Fueron ellas, hijas y nietas de personalidades, quienes me acercaron a sus ilustres antepasados. No supe por letra impresa sino por sus voces cómo fueron sus prestigiosos antecesores en los rasgos humanos, distinguiéndolos de los extraordinarios que les caracterizaron como creadores, cuales sus preferencias y costumbres en la intimidad familiar, sus amigos, esperanzas, luchas y decepciones. Gabriel Miró, Germán Bernácer, Óscar Esplá y Juan Vidal llegaron a mí en sus más desconocidas facetas por la fuente más cercana a sus vidas: Olympia Luengo Miró, Eda y Any Bernácer, Amparo Esplá y Conchita Vidal. A Olympia dedico este artículo por ser la primera de ellas que traté.

Guía, voz y memoria

Olympia Luengo Miró, nieta de Gabriel Miró, era muy pequeña cuando murió su abuelo, quien el 17 de julio de 1928 comunicaba gozoso el nacimiento al poeta Jorge Guillén: «Ha llegado mi nieta, blanca, rubia, calladita y buena. Se llama Olympia Felicitas». Olympia conoció profundamente todas las vicisitudes de la vida de su abuelo, del hombre y del escritor, por el recuerdo vivo mantenido por sus padres y especialmente por su tía Clemencia Miró Maignon, quien entregó gran parte de su vida al estudio, a la memoria y amoroso cuidado y difusión de la obra de nuestro escritor. De la dedicación de Clemencia hay numerosas páginas fragmentarias para su empeñado proyecto de una biografía, con recuerdos del Miró no desvelado, el compartido en la intimidad familiar, páginas ricas en detalles relacionados con su progenitor, así como rectificaciones a inexactitudes en biografías y en ensayos de otros autores.

Desde la temprana muerte de Clemencia en 1953, Olympia fue guía, voz y memoria del escritor para todos cuantos quisieron profundizar en la vida y obra de su abuelo. Su casa fue lugar de peregrinaje literario de españoles y extranjeros. Acogió a profesores, prosistas, poetas e investigadores como Jorge Guillén, Juan Guerrero Ruiz, Carmen Conde, Dámaso Alonso, Roberta Johnson, Ian MacDonald, Vicente Ramos y Miguel Ángel Lozano. Uno de ellos, el hispanista Edmund King, profesor de la Universidad de Princeton, trabajó allí año y medio.

De ambas descendientes recibí un valioso legado. De Clemencia me cabe el honor y responsabilidad de custodiar hasta su destino último parte de los originales de su obra literaria, su archivo epistolar, fotografías, sus poemas y numerosas páginas manuscritas para su malogrado proyecto de una biografía de su padre. De Olympia recibí abundante información y el calor de su amistad. Distinguida en el gesto y en la palabra, amena e incansable conversadora me asesoró en cuanto precisé. Gabriel Miró llegó a mí en su dimensión humana por la palabra cálida y culta de su nieta. Mi relación con Olympia data de 1972 y se intensificó cuando en 1.994, hallándome libre de obligaciones profesionales, me propuse la consecución para Alicante de los fondos documentales de ilustres alicantinos que custodiaban sus descendientes persuadiéndoles para que los depositaran o donasen a la Obra Social de la CAM.

El legado

Las gestiones para lograr la cesión de legados de intelectuales no son fáciles; los herederos -con los que hay que identificarse y respetar sus planteamientos y pactos establecidos- son conscientes de la trascendencia de entregar apreciados bienes que además de su valor afectivo son la huella y el fruto de creación de su progenitor. Saben que la entrega de un legado ha de ser acertada porque es un acto definitivo, aunque este puede ser revocado cuando las entidades legatarias incumplan los compromisos pactados con los donantes, dificulten o impidan el acceso a los fondos, o hagan uso inadecuado o caprichoso de los mismos obstruyendo su mejor aprovechamiento intelectual. Pese al exigible rigor y eficaz utilización en los fines a que han de destinarse los legados, se da el caso de una entidad receptora de ellos en la que prevalece alardear de su posesión y exhibir heterogéneas misceláneas documentales. Torpe y triste deriva es esta que so pretexto de crear destruye innecesariamente pudiendo ocasionar la exigencia legal de devolución de algunos legados por incumplimientos con los donantes.

El legado de una gran personalidad como Gabriel Miró, que es parte muy significativa de la raíz e historia familiar a la par que de la cultura española, no planteó a los nietos dudas sobre el mejor destino del mismo. Tanto Olympia como su hermano Emilio valorando el interés y devoción que la Caja había demostrado siempre por todo lo que a Gabriel Miró y su obra respecta, como fue la creación y cuidado mantenimiento de un centro bibliotecario y de investigación dedicado al escritor, elogiado por los Nobel Vicente Aleixandre y Camilo José Cela, acogieron complacidos mi iniciativa y la llevamos a buen fin. Así lo exponía Olympia en el acto de donación: «Después de donar en 1981 la biblioteca y muebles del despacho de Gabriel Miró, mi hermano Emilio y yo hemos entendido que el epistolario, documentos personales, archivos y obra inconclusa manuscrita debería quedar en Alicante, expresando así el deseo permanente de Gabriel Miró de regresar a su tierra. [?] Y hemos llegado felizmente al día de hoy en que, con la firma de cesión de los derechos de la propiedad intelectual a esta encomiable entidad, culmina todo el proceso que ha ocupado largas horas de trabajo a nuestro querido y admirado Manuel Sánchez Monllor».

El lugar hallado

En la casa de calle General Martínez Campos de Madrid, donde era acogido por Olympia y su esposo, el doctor Juan Pallarés, había dos estancias dedicadas al escritor con muebles que le pertenecieron, retratos de Miró niño y joven por Lorenzo Casanova y Adelardo Parrilla, el cuadro Los primeros pasos de Casanova, (que el pintor quería que le representase en un museo en Alicante y que su sobrino Gabriel Miró poseyó desde 1901), el piano, una nutrida biblioteca, un buró vitrina repleto de documentos? Aquel lugar evocaba al escritor y los versos de su hija Clemencia: «Es aquí, en este cuarto /donde tanto pensó tu hermosa frente, / donde tu mano, en los campos de nieve de papel / la pluma hacía labrar surcos de tinta; / cosecha generosa, grano que florecía / en obra pura». Allí, durante muchos días de 1994, dediqué jornadas de diez horas a inventariar los fondos mironianos, que pude culminar con la colaboración y asesoramiento de Olympia quien seleccionaba y me acercaba documentos, en gran parte manuscritos por Miró, que predisponían a la recreación emocionada: originales fragmentarios de Años y Leguas, Sigüenza y el Mirador Azul, Los Magos? Todas las dudas se resolvían porque con asombrosa memoria Olympia me ilustró con precisión de datos y concreciones sobre los publicados e inéditos, la situación del escritor y su familia en cada etapa de su vida, sobre otros coetáneos, lugares, años? Mostrándose incansable mantenía en todo momento su natural simpatía y cordialidad y me hablaba del carácter alegre de su abuelo, de su recogimiento, de su amor a la naturaleza, del rechazo que sentía por la agresión de los turistas a «las aguas limpias e inocentes de los manantiales», y su palabra y su rostro se enternecían recordándolo todo como vivido por ella .

Miró desvelado

Refiriéndose a las montañas de La Marina que su abuelo tanto amó y sintió estéticamente me habló de la preocupación de Gabriel Miró por el deterioro que advertía año tras año en el patrimonio natural alicantino inmortalizado por él en varias de sus obras: Del Vivir, El Libro de Sigüenza o Años y Leguas. Estaba segura de que si Miró hubiese vivido más sus desvelos se habrían encaminado, en un doble frente literario y conservacionista, a legar a las generaciones futuras en correcto estado de conservación el extraordinario paisaje mediterráneo que le sirvió como inspiración.

Su privilegiada memoria atesoraba recuerdos conocidos por transmisión oral familiar. Anécdotas y costumbres que nos acercan al hombre estaban en la memoria de Olympia. Sabía que Miró leía a sus hijas La Odisea y La Iliada y que ellas, extasiadas por la calida voz de su padre, creían ver pasar los carneros, a Polifemo palpando sus lomos y a Ulises que les parecía gracioso y juvenil; que su abuelo era hábil montando construcciones de recortables para sus hijas pequeñas, a las que también entretenía hablándoles a la vez que les mostraba ilustraciones de La Biblia y de El Quijote; que paseando por el Pinar de Las Planas perdió sus gafas de aro de concha e iba tan absorto hablando que no sabía por donde habían caminado y las buscaba por lugares donde no habían estado; y que iban los tres cerca del rompeolas de Barcelona para ver los trasatlánticos que salían hacia Alicante.

«Mi abuelo -me decía Olympia- iba con frecuencia a los jardines de las Vistillas donde le gustaba contemplar la lejanía. Allí hay ahora una plaza con su nombre», y también sabía de la ternura de Miró quien algunas noches les cantaba a su hermano y a ella tomándola en brazos. Me informó que todas las noches charlaba de lo acontecido con su yerno y amigo el doctor Emilio Luengo y que tras fumar un cigarro concluía su jornada escribiendo antes de irse a dormir. Me habló de los muy festejados santos de Miró en 27 de febrero en la casa del Paseo de Ramiro en unión de sus tías Concha y Teresa escoltadas por una criada alcoyana que portaba cestas de los rollitos y magdalenas que le gustaban a Miró. Y en Barcelona, donde adornaban la casa con ramas de almendros en flor recibidos desde Alicante, y compartían calor amigo con los Pi Suñer, Granados, Alsina? «Quiso Miró -me decía- que a sus hijas les hablasen de Cristo como hombre, no como hijo de Dios, pues fue hombre antes que nada, y que como ser humano sufrió y esparció la semilla generosa de su doctrina pura y noble».

Sobre sus trabajos literarios tenía certeza de que « Sigüenza es sólo una parte de Gabriel Miró, pero no todo él»; que el escritor no claudicó nunca ante los editores, que destruyó casi todos los originales, y que se repetían errores como creer que el protagonista de La Novela de mi Amigo era Lorenzo Casanova, porque fue otro pintor que Miró conoció en la academia de su tío.

Mi enriquecedora relación con Olympia continuó hasta el final de su vida con una fluida comunicación. Año tras año, ella y Juan me enviaban cariñosas felicitaciones navideñas, siendo frecuentes sus llamadas telefónicas e intercambios de información cuando acontecía algo relacionado con su abuelo. Olympia celebraba mis hallazgos documentales y bromeaba - «¡Manolo, estás hecho un sabueso!»: primeras ediciones dedicadas, cartas del escritor, fotografías? En una de sus cartas me decía: «No tengo palabras, eres el amigo felizmente encontrado en Alicante. Amigo con mayúscula! Para Carmen [mi esposa] un cariñoso abrazo y otro para ti lleno de amistad. Olympia».

Epílogo sin Olympia

Tras su fallecimiento en el año 2015 estuve de nuevo varias veces en la casa con los cordialísimos Juan Pallarés y su hijo Jorge. En la salita dedicada al escritor alicantino se conservaba una reducida y selecta parte del legado mironiano que la familia se había reservado: primeras ediciones, manuscritos -entre ellos el último realizado por Miró- negativos y álbumes con fotos inéditas, los retratos de niño y joven por Lorenzo Casanova y Adelardo Parrilla? Renovada emoción sentí al tener en las manos tesoros únicos, irrepetibles, como cartas y obras del escritor en las que este, página a página, dejó su huella con modificaciones autógrafas. Juntos rememoramos a Olympia y todo me lo confiaron.