«¿Cómo explico que he hecho seguir una partitura a personas invidentes? ¿Cómo hago para dar a entender algo de lo que no hay referencias? ¿Cómo puedo hacer comprender que hay un instrumento que se puede tocar en grupo sin necesidad de ningún conocimiento musical?». Estas preguntas se las formuló a sí mismo el musicólogo Carlos Blanco Fadol cuando el pasado fin de semana consiguió que el Himno a la alegría sonara en las Cuevas de Canelobre de Busot interpretado por un grupo de 53 jóvenes con discapacidad visual.

Los músicos fueron los participantes del I Encuentro Internacional de Jóvenes con Discapacidad Visual, procedentes de Alemania, Francia, Italia, Reino Unido y España, organizado por la ONCE. El instrumento, el angklung, procedente de Indonesia y que solo da una nota.

Como cierre de estas jornadas, el Ayuntamiento de Busot les invitó a visitar el Museo de la Música de la localidad -cuyas carteles ya están impresas en braile-, que atesora la colección de Blanco Fadol, quien se ofreció para realizar este experimento, creando un método innovador y único. «Un minuto de explicación y ya puedes tocar este instrumento; cada persona ejecuta una sola nota, pero combinada con más gente produce una melodía y el resultado fue perfecto».

El reto estaba en que se trataba de personas invidentes con lo cual no hay partitura ni explicación que puedan leer. Así que Blanco inventó un sistema nuevo. Cada joven tenía un angklung en sus manos, al que se identificaba con un número que se correspondía a su vez con una nota, y detrás de cada dos se colocó un monitor. A través de una partitura numérica en una pizarra, el músico iba indicando con un puntero el número que debía tocar y entonces el monitor presionaba en el hombro de los músicos que tenía delante, para indicar el momento en que debían hacer sonar el instrumento. Y así se pudo escuchar el Himno a la alegría.

«Elegí esta obra porque soy un defensor de la Unión Europea y porque la música es universal, unió a invidentes de cinco países con lenguas distintas sin conocer ni la música ni el instrumento», destaca este coleccionista de instrumentos, candidato al Premio Príncipe de Asturias de la Concordía en el año 2009. «Y ellos estaban emocionados, fue brutal la experiencia».

Asegura que tuvo dudas del resultado porque nunca antes había puesto en marcha algo así. «Tenía miedo de que al apretar el hombro la reacción fuera más lenta y no se tocase el instrumento, pero salió todo perfecto».

Ya en el 89, Carlos Blanco creó unas herramientas especiales para que las personas ciegas fabricasen y tocasen sus propios instrumentos. «Yo lo que quiero es poner ojos a los ciegos y si puedo colaborar más con la ONCE en otros proyectos pues lo haré», afirma.

Todos los angklung pertenecen a su colección, ya que Indonesia es mecenas de su obra desde hace 35 años. «De hecho, voy a entregar al embajador una placa en agradecimiento en el museo de Busot y otra en el de Murcia, donde miles de escolares han visto mi colección y también tocado este instrumento». Ahora quiere repetir la experiencia con público, «aunque es más difícil».