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Exposición en Barcelona

La desconocida pasión de Azorín por Cataluña

Una exposición en Barcelona descubre la admiración que el escritor alicantino sentía por el pueblo catalán

Imagen de la exposición «Azorín i Catalunya. De Joan Maragall a Lluís Companys» de Barcelona. pep herrero

Mucho antes de la firma fundacional de Azorín en 1904, el periodista alicantino ya había manifestado su apoyo cultural -que también político- a Cataluña en numerosos retazos de su producción literaria. De hecho, en los orígenes y formación de la marca creadora de José Martínez Ruiz, mucho antes de sus libros más conocidos como Los pueblos o La ruta de Don Quijote (1905), o incluso de su viraje del anarquismo al conservadurismo, de la radicalidad a la templanza, cabe redescubrir las coordenadas de esta relación amorosa -que también desconocida- entre Azorín y Cataluña que exhibe la reciente exposición del Palau Robert de Barcelona.

Así pues, ¿qué temas, qué causas, qué pudo alimentar y suscitar el interés de Azorín por Cataluña? En realidad, este fue un acercamiento progresivo y prolongado en el tiempo, aunque algunas notas pueden ayudarnos a entender este contexto en la poliédrica biografía azoriniana. Vayamos por partes.

Anarquismo

Una bomba mata a 12 personas y produce otros muchos heridos de consideración en el atentado anarquista de la procesión del Corpus Christi de Barcelona en junio de 1896. El artefacto explosivo debía caer contra las autoridades políticas y religiosas pero la dirección falla y lo hace finalmente en la retaguardia, sobre ciudadanos y víctimas inocentes. La crispación e indignación creciente desencadenan redadas y detenciones masivas, la mayoría sin pruebas y en condiciones irregulares. Más de 400 presos se apiñan en el castillo de Montjuic sometidos a humillaciones y terribles torturas.

José Martínez Ruiz, que se definía como un «periodista de la verdad», aprovecha el escaparate internacional que le ofrece entonces el diario La Campaña, de París, de su amigo Luis Bonafoux, para denunciar las represalias de los encarcelados con el fin de sensibilizar a la opinión pública. Su propósito era servirse de este nuevo canal de información parisino para reproducir en Francia el escándalo que se pretendía silenciar en España.

Por ello, en «El horror de Montjuic», Azorín describe al detalle los castigos con úlceras, fiebres, sangre y orines de los presos de Montjuic, haciendo uso de las informaciones y relatos de las familias de los anarquistas catalanes. Con el claro fin de concienciar, y sin medias tintas, escribe:

«Las partes genitales le fueron retorcidas con una caña partida y una cuerda de guitarra. Su tormento duró siete semanas. Desde el 10 de agosto hasta el 16 de septiembre. Este último día le abofetearon tan brutalmente que vertió por la nariz más de un litro de sangre», indica sobre Sebastián Suñé. «Además de beberse los orines, cosa que hicieron todos los atormentados, como su calabozo era muy húmedo se pasaba las horas lamiendo las paredes. Ulcerada la boca por la fiebre, ulcerado el cuerpo por los golpes, loco por el dolor, pensó en morir», afirma en alusión a Francesc Callís.

En este intervalo de tiempo, Azorín se había aliado ocasionalmente con los anarquistas de Barcelona en El País y El Progreso, pero jamás lo había hecho con tanta crudeza e implicación como en «El horror de Montjuic». De este modo, Martínez Ruiz se comparecía de los más débiles e indefensos sin importarle qué causa ideológica se encontraba detrás, fuera esta anarquista, republicana o federalista. Lo suyo, asegura, era estar siempre del lado de la verdad.

La «nueva» literatura

Después de verse envuelto en dos duelos a muerte en 1898, Martínez Ruiz rebaja la carga crítica de sus artículos (a Joaquín Dicenta, el dramaturgo de moda, le acusó de borracho, infiel y poseedor de una obra sobrevalorada), y redirige su mirada a las vanguardias culturales de Barcelona. De hecho, para el alicantino, Cataluña representa la nueva esperanza de la literatura con las traducciones de Gabriele D'Annunzio o Maurice Maeterlinck ante el ambiente «retraído» de Madrid (El Progreso, 2 de febrero de 1898).

Sabemos que Azorín lee en catalán (lengua que domina puesto que el valenciano se escucha con naturalidad en su pueblo natal, Monóvar, y en el de su madre, Petrer) mientras se inspira en Els artistes de la vida, de Felip Cortiella, o Silenci, de Adrià Gual.

Su fervor y pasión por Cataluña van a más a juzgar por sus manifestaciones: «Cada vez admiro más a Cataluña. No se mide la estatura de un pueblo, de una época, por sus hombres eminentes, por el número de genios en las ciencias, en las artes, en las letras; se mide por la masa, por el pueblo, por la clase que trabaja y produce. La tierra catalana es admirable por eso (?)», señala en El Progreso el 19 de marzo del mismo año de la debacle y pérdidas de las colonias de ultramar. También en Madrid Cómico y El Globo defiende Azorín la tierra «viva y próspera» de Cataluña.

Bautizo periodístico en Barcelona

Azorín había trabajado hasta entonces para las hojas volanderas de Alicante, Madrid e incluso París, pero su «realización» como periodista, su obsesión, transcurre en esos instantes por Cataluña. Esto explica la necesidad por estrenarse en la prensa catalana, lo que se materializa con La Noticias, de Barcelona, en un bautizo plenamente intencionado en el que, entre otros asuntos, destaca su papel triunfante en la polémica Electra de Benito Pérez Galdós en Madrid en 1901.

Es decir, el debate antirreligioso de la trama galdosiana (el padre Cermeño «persuade» a una novicia para ingresar en un convento sin el consentimiento de la familia), lo utiliza Azorín a modo de «autopromoción» de su trayectoria periodística en el rotativo barcelonés de Las Noticias.

Es más, para José Martínez Ruiz la prensa catalana ejercía un papel clave en su época, un puente de diálogo en la vertebración de España, múltiple e infinitamente rica en su diversidad cultural.

Asimismo, en su campaña contra el juego, la corrupción y la prostitución en 1902, Martínez Ruiz no solo se conforma con las hojas volanderas «centralistas» de Madrid, por lo que también remite cartas y telegramas a los diarios de La Veu de Catalunya o La Publicidad.

Incluso años después, en 1906, debido al conflicto soberanista y la Ley de Jurisdicciones (el ejército cierra distintos rotativos catalanes por las ofensas a la patria y al Estado), Azorín, en su viaje a Barcelona con ABC, se entrevista con agentes culturales y sobre todo con los principales reporteros y directores de periódicos catalanes como Miguel Oliver ( Diario de Barcelona), Roca y Roca ( La Campana Gracia y L'Esquella de la Torratxa) o Prat de la Riba ( La Veu de Catalunya).

Eso conllevó que los artículos no solo se redujeran al público madrileño de ABC, sino que también vieran salida en los diarios catalanes (algunos traducidos), con elogios hacia Azorín por haberse acercado a las fuentes primarias alejadas de la «intoxicación» informativa de Madrid.

Maragall y Pi i Margall

Azorín es un entusiasta de la cultura que irradia y proyecta Cataluña. De este modo, en 1901, Martínez Ruiz no duda en colaborar con Arte joven que Pablo Picasso funda en Madrid con el objetivo de consolidar y crear en la capital un movimiento modernista similar al que se estaba desarrollando en Barcelona.

Pero mucho antes, desde los primeros libros de Martínez Ruiz, la cuestión catalana se sucede en sus páginas con citas a Joaquín María Bartrina ( Buscapiés, 1894), a José Yxart ( Literatura, 1896), Ignasi Iglesias ( Soledades, 1898) o Enrique Buxaderas ( La evolución de la crítica, 1899).

Sin embargo, son Joan Maragall y Francesc Pi i Margall los intelectuales que aprisionan la relación intelectual más destacada de Azorín en su conexión con Cataluña. Del primero, existen numerosos intercambios de libros, cartas y elogios por El alma castellana o Diario de un enfermo. Incluso, en El Progreso, Azorín ya alude a Maragall por sus apariciones en la revista Catalonia, que encierra todo lo mejor de Cataluña «que es como decir de España». En Las Noticias, de Barcelona, le califica además como «el primer lírico de España», afeando, por otro lado, a los redactores de El Imparcial su desconocimiento por Joan Maragall ante la propuesta de un banquete-homenaje en Madrid.

La amistad y reconocimiento por Francesc Pi i Margall fue también inmensa, significativa y constante. Por Pi y Margall, Azorín milita en el Partido Federalista de Monóvar, y se adhiere por tanto a sus valores. Es, en palabras de Martínez Ruiz, «una de las personalidades más eminentes de la España contemporánea, uno de los pocos hombres que con más decisión han combatido siempre por la cultura nacional».

El prólogo de La sociología criminal, considerada como la tesis doctoral de Martínez Ruiz en un estudio sobre la libertad, filosofía y responsabilidad, fue redactado por Pi i Margall.

Una imagen errónea

El escritor de Monóvar es complejo, díficilmente abarcable, y una visión miope puede inducir al desacierto

En los orígenes de José Martínez Ruiz están la clave de su proceso de formación, referentes y, sobre todo, las señas de identidad de su estilo, que corrigen en este sentido la imagen errónea de un Azorín rendido a la dictadura franquista o la de un escritor «orfebre» del lenguaje dedicado exclusivamente a los clásicos, el paisaje y los pueblos.

Azorín es complejo, difícilmente abarcable, y una visión miope puede inducir al desacierto, por lo que la reciente exposición del Palau Robert de Barcelona, organizada por la conselleria de Economía de la Generalitat de Cataluña con fondos de la Fundación Caja Mediterráneo, resulta imprescindible por ser un amplio e innovador recorrido en la trayectoria azoriniana con nuevos datos y alianzas que asombran: Azorín, como presidente del Pen Club, visitó al president Lluís Companys en la cárcel Modelo de Madrid después de los acontecimientos del 6 de octubre de 1934. Companys, que declaró la independencia de Cataluña, actuó con rectitud y lealtad al Gobierno de la nación según defendió Azorín. El 15 de octubre de 1940, tras una farsa de juicio, Companys fue fusilado. Azorín trabajó en el Diario de Barcelona a principios del siglo XX, y colaboró posteriormente en La Vanguardia.

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