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Al compás que marca Roca Rey

Manzanares, Castella y el diestro peruano salen a hombros tras cortar dos orejas cada uno de diferente peso y contundencia. El encierro de Juan Pedro Domecq lució una presencia mejorable, pero colaboraron con un juego noblón al triunfo de la terna

Al compás que marca Roca Rey

Hasta seis orejas se cortaron en la tarde de ayer. Como lo leen. Las grandes historias a veces se escriben con letra pequeña. Y al contrario. Con un protagonista sobre todos: el público. ¡Qué gozada, oigan! Así da gusto venir a la plaza, vaya uno de seda y oro o de trapillo, qué más da. Con esta luz tan mediterránea, tan cegadora y reveladora a la vez, y con el Benacantil al fondo. ¡No se puede pedir más! Bueno, sí: una opípara merienda mediado el festejo para celebrar la maravilla u olvidar el tedio. O ambas. La fiesta es Fiesta en nuestra plaza, así, con mayúscula inicial, y no se las ponemos en todas porque da no sé qué.

Cualquiera pensaría, al leer ese tremendo resultado de seis orejas y los tres toreros a hombros, que vivimos ayer un corridón de toros. En la «millor terreta», sin ninguna duda que sí, porque aquí se viene a celebrar. Triunfalismo de manual, sí, señor. Aunque los dos primeros episodios no resultaran nada halagüeños. Ni el jabonero barroso (por aquello de parecer manchado de barro) que rompió plaza ni el castaño albardado que le siguió mantuvieron un mínimo de casi nada. Ni de emoción, con flojeras e invalideces evidentes, ni de presentación. Porque el público de esta tierra se lo merece todo, menos un toro que, además de serlo, lo parezca. Esa maldita coletilla de «el toro de Alicante»...

¿Y alguien recuerda el tercio de varas? No pasa nada. Es una reliquia de la historia que solo de largo en largo y por error (como en el sexto del viernes) volveremos a ver. Estos animalitos ya salen para deslizarse en la muleta. Ya casi bajan del cajón a los corrales con media lidia hecha. Seis picotazos, seis. Nos birlan un tercio, el treinta y tres por ciento del espectáculo, pero no pasa nada. ¡Alegría!

Solo pasajes sueltos de cierta templanza en esas dos primeras faenas, decía, cada cual con su personal estilo, pero ayunas de cualquier emoción a causa de la ausencia de empuje de Llante y Rasgueo, los cornúpetas (por decir algo...) Y tampoco es que el tercero luciera unos bríos del otro jueves, pero Roca Rey está de moda y no es por casualidad. Desde el quite por chicuelinas ya enganchó con los tendidos. Hay que ver, esa moda de interpretar el quite cuando ya se han ido los piqueros. Claro, es que no hay nada que «quitar»...

Con la pañosa, el peruano comenzó con varios pases cambiados por la espalda (lo de la moda otra vez) y cuidó al flojo Macanudo, noblón y repetidor. Los remates de pecho tuvieron enjundia. Fuerte la personalidad de Roca Rey. Impactante. Los alardes finales en tablas, con arrucina ajustada incluida, levantaron al público. Estoconazo y oreja de ley. Se pidió la segunda, que le pareció demasiado al usía. La merienda aplacó a la masa.

La traca encendida

Ya estaba el ambiente cuesta abajo, y Castella, tras quitar por saltilleras airosas, ofreció su versión con la franela de comienzo con pases cambiados por la espalda. Los muletazos más templados surgieron de sus telas por ambos pitones, especialmente en una tanda con la zocata de longitud y remate. Uno de pecho circular levantó los tendidos. La emoción que no abundaba en la embestida de Niñato la puso el francés en las manoletinas finales y otro circular. Estocada y dos orejas.

Con este panorama, Manzanares salió espoleado. Le estaban mojando la oreja en su tierra. Tres largas de rodillas de recibo y dos chicuelinas le devolvieron el fervor de público. ¡Cómo le cuidan! ¡Qué lujazo! Por no ser menos, también abrió el último tercio con pases cambiados, rara avis en el repertorio del alicantino. Luego el toro admitió muchos pases, y José Mari se los recetó como pudo. A veces hubo temple, mejor los dos primeros de cada serie, porque al tercero se le cernía por no vaciar la embestida anterior. Peccata minuta que el público no apreció como desdoro. Martilleo acudía boyante al cite, y repetía, y el alicantino se entregó, y el público le correspondió. ¡Ay, el amor! No hubo «espíritu santo» en el toreo de ayer de Manzanares, pero tampoco era necesario. La tanda derecha final con cambio de mano coreado preludió una gran estocada en la suerte de recibir. Dos orejas.

Y quedaba el sexto. Pagano fue otro de Juan Pedro Domecq que ayudó desde el recibo de rodillas primero y por chicuelinas ceñidas después al torero de Lima. Su prestancia dota a todo su quehacer de una gravedad inusual que gusta, y mucho, en los tendidos. Quite por gaoneras y saltilleras, rematadas con buena media, y ya con la muleta, pequeño desajuste por el pitón derecho, con enganchones deslucidos, y luego vuelta a la zurda para, ahora sí, cuajarlo en muletazos de largo, larguísimo trazo. Hasta en dos tandas. Y luego, cercanías y circulares con bernardinas de infarto para cerrar. Viene a mandar en el toreo. El pinchazo previo a la estocada algo caída dejó el premio en una oreja con fuerte petición de otra y nueva bronca al usía. No había merienda ya, y esta sí se la comió.

Todos a hombros. Fiesta grande. ¡Y que se mueran los feos!

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