Hay que ver qué importante es la suerte suprema en el toreo. «Suprema», casi nada. Los neófitos no suelen calibrar en sus primeros asomos la suntuosidad de tan sublime momento, el único en el que el torero le pierde la cara al toro y cuando con mayor verdad, si se hace por derecho, se cruza la raya entre la vida y la muerte. Tan importante la habilidad con el acero que se les llama «matadores de toros», sin ningún sentido peyorativo. Antes al contrario. De tanto peso esa espada que se nos permite incluso llamarla tizona, como aquella poderosísima del Cid Campeador. Ayer la espada, el acero, la tizona, marcaron la diferencia entre el cielo y el infierno, taurinamente hablando.

El cielo lo vio cerquita Ginés Marín, aupado a hombros de los capitalistas (los que piden luego el «capital» por sus servicios), después de haberse llevado un trofeo de cada uno de sus oponentes. A Carapapa, el segundo de la tarde, le recibió en los inicios muleteros de rodillas en el tercio con un pase cambiado por la espalda. Cómo estará el toreo que ya casi ni causa furor en el tendido una suerte tan arriesgada. Ya de pie, dos tandas con la diestra con algún enganchón acompañaron la embestida noblona y repetidora del animal, que tampoco resultó un dechado de entrega. Se movió, como casi toda la corrida, pero algo desangelado a partir del tercer muletazo ligado. No es poca cosa, entiéndaseme. Pero acababan las series en una cuesta abajo de emoción que desdecían el buen temple anterior, si acaso. Algún natural de buen acorde y una última tanda a derechas apretando al protestón del Parralejo, precedierona las bernadinas que calentaron el epílogo de la faena. Ya está cantada la eficaz estocada, ligeramente trasera.

Similar planteamiento ante Panadero, que hizo quinto. El recordado Miguel Lizón hubiera dicho de sus defensas aquello de «astisospechoso». Ay, don Miguel... Dos quites le endosó el extremeño, mezclando chicuelinas, tafalleras, gaoneras, y dos medias de remate bien parecidas. Con el toro protestando a medio viaje, las tandas con ambas manos salieron ligadas pero insulsas, sobre todo cuando el astado dijo que ya no quería más fiesta. Se empeñó Marín con redondos finales, calentó un poco los tendidos y recetó otra estocada que le valió el trofeo que le abría la puerta grande.

El infierno en forma de acero lo vivió David de Miranda ante Protestón, un bravucón ejemplar que correteó mucho y pudo engañar a quienes confunden la velocidad con el tocino. Apretó en un buen puyazo de Rafael Carbonell, pero miró constantemente a las tablas desde entonces. No acertó a templarlo en la muleta el torero onubense, que dejó agridulce sensación en su presentación en nuestra plaza. Protestón humillaba y, cuando le someía por abajo, repetía con cierta vibración, pero los enganchones se sucedieron. El infierno del acero lo ensombreció toda un poco más. Al corral.

El tercero, Marinerito, fue un buen colaborador. Recibió airoso por verónicas y quitó por saltilleras en el centro del anillo. Aunque el animal era algo tardo en el primer viaje, luego repetía con cierta vibración dos o tres veces en las primeras tandas. A la tercera ya se aburrió. Algunos remates de pecho surgieron largos, barriendo el lomo. Terminó con circulares, arrucina y cercanías. Bueno...

Ración de «pegapasismo»

El colorao que salió en cuarto lugar fue, a la postre, el que mejores viajes ofreció. Cubanito repetía con franqueza cada vez que el madrileño le plantaba la muleta en el hocico. Hay que ver cómo recuerda la estética de López Simón a la de Alejandro Talavante. Desde la engominada y no siempre dominada cabellera (mi vecino de localidad dijo «greñas») hasta las formas de su toreo. A Cubanito le enjaretó tandas por ambos pitones, a veces hasta con largura. Cuando se suceden los muletazos y aquello no se calienta y no se oye un triste «ole», se habla de pegapasismo. Pues eso. Solo las ajustadas bernadinas despertaron al público para pedir el trofeo tras un espadazo contrario y atravesado.

Con el que rompió plaza, Inspirado, apenas tuvo la dignidad de pasaportarlo con celeridad dada la mortecina condición del animal desde que pisó el ruedo. Insistió hasta en que tocara la banda tras un achuchón torpe. Triste imagen de la que debieran avergonzarse unos cuantos.