Una larga dolencia

« Cuando yo era pequeña era la vida entonces un asunto muy raro, un suceder de cosas que nadie conseguía comprender sin asombro. Entonces, en aquella estación de la vida, en aquel interludio entre el sueño y las cosas, en aquella penumbra en donde el sol salía cada vez que mi madre cantaba o mi padre mojaba los pinceles en el dulce café que había puesto mamá ante su caballete. Cuando yo era pequeña, en aquella epopeya de esperanza y desdichas, en un tiempo de escombros, ilusiones, pesares, en un tiempo en que algunos creyeron sin temor en la vida mientras otros temblaban, en aquel folletín en que los desvalidos, los tristes miserables soñaron por fin había llegado su día, su futuro. Entonces, cuando la vida se escondió detrás de la metralla y los niños quedamos al amparo del caos. Tres desconciertos tristes e indefensos, tres pequeñas desgracias aturdidas, cansadas, mudas, espantadas. Eso fuimos. Pero la vida es más inexplicable, y mientras el orden del desastre nos obligó a ser huérfanas nosotras decidimos hacer una alianza contra la que el horror nada pudiera. Y nunca pudo nada. Aquellos tres asombros desolados, aquellas tres nostalgias delirantes, que tan sólo contaban con la desolación de una madre asolada, se acercaron las unas a las otras y soñaron vivir para una vida en la que nada las pudiera separar. Y así fue su destino».

( Ensayo general. Poesía 1966-2017)

Hace tiempo

« (...) Sé que una vez,

cuando era niña,/

el mundo fue una tumba, un enorme agujero, / un socavón que se tragó a la vida, / un embudo por el que huyó el

futuro.

(...) Es verdad, fue hace tiempo, cuando todo empezaba,/ cuando el mundo tenía la dimensión de un hombre,/

y yo estaba segura de que un día

mi padre volvería/

y mientras él cantaba ante su caballete/ se quedarían quietos los barcos en el puerto/ y la luna saldría

con su cara de nata.

Pero no volvió nunca.

Sólo quedan sus cuadros,

sus paisajes, sus barcas,

la luz mediterránea que había

en sus pinceles/

y una niña que espera en un muelle lejano / y una mujer que sabe que los muertos no mueren».

Los trescientos escalones

«Papá, perdimos tantas cosas / además de la infancia y los trescientos escalones que tú pintaste/ nunca he sabido si para decirnos que había que subirlos o bajarlos./ Y ahora pienso, desde tu mano que me ayudaba a recorrerlos, / que tal vez me dijiste entonces / que había que subirlos y bajarlos / y para eso los pintaste / y para eso pasaste días enteros / pintando una escalera interminable,/una hermosa escalera rodeada de árboles y árboles, / llena de luz y amor, /una escalera para mí,/ una escalera para que pudiera subir,/ vivir,/ y una escalera para descender,/

callar,/ y sentarme a tu lado como entonces».

Pavana del desasosiego (A Félix)

«Y de pronto la vida se explica de otro modo. / y nuestro corazón se vuelve loco.

Todo se ha transformado en un instante,

los árboles susurran como niños

que estuviesen contándose un secreto.

(...) El tiempo te acompaña enternecido

y en la penumbra llora una guitarra

una canción para que duerma el mundo.

La voz de la piedad cruza el silencio:

escondida en la música, la vida

cuenta la historia de su amor secreto. (...)

Ay amor, ay amor, dulce alimaña,

doméstico caimán que nos devora

sin dejar de llorar desconsolado, ay amor,

que te fuiste tan pronto, tan sin causa,

cuando dolías tanto que pensábamos

que ibas a ser eterno.

Y ahora vuelves, regresas con tus lágrimas (...) /Y de pronto la vida se explica de otro modo /

y la tarde regresa a la mañana,

y la noche se enciende como un cráter

que todo lo calienta y lo ilumina.

Y el tiempo, el viejo tiempo abandonado,/ escucha la canción de la guitarra, / oye con estupor su anochecida historia. / Ay amor, ay amor que nunca acabas, que regresas cantando tu canción / y a su compás la vida cambia el paso /y de pronto se explica de otro modo / y se encienden las luces de la casa / y todas las ventanas dan al mar».

Testigo de excepción

«Un mar, un mar es lo que necesito.

Un mar y no otra cosa, no otra cosa.

Lo demás es pequeño, insuficiente, pobre. Un mar, un mar es lo que necesito.

No una montaña, un río, un cielo.

No. Nada, nada,

únicamente un mar.

Tampoco quiero flores, manos,

ni un corazón que me consuele.

No quiero un corazón

a cambio de otro corazón.

No quiero que me hablen de amor

a cambio del amor.

Yo sólo quiero un mar:

yo sólo necesito un mar.

Un agua de distancia,

un agua que no escape (...)

Un mar, un mar del que ser cómplice.

Un mar al que contarle todo.

Un mar, creedme, necesito un mar,

un mar donde llorar a mares

y que nadie lo note».

(Historia de una anatomía, 2010)