«Tienes más valor que un torero», le dijo la escritora Carmen Posadas a Manuel Avilés cuando le contó su idea de escribir una historia coral con los alumnos de un taller literario. El título del taller no llevaba a engaño - Vamos a escribir una novela histórica- y los alumnos han seguido a pies juntillas la propuesta: el próximo 12 de junio presentan en la Sede de la UA en Alicante el resultado de tres meses de escritura conjunta, El barbero de Godoy, una novela histórica de cerca de 300 páginas escrita por 27 personas, incluido el coordinador, que ha «cosido» los textos que cada semana elaboraban los alumnos a partir de sus premisas.

Esta «brillante ocurrencia», como la define en el prólogo del libro editado por ECU el director de la Sede de la UA, Jorge Olcina, fue planteada por Avilés hace un año. «Le dije a Jorge que me apetecía hacer un taller literario y que de ahí saliese una novela histórica, porque este género es el que a mí me gusta y les obliga a buscar documentación», explica el artífice de la idea, que reconoce que en su momento «nadie -ni siquiera algunos alumnos que se apuntaron- creía que de un curso de 50 personas en Alicante y otras 50 en Elda pudiera salir una novela. Pero así ha sido», afirma.

Uno de los «descreídos» era Gildo Casamayor, funcionario y autor de varias novelas, que se unió al taller sin mucha confianza. «Tenía mis dudas de que fuera a ver la luz porque es muy difícil hacer algo coherente y que resulte interesante al lector con tanta gente y cada uno con su estilo», admite Casamayor, uno de los 27 autores implicados finalmente en la escritura -otros no escribieron pero siguieron el taller-, que hoy ve «muy bonito» tener un libro «escrito por tantas personas, pero lo interesante es que hemos aprendido mucho, tanto gente que no había escrito nada como gente que había hecho sus pinitos».

Antonia Romero, recién jubilada del Instituto de Medicina Legal de Alicante, asegura que el taller ha sido «una de las mejores experiencias que he vivido». «Al principio empezamos un poco perdidos, pensaba que íbamos a oír a alguien contar cómo hacer una novela histórica y cuando te das cuenta de que la escribimos nosotros... Eso motiva mucho», añade la alumna.

Historia con ojos de barbero

La historia de El barbero de Godoy se sitúa en la España de 1790, «Carlos IV reina, cae Floridablanca y asciende Manuel Godoy, que fue primer ministro con 26 años sin ser noble», explica Avilés. A partir de ahí, un personaje ficticio, Santiago Riquelme de Castro, parte de Badajoz recomendado por un cura para convertirse en barbero de Godoy y, desde esa atalaya privilegiada, narrar la historia de España hasta el siglo XIX.

«Él nos decía en qué momento se situaba la historia, los días que duraba el viaje, las pautas a resaltar... Y sobre eso nos documentábamos. Yo me he vuelto loca investigando, tenía montañas de folios de documentación», relata Matilde Clivillés, funcionaria jubilada de 73 años, que confiesa haberse «enganchado mucho» al taller, del que incluso «grababa las clases», a pesar de que al comienzo le daba «mucha vergüenza» mandar sus escritos al profesor. Su compañera Antonia destaca que «hemos consultado hasta manuscritos antiguos para saber cómo era la sociedad, como vivía. Yo me estudié los bailes de la época, por ejemplo, y nos documentamos para ver cómo moría el barbero de hidropesía, que es retención de líquidos».

El barbero de Godoy recorre la conspiración de El Escorial, el Motín de Aranjuez, el golpe de estado de Fernando VII contra Carlos IV y la venta del país a los franceses, «pero pasándolo bien y disfrutando porque esto ha sido un disfrute contra el alzhéimer», como apunta Avilés. La historia, prologada por Posadas y Olcina y con portada de una alumna pintora, Carmen Castaño, tiene su guiño a la provincia porque culmina en Alicante en 1816, donde viene a morir el protagonista, y también se recrean las batallas contra los franceses en Castalla.

«Todo tenía que ser veraz y sin copiar nada», recuerda Clivillés y Mario Córdoba, perito judicial, destaca lo beneficioso que ha sido «aprender historia escribiendo».

Avilés, que cada semana leía 50 folios de los alumnos y que, tras su filtro, se reducían a seis, ha compuesto «el puzle» con un fin, «que la novela se lea como si fuera a una sola mano». La experiencia ha sido tan satisfactoria que se plantean una segunda entrega.