La Real Orden de 1 de septiembre de 1803 que anunciaba la expedición a las autoridades de los territorios por donde iba a pasar la «comitiva vacunal», destacaba la importancia de los niños e indicaba el buen trato que debían recibir. Se les debía procurar un adecuado alojamiento y se contemplaban gastos de asistencia y manutención por cuenta del erario municipal por donde transitaran. Balmis se interesó y preocupó para que esto ocurriera así. Sin embargo, la realidad fue muy distinta.

Galleguitos

Balmis escribió en el Reglamento de la Expedición «que cada niño deberá ir provisto de 6 camisas, un sombrero, tres pantalones y tres chaquetas de lienzo; un pantalón y chaqueta de paño; tres pañuelos para el cuello y tres para las narices y tres pares de zapatos y un peine». Mostraba así su preocupación para que fueron equipados decentemente. También sugirió respecto al destino de los niños españoles «me parece más preferible regresarles á España en el primer Buque que se presente de la Real Armada y podrán ser más felices si la piedad del Rey les señala cinco ó seis Reales diarios hasta que lleguen a ser aptos para ser empleados, que no el dejarlos en América al cuidado de los Virreyes para que les facilite su educación y mantenimiento á expensas de S.M. porque además de costarle cuatro veces más no lograrían jamás buena educación, en unos países tan abundantes de vicios y en donde la incauta juventud se pierde con mucha facilidad». Este plan no se cumplió, y los niños nunca volvieron a España. Balmis relata que «el Virrey mandó colocar a los 21 niños galleguitos (el que sumaba 22 era Benito, el hijo de Isabel Zendal) en el Hospicio de pobres confundiéndolos en la miseria y asquerosidad de los mendigos, y ocupando a los de mayor edad en concurrir alumbrando en los entierros». Años después Balmis comprueba que en el Hospicio «solo restan cuatro, y los demás han sido extraídos por personas que se han hecho cargo de su educación y subsistencia», pero insiste en conocer su paradero solicitando a la Real Audiencia «le pase relación circunstanciada del paradero de los jóvenes extraídos con expresión de los sujetos en cuyo poder están, trato y educación que se le da». Balmis no recibió contestación. Alguno de los niños efectuarían reclamaciones años después como es el caso de Cándido José, natural de La Coruña, que en 1813, solicitaba al Virrey en una carta, que puesto que por orden del Rey estaba bajo su protección, habiendo pedido ser cadete de un regimiento, se le había denegado ofreciéndosele una beca para efectuar la carrera eclesiástica. Añadía que aceptaba emprender esos estudios y rogaba «se sirva tener la bondad de mandar ponerme en posesión de dicha beca, para evitar cuanto antes el riesgo a que mis mejoras están expuestas por el ocio».

Los niños mexicanos

Balmis estimó que para llevar la vacuna de México a Filipinas necesitaba 24 niños a los que añadió dos por seguridad para hacer un total de 26. Debían partir de Acapulco a Manila. Tuvo que buscarlos en varias localidades mexicanas. El modo de conseguirlos fue variado. En unas ciudades se hizo a cambio de dinero, en otras gracias a la participación de las autoridades civiles o religiosas y siempre bajo el amparo de la Corona, que asumía «su manutención, se vistiese y educase a cuenta del Erario, hasta que tuviesen la edad correspondiente para poder ser colocados según su aptitud y circunstancias». Para los padres era un duro trago desprenderse de sus hijos, de ahí las promesas de garantizarles un futuro.

También en este caso Balmis se ocupó de redactar la lista de ropas y utensilios que necesitaban. Se incluía un uniforme que llevaba bordado un escudo con la siguiente inscripción «sirvo a la serenísima de Asturias única en su Albergue» dedicado a la reina.

Durante el trayecto hacia Manila hubo problemas con el capitán del barco. Este había prometido un «departamento amplio y bien ventilado para los Niños, donde cada uno tuviese su catrecito separado para evitar el peligro de que unos a otros se comunicasen la vacuna de un modo involuntario». Pero no cumplió su acuerdo, los niños dormían en el suelo hacinados, «muy mal colocados en un paraje de la Santa Bárbara lleno de inmundicia y de grandes ratas que los atemorizaban, tirados en el suelo rodando y golpeándose unos y otros con los vaivenes». Esto supuso que algunos niños quedaron inútiles para propagar la vacuna. A la incomodidad se sumó la escasez y malas condiciones de los alimentos. Balmis reaccionó denunciando al capitán y exigiéndole la devolución de lo cobrado por el viaje.

De vuelta a México, el Virrey dictó una orden para que los niños fueran devueltos a sus hogares, encargando dicha tarea a Rafael Gómez que así lo hizo con la mayoría de ellos. A cargo del erario público quedó su manutención, ropa y educación hasta que tuviesen la edad para «poder ser colocados según su aptitud y circunstancias». También con estos niños hubo quejas y reclamaciones. El padre de Guillermo Toledo relataba que había entregado a su hijo de cuatro años y medio desprendiéndose del tierno amor que le profesaba y que este volvió a su poder «con diez y nueve cicatrices, prueba nada equivoca de sus progresos y logros de los fines a que se condujo». Este ejemplo induce a preguntarse si resultó ética la utilización de estos niños. Lo veremos pronto. «Se continuará...».