«Tiempo de Tormentas» se define como una novela autobiográfica. ¿Cuánto hay de realidad en este libro?

Nunca estuve muy de acuerdo con la idea de adjetivarla como autobiográfica, aunque es cierto que es la historia de una madre y un hijo que llevan el nombre de mi mamá (Belén Lobo) y el mío. Tiempo de Tormentas trata sobre esa extraordinaria relación, en la que una madre defiende a capa y espada la libertad, la individualidad y la sexualidad de su hijo en un país donde se castiga mucho la homosexualidad. Creo que fue un ejercicio de libertad francamente extraordinario que realizó mi madre con un resultado súper óptimo. Por eso, cuando falleció, quise recuperar muchas de las cosas que recordaba para compartirlo con una infinidad de madres e hijos que estarían en esa misma situación.

¿Se podría decir que esta obra es un homenaje a su madre?

No, un homenaje me parece algo más aparatoso. Unos días después de enterrar a mi madre reflexioné sobre esa lucha sin fin con armas muy pequeñas, pero con muchísima estrategia, que mi mamá emprendió para defenderme y me di cuenta de que, en el fondo, con esa postura ella también estaba defendiendo su punto de vista ante la vida y ante la sociedad. Mi mamá creía que cada uno tiene que defender su diferencia, su individualidad sin hacer daño. Ella me defendió, me dio unos enormes instrumentos para reforzar mi personalidad y llevarme hacia el éxito y me hizo entender que si llamas la atención es para hacer de esa atención una lucha, un mensaje, algo que comunicar.

Esta novela también es un retrato de su Venezuela natal...

Tiempo de tormentas hace una reflexión muy íntima, muy personal y muy familiar de un país que está a punto de desaparecer, que es Venezuela, mi lugar de origen. Está en una situación de crisis tan extraordinaria y terrible que, claramente, el país que yo conocí y del que me marché en 1992 ya no existe. Al igual que mi madre, ha muerto.

En este libro relata situaciones muy duras a las que tuvo que enfrentarse. ¿Cambiaría algún capítulo de su vida?

Me hubiera gustado ser adulto mucho antes, la verdad. Tenía esa sensación de pequeño de que ser niño era eterno. No veía la hora de dejar de serlo. Quizás me gustaría volver a tener una vida para demostrarme todo lo contrario, que es fantástico ser niño y que no hay que tener tantas prisas.

También relata que durante su niñez sufrió «bullying», pero en su caso más de padres y profesores, que de sus compañeros de clase...

R Creo que fue un fenómeno que sucedió porque vivía en un mundo de adultos. Yo quería estar siempre con ellos y buena parte de esos adultos no querían permitir que yo fuera la persona que soy. Y eso seguro que le habrá pasado a muchísima gente, lo que pasa, es que quizás no hayan tenido el arrojo de decírselo a esos adultos tan poco colaboradores.

¿Por qué cree que la frivolidad es necesaria en la vida?

Porque me ha dado una óptica, un punto de vista. Creo que desde la frivolidad imparto mi mensaje, el de que la vida tiene muchas más capas de las que crees y es muchísimo menos frívola de lo que ves.

¿El Boris de puertas para adentro tiene algo que ver con el Boris de la vida pública?

No, para nada, porque afortunadamente en mi vida privada tengo a una persona maravillosa, mi marido (Rubén Nogueira), que me acompaña, de la que me tengo que ocupar y de la que disfruto y aprendo muchísimas cosas.

¿Sigue siendo el exhibicionismo la peor de sus hambres, como dice en la novela?

Digamos que, como dice Rubén (su pareja), yo conseguí hacer de una patología una fuente de ingresos.