El Museo del Prado celebra el 150 aniversario de la nacionalización de las colecciones reales, y su conversión en museo nacional, con una exposición que gira en torno a la pintura Fusilamiento de Torrijos y sus compañeros en las playas de Málaga (1887), del pintor alcoyano Antonio Gisbert que también fue director de la pinacoteca nacional.

Así lo expreó el director del museo, Miguel Falomir, durante la presentación de esta pequeña, «pero no modesta», exposición, que buscar recordar, desde hoy y hasta el 30 de junio, que en 1868 se nacionalizaron las colecciones reales. Una pintura para una nación. El fusilamiento de Torrijos es el título de la muestra, que gira en torno a esa pintura de temática histórica de Antonio Gisbert, una obra de «impresionante formato», 390 por 601 centímetros.

El cuadro cambiará su habitual ubicación para exhibirse rodeado por su boceto preparatorio, expuesto por vez primera tras su reciente restauración, y documentos como la última carta que el general Torrijos (1791-1831), un militar y político que luchó contra el absolutismo de Fernando VII, escribió a su esposa antes de morir. Pero además de poner de relieve este aniversario, la exposición y la exhibición de este lienzo quiere recordar otro hecho relevante.

Precisamente, ese mismo año de 1886, cuando Gisbert era director del museo, el gabinete liberal de Práxedes Mateo Sagasta, durante la regencia de María Cristina, le encargó este cuadro, un lienzo que se convirtió en un elemento simbólico de la lucha por la libertad y la construcción de la nación española, y también porque es la única pintura de historia que fue encargada por el Estado con destino al Prado.

Su adquisición se hizo por la Real Orden de 28 de julio de 1888, con destino al entonces llamado Museo Nacional de Pintura y Escultura, en el que entró en el Inventario de Nuevas Adquisiciones 837.

Según destacó Javier Barón, jefe de conservación de pintura española del siglo XIX, la obra de Gisbert es «una especie de canto a esos héroes tanto de la independencia como de la lucha por las libertades contra el absolutismo de Fernando VII».

«Es el que queda en la historia de la pintura española como la gesta mayor de todas las luchas de los liberales en contra del absolutismo», remarcó el jefe de conservación del museo.

Según describió, su composición pictórica muestra figuras «de tamaño superior al natural», de alrededor de dos metros, lo que le da un tono «heroico, épico, grandioso».

Se trata de las representaciones de Torrijos, en el centro de la composición, junto a otros de sus compañeros, como el antiguo presidente de las Cortes Manuel Flores Calderón, el exministro de Guerra Francisco Fernández Golfín y el teniente británico Robert Boyd.

«Son figuras en las que el pintor se inspiró en los grabados y litografías preexistentes, como la del duque de Rivas que pintó durante el exilio a Torrijos. Para aquellos que no había documentos históricos se basó en las fotografías de sus descendientes, y con ellas construyó un fresco histórico de gran verosimilitud, de gran eficacia», matizó.

La presencia de los cadáveres en primer término, las dimensiones de las figuras, superiores al natural, y su acertada y expresiva caracterización individual causaron gran emoción cuando se expuso el cuadro. Nada más conocer su muerte, el poeta liberal José de Espronceda escribió un soneto,en honor a Torrijos.

Además, en la composición el artista relegó el pelotón de fusilamiento al último término, tras la larga fila de los condenados y los cadáveres del primer término, tendidos sobre la arena. Y, guiado por su deseo de veracidad, viajó a Málaga para ver el lugar de la ejecución y se entrevistó con algunos testigos.

Gisbert planteó la pintura con grandes dimensiones e imponentes figuras, de tamaño superior al natural, que estudió en un dibujo. Este, de dimensiones también extraordinarias para lo que era habitual en un boceto, se expone, tras su restauración, por vez primera. En las modificaciones que hizo se advierte la voluntad de severa depuración que guio al artista. Este quiso mostrar una visión objetiva, próxima al naturalismo, estilo entonces triunfante en Francia, que se avenía con sus propósitos de veracidad.