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La tumba del esclavo desconocido

El museo de La Vila Joiosa inicia la restauración del esqueleto localizado en una de las excavaciones arqueológicas en el cementerio Les Casetes que sacó a la luz más de 150 enterramientos

La restauradora de Vilamuseu trabaja sobre los restos del cráneo del esclavo localizado en La Vila. David revenga

La Vila Joiosa conserva bajo tierra mucho de los restos de su historia y de aquellos que vivieron en épocas pasadas. Entre los hallazgos de los últimos años hay algunos que han llamado la atención de los expertos. Ese es el caso de los restos óseos que se encontraron en la que se conoce como la tumba 413 de las excavaciones arqueológicas en el cementerio de Les Casetes y que podrían pertenecer a un esclavo desconocido que pudo correr la peor de las suertes.

Estas excavaciones se hicieron en 2015 y, cuatro años después, siguen poniendo sobre la mesa enigmas de cómo era la vida en aquella ciudad y de cómo se trataba a los muertos según la escala social que ocupaban. La restauración de esos restos es la que dará las claves para entenderlo. La campaña sacó a la luz la calzada que conectaba la ciudad de fenicia íbera y romana de Álon con los valles de Alcoy y 150 tumbas y depósitos rituales desde el siglo VII a. C. hasta el siglo IV/V.

La última fase, desde mediados del siglo II, es la que muestra cómo «cambió el rito de enterramiento en el Imperio Romano», según explica el director de Vilamuseu, Antonio Espinosa. «Hasta entonces el cadáver normalmente se quemaba y desde ese momento, la gente comenzó a inhumarse, es decir, a enterrar el cuerpo sin quemar». Así que, con esa costumbre en funcionamiento, abrir alguna de esas tumbas fue encontrarse con restos de los antiguos pobladores. En esa tumba 413 se encontró a «un individuo dentro de una fosa orientada de norte a sur».

Los primeros datos aportaron algunas claves: la «simple posición de los hombros en V» apunta a que el cadáver «estaba amortajado, es decir, apretado dentro de un sudario cuando se enterró». Además, aparecía «tumbado boca arriba, cubierto de tierra y piedras de gran tamaño, mayor de lo habitual, hasta llenar la sepultura».

Pero lo que más ha llamado la atención de los investigadores es lo que presentaba en el cuello y que era inusual: un objeto de hierro. En concreto, una gruesa argolla de 2-3 centímetros de grosor.

¿Y qué significado tiene? Espinosa explicó que en la antigua Roma «se colocaba piezas así a los esclavos más conflictivos, los que tenían riesgo de fuga». Así que el desconocido de la tumba 413 podría ser uno de esos esclavos, aunque será un estudio antropológico de los restos el que aporte más datos como la edad, el sexo o los problemas físicos que pudo tener.

Pero mientras ese punto llega, la restauradora de Vilamuseu, María José Velázquez, ya tiene en marcha la restauración de ese cráneo y el resto del esqueleto. Unas tareas que tuvieron una fase previa en el yacimiento para intentar conservar intacto el hierro, «que se conserva muy mal bajo tierra» y de los restos.

Así, según las mismas fuentes, se le realizaron unos «primeros auxilios» en la excavación engrasando cada pieza para mantenerlas en su sitio con la «colocación de capas de gasa con una resina que las endurece, a modo de la escayola que nos ponen en una pierna o un brazo cuando nos lo rompemos», explicaron.

Esta técnica «es imprescindible para que una pieza frágil llegue al museo con cada fragmento en su lugar original». Ahora el trabajo es en el laboratorio y con mucha precisión: «se elimina con cuidado esta protección y acaba realmente su excavación», explicó Espinosa quien recalcó que sin este tratamiento, «muchas de las mejores piezas de Vilamuseu se habrían deshecho y no habrían llegado hasta nosotros».

El misterio del cuerpo

Quién era ese esclavo y qué hizo para que lo enterraran así es lo que está por descubrir. El director de Vilamuseu explicó que «algunas de estas argollas tenían inscripciones que pedían su detención y su devolución al dueño a cambio de una recompensa» por lo que este desconocido aún llevara la suya en el cuello cuando lo enterraron «podría significar que ni siquiera le dieron la libertad cuando murió, algo que se hacía para proporcionarles el derecho a un entierro digno».

Las incógnitas aún son muchas porque el cierre de la argolla «muestra otra barra vertical de hierro que aún no podemos explicar». Así que el trabajo de restauración hará el resto: «no podemos descartar que la extraña forma de la argolla y la barra vertical, cuando estén limpias y las podamos distinguir con claridad, sugieran una explicación incluso más cruel». Y es que junto a las calzadas, a la entrada de las ciudades romanas, se realizaban «algunos de los castigos más terribles a los condenados». Quizá el esclavo desconocido corrió esa mala suerte.

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