Armero abrió sus puertas en Alicante hace 33 años. Primero lo regentaron sus padres y ahora se encargan del negocio sus hijos, Manuel y Javier Armero. Este videoclub situado en el barrio de los Ángeles fue pionero y después sobrevivió a las grandes cadenas de alquiler de películas que se fueron abriendo alrededor. Ahora se ha quedado solo y es el único que se mantiene en la ciudad, además del videoclub Goya.

Ambos son dos ejemplos de la deriva que han tomado estos negocios que hoy agonizan ante el reto de la piratería salvaje y las plataformas audiovisuales. No serán más de una docena los establecimientos de estas características que sobreviven en la provincia, reflejo de una situación que ha transformado el panorama de consumo de películas en casa. Si en 2005 se contabilizaban en España alrededor de 7.000 videoclubes, hoy no son más de 300 los que se mantienen en todo el país, según la Asociación Nacional de Empresarios Mayoristas del Sector Videográfico.

Convertidos casi en héroes de la nostalgia, los propietarios de estos establecimientos continúan por el amor al cine y, la mayoría, porque han diversificado el negocio para completar la falta de ingresos derivados de una reducción de alquiler de películas que ha ido decreciendo hasta colocarse en un 70 o 75 por ciento menos que en los años 90.

«El momento más álgido de los videoclubes fue en los 90 -asegura Manuel Armero-, llegamos a tener otro local más y 6.000 socios, pero a partir de 2000 fue para abajo». El negocio cambió, según él, «a partir de las descargas piratas de internet, cuando se popularizaron de forma brutal; entonces empezaron a cerrar. Luego la aparición de plataformas digitales no tenía por qué haber afectado tanto pero remató el sector porque ya estaba muy mal».

Por este videoclub de los Ángeles, no obstante, han pasado hasta tres generaciones. «Hay clientes fijos y algunos vinieron los padres, luego los hijos y ahora los nietos, pero antes venían sin una idea preconcebida y ahora suelen entrar con el título en la cabeza y si no lo tienes pues se van». Todo ello, con una reducción paulatina de los precios, que ha situado el alquiler de una película en 1,50 frente a los 2,50 de años anteriores, y con la única ventaja de que el local es de su propiedad. «La intención es aguantar mientras aguante el formato», dice.

En la misma situación se encuentra Enrique Cañizares, propietario del videoclub Goya de Alicante. Solo que aún tiene que pagar la hipoteca. «Si fuera alquiler sería imposible mantenerme», destaca. Hace 15 años que se metió en este negocio, ampliado con dos máquinas de Cinebank. «Al principio estábamos rodeados de videoclubes y lo pasamos mal, luego fueron cerrando muchos y para nosotros hubo estabilidad, pero esto ahora poco a poco se va acabando».

Cañizares achaca a Netflix buena parte de la culpa de su situación que en verano, en su caso, se agudiza porque todo el mundo está fuera de casa. Lo único positivo es que «antes las películas nos costaban 60 o 70 euros y ahora entre 15 y 18», aunque el precio de alquiler no ha subido en estos quince años, manteniéndose en los 2,20 euros. «Socios llegamos a tener más de 2.000, ahora muy pocos». Pagar la hipoteca y el seguro de autónomo son ya sus únicas exigencias.

Diversificar el negocio

Hace 25 años que Penalba 2 abrió sus puertas en Elche. Sus propietarios se jubilaron hace cinco años y su nuevo gestor cambió el nombre a Minimarket Videoclub. «Sigue siendo videoclub pero más enfocado a un 24 horas, una tienda que tiene un poco de todo». Por eso, afirma, «la cosa está estable e incluso a veces he hecho clientes nuevos», pero ratifica que «como videoclub sería imposible sobrevivir».

Juan Vicente Soler inauguró el videoclub Jaime I en Sant Joan en 1986. Luego abrió también un videocajero en Mutxamel, pero tuvo que cerrarlo hace dos años. «La cosa está muy floja y desde que se montó Netflix, peor». Asegura que su sueldo es «muy, muy flojo» y que sobrevive porque el local, único de sus características que aún queda en esta localidad, es de su propiedad, donde ha visto reducir el negocio en un 70 por ciento. «Para sobrevivir ya no da».

Otro ejemplo es After de Dénia, único superviviente en esa localidad, gracias al tesón de Luis Papiol. Empezó en este mundo en el año 80 en Tarragona y después se trasladó a Dénia. Empezó con máquinas en el 2000 que luego cerró y fue tan osado que hace ocho años se quedó con un local. «Ahora estamos en las últimas», afirma, ya que alquila solo entre 10 y 15 películas al día. «Aguanto porque tengo más de 6.000 películas clásicas y gracias a eso sobrevivo, pero puede que sea el último año».

«El problema -afirma este empresario- es quién se queda con tanta película porque me dolería tirarlas a la basura».