Recordaba que en su visita anterior de 1980 ya se habían inaugurado, lo que le había complacido. No entendió cuando le contamos que los habían escamoteado. Tuvimos que explicarle con pesadumbre cómo ocurrió y, que ante la nueva y reciente propuesta del rector de la Universidad de Alicante para que se impartiese de nuevo y obtenidas todas las venias académicas, el gobierno autonómico daba largas demorando su aprobación. «¡Inaudito! ¡Qué dislate!», profirió. No nos atrevimos a decirle que, a sugerencia de Emilio Soler, queríamos proponer que el Hospital de Alicante llevara su nombre, por no explicarle que tal honor estaba en manos de los mismos que negaban la facultad de medicina.