No por esperada dejó de resultar algo desoladora la imagen de los tendidos a medio ocupar que presentó ayer la plaza en el que se supone es el día grande de la feria. No se saben a ciencia cierta las razones del porqué de esta dejadez consciente. Resulta difícil pensar que los primeros espadas no exijan esa fecha, y mucho menos que la empresa no quiera cuidar tarde tan importante. Este despropósito de no cerrar el cartel con primeras figuras y tampoco darle el color alicantino tradicional trae al final consigo este fiasco. Que se lo apunten en su «debe» quienes se den por aludidos. Y que no permitan que vuelva a ocurrir.

Por otro lado, hay que decir también que quienes decidieron no ir por la ausencia de nombres de postín, se perdieron un buen espectáculo. El encierro con el hierro de Luis Algarra regaló variados comportamientos y encastado juego, cada uno con sus matices. Tres principalmente ofrecieron posibilidades evidentes, y el resto del sexteto exigió un dominio que no siempre encontró en las telas de sus lidiadores.

El bravo Valeriano

Así se llamaba el castaño que saltó en cuarto lugar, al que El Fandi recibió con dos largas de rodillas y ramillete de verónicas airosas, con graciosa serpentina. Valeriano empujó en la primera entrada al caballo, y luego acudió otra vez por su cuenta, sin castigo esta vez. Correteó con alegría en todas las suertes, y el diestro granadino desgranó un tercio de banderillas sencillamente genial. La tauromaquia es tan variada que permite la emoción de muy diversas maneras. Pobre de aquel que se empeñe en limitarse con gustos exclusivos y excluyentes.

Los dos primeros pares llegaron en esa suerte casi contra toda lógica bautizada por Vicente Ruiz El Soro como la «moviola». Corriendo hacia atrás, el torero va dejando venir de largo al toro y cuarteando sutilmente para cuadrar los palos en la cara y clavar arriba. Si el primero ya se vivió con sorpresa, el segundo rayó en lo inverosímil. Luego David cogió dos pares, colocó uno al violín y, sin respiro, clavó el cuarto arriba. Los tendidos, encendidos. Emoción a raudales con la boyantía del animal, siguiendo al torero con mucho brío, y este dejándoselo llegar corriendo de nuevo hacia atrás y con la mano en el testuz del toro. Derroche físico y de conocimiento de los terrenos del astado.

Valeriano siguió con un tranco excelente en la faena de muleta, que comenzó de hinojos Fandila. Con pases cambiados por la espalda aprovechando el ritmo del toro, ligó dos tandas por el pitón derecho que demostraron dos evidencias: el de Algarra era de lío, y El Fandi no es torero de honduras precisamente. Eso sí: ni un pero a la entrega absoluta para agradar, luciendo la alegría de Valeriano en los cites de largo, siempre a su favor. No nos tienen que doler prendas en afirmar que Fandi baja mucho con la franela. Hubo muletazos largos por ambos pitones, mejor aire en los remates de pecho y el repertorio de molinetes, circulares, rodillazos y desplantes. Mucha forma y escaso fondo. Pero poniendo todo de su parte. La estocada culminó una lidia muy completa que justificó el doble trofeo. Lo que no puede entenderse de ninguna manera es el olvido a la honra ganada por Valeriano. Una atronadora ovación en el arrastre debió sacar los colores al despistado usía. Una pena.

Si ese fue un toro muy completo, hay que ver la calidad que derramó el llamado Impresnado, lidiado en segundo lugar por Cayetano. Lo recibió con ramillete de verónicas con escaso eco, y luego el piquero le endilgó de lo lindo en la única entrada al caballo. Tampoco llegó a los tendidos el recibo de rodillas con la franela tras brindar al respetable. Es algo que llama la atención: suertes que antaño calentaban de lo lindo el tendido, durante esta feria se ha constatado que apenas se les ha echado cuentas. Cosas de los públicos, vaya usted a saber.

Luego el menor de los Rivera Ordóñez le dio muchos pases, sobre todo por el pitón derecho en la primera mitad del trasteo. Algunos hubo de buen aire, ciertamente, pero pesó en el ambiente una constante evidencia de que el juego del animal, que repetía con nobleza pastueña largos viajes tras la franela, estaba muy por encima de lo que degustaba el torero. El animal regaló veinticinco o treinta embestidas para romper el cuadro, pero no se dio tal tesitura. Al toreo al natural, ya avanzada la faena, llegó más apagado Impresnado, a causa sin duda del sangrante puyazo recibido. Admitió también circulares finales, y uno de pecho al natural marcó lo mejor del quehacer de Cayetano. La ovación que el torero no quiso salir a saludar, quizá pensando que no se había calibrado justamente su faena, resultó más que sintomática.

No lo arreglaría el diestro de dinastía con Mediacaña, al que propinó un severo castigo en la única entrada y que pidió mando y firmeza en la muleta. Anotamos un trincherazo notable en los doblones iniciales. Y muy poco más... Falta de gobierno en la muleta, enganchones a destiempo, desplazamiento de la embestida hacia fuera... La castita de Mediacaña se le subió a las barbas, sin más. Ya se ha apuntado en ocasiones anteriores: a Cayetano se le observan carencias técnicas que, a veces, quedan demasiado evidentes. Y así ocurrió. La estocada evitó complicaciones mayores.

Muy técnico y lidiador, como contrapunto, se pudo ver al Fandi con el que abrió el festejo. Notario se ceñía y media cuando el granadino trataba de ligar los muletazos, y hubo de andar rectificando terrenos y vaciando algún viaje demasiado acostado. En un pase de pecho al natural le achuchó sin consecuencias. Pidió más música el torero para alargar incomprensiblemente una faena que ya no podía dar más de sí. Rodillazos y poco más. Siempre entregado, este Fandila.

Toñete había entrado en el cartel debido a que su apoderado es el empresario del coso alicantino. Una vez en el ruedo, no aportó el joven torero motivos para dar por justificada su presencia en la terna de hoy, ciertamente. La ironía onomástica le llevó a lidiar a Señorito en tercer lugar. Cumplidor con el capote, una media verónica en el quite resultó a la postre lo más conseguido del trasteo. El tal Señorito respondía con vibración cuando el torero acertaba a dejarle la muleta en la cara, llevarlo sometido por abajo y rematar vaciando el muletazo. La cuadratura del círculo, tan fácil de escribir como compleja de coordinar con el toro delante. Hubo prisas en los comienzos con tandas diestras tras un animoso inicio de rodillas. Algún molinete airoso adornó el toreo fundamental escasamente forjado. Cuando cogió la zurda, el intento se quedó en medios pases sin redondear. Se le vio excesivo en la gestualidad, como si no hubiera coherencia entre lo conseguido con el toro y la rotundidad del ademán hacia el público. También ocurrió en el sexto.

Lo peor fue que se atascó con el acero ante Señorito. «El que no hace la cruz, el diablo se lo lleva», dice el taurino refrán. Luego se quitaría la espina en la estocada al sexto, bien ejecutado y muy eficaz. Y única razón de peso que justificara la concesión de un trofeo demandado por una mayoría, cuanto menos, dudosa.

Y es que Sonador mostró en demasía las evidentes lagunas de este joven torero. En ocasiones le cogió cierto aire de medios muletazos con la derecha, pero al cabo hubo tropezones y desajustes demasiado manifiestos.

Se volvió a vivir en ese sexto una situación que se ha repetido al acabar el primer tercio todas las tardes. Como reliquia de cuando la suerte de varas tenía vigencia plena, el caballo de tanda volvía al patio de caballos acabando la vuelto al ruedo que le restaba tras las acometidas de los toros. Hoy solo el último piquero da esa vuelta, y no lo acompaña el director de lidia, a quien le correspondería el turno de hacerlo por turno. Su misión: estar al quite en caso de acometida imprevista del toro. La imagen de Luis Francisco Esplá escoltando escrupulosamente al piquero queda como reminiscencia de un tercio devaluado por todos los actores del espectáculo. O tempora, o mores.