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La rotundidad de El Juli y el toreo primoroso de Morante

La rotundidad de El Juli y el toreo primoroso de Morante

Podríamos comenzar con aquello del «decíamos ayer» (que la tradición atribuye a Fray Luis de León aun sin estar probado) en lo referente a la presentación del ganado de Garcigrande, cuestión de apariencias más que de esencias, que mostró ciertamente bondades en sus embestidas para que se hubiera recogido mayor balance numérico del que finalmente hubo. El quinto, que empujó en el único puyazo que recibió, marcó el cenit por su alegría, nobleza y duración. Y las manos que lo lidiaron, que también contribuyeron lo suyo a lucir a Diablito, que ya ocupa su hueco en la intrahistoria taurina de nuestra plaza al premiársele con la vuelta al ruedo en el arrastre.

A su primero, Bandolero, le había llevado El Juli a su aire en series por ambas manos correctas. Apretó mediada la faena para ligar y llegar más al tendido, y sumó también circulares con cambios de mano larguísimos, pero el acero le dejó sin premio.

A Diablito lo recibió después con el percal con templadas verónicas ganando terreno, dos chicuelinas y media airosa. Una vez sin los piqueros en el ruedo (?) llegó un coreado quite por zapopinas. Y tras un irregular tercio de banderillas, la muleta del madrileño actuó de imán sobre el ímpetu del astado. Diablito respondía en la distancia también, como se demostró tras un inicio genuflexo con varios pases del desprecio muy apreciables. Dos tandas con la diestra marcaron el camino y las cualidades del de Garcigrande. Los remates de pecho subieron el eco en los tendidos. A una serie con la zurda templada, enroscándose en el pectoral, sucedió otra a derechas hilvanando los muletazos. Vaya «cráneo previlegiado» el de este torero. Le falta la bohemia del duende, quizá también valleinclanesco, pero es que todo no se puede tener en la vida. Y eso que El Juli ha sido torero de evolución constante. Podría atribuirse aquellos versos cervantinos, cuando el más grande autor escribió: «Yo que siempre trabajo y me desvelo / por parecer que tengo de poeta / la gracia que no quiso darme el cielo». Pero hay que ver lo recio y contundente del toreo prosaico de Julián López. Dos orejas de ley tras una estocada trasera, clásico «julipié».

Y es que, para gracia y primor, los de Morante de la Puebla. Y eso que con el primero, que tuvo cuatro series de muy buen aire, no acabó de verlo claro. Anduvo por allí con demasiados pases sin decir nada. Que es decir mucho tratándose de Morante. Pero qué maravilla de capote, señores, que caída de vuelo la de su verónica, como en el recibo inicial. Tres y media a medio compás, casi a media velocidad, como si nada ni nadie importaran. Al cuarto lo recibió con dos faroles iluminados previos a cuatro verónicas y media tan inusualmente irregulares que lo convierten en el más excelso intérprete de este lance fundamental. Y luego, tres chicuelinas y una revolera hacia el caballo. Pura torería.

La gracia toreadora

El toro lucía un nombre premonitorio, Cuentagotas, pero el sevillano le cogió el aire, decidió que era aquí y ahora. Brindó a Esplá la obra por venir, y tras unos ayudados por alto con la rodilla flexionada de sabor decimonónico, dibujó dos tandas con la mano derecha de exquisito acento. Todo a media altura, donde el mansito protestaba menos y se fiaba más. Y también Morante. Tardaba en el primer viaje el toro, pero luego repetía algo huidizo a la hipnótica franela del torero de la Puebla. Alberti le dedicó, sin saberlo, ese verso de «la gracia toreadora» dirigido a su admirado Joselito El Gallo. Y quizá Rafael Duyos lo imaginara con «el divino secreto natural de la gracia» que epitafió a Manolete en esas salpicaduras de rocío embriagador con que hisopó la liturgia muletera: una trinchera graciosa, doblones a dos manos inverosímiles, el molinete belmontino abigarrado, derechazos de frente y molinetes con una rodilla en tierra, que el físico ya no da para más... Ni falta que hace. El acero no se afinó y el premio, que podía haber sido contundente, quedó en una atronadora ovación recogida desde el tercio. El que quiera más, que vuelva otro día.

Paco Ureña templó a la verónica al colorao que salió en tercer lugar. Otro estilo. El astado parecía reparado de la vista, y en la muleta se volvía del revés a los engaños y salía de los embroques sin pena ni gloria, lo que restó profundidad a los bien dibujados naturales del lorquino. Los remates de pecho por ambos pitones brillaron sobre el resto. Tampoco con el sexto pudo haber armonía debido a la condición tarda y poco entregada del toro. El péndulo final en las cercanía trajo aires del gran Dámaso. No hace falta el apellido. La oreja concedida, sin embargo, pareció demasiado premio. Vale.

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