Miguel Hernández es una voz vital, de verdad literaria, de vida y muerte permanente. De ahí la vigencia de sus versos, en constante análisis e interpretación en nuevas antologías como esta última del director del Instituto Cervantes, Luis García Montero, titulada El viento de la vida y editada por la Diputación de Jaén.

En su estudio introductorio, el poeta García Montero trabaja las finas hebras que separan poesía de biografía, de lo real y ficticio que envuelve la literatura, lo que es sin duda una labor encomiable, difícil y compleja, en el laberinto de emociones del oriolano Miguel Hernández.

«Los vínculos establecidos entre la biografía o la ficción forman una parte fundamental de las apuestas creativas: ¿Dónde situar la vida?, ¿dónde situar el lenguaje?: son dos preguntas claves para el autor que quiere contar o cantar. Las tomas de decisión literaria tienen mucho que ver con estas dos preguntas. Los grandes poetas son los que resuelven esta paradoja de la vida hecha ficción y de la ficción que no se aparta de la vida. Un juego de distancias», afirma García Montero en un amplio repaso por los libros hernandianos Perito en lunas (1933), El rayo que no cesa (1936), Viento del pueblo (1937), El hombre acecha (1938) o Cancionero y romancero de ausencias (1938-1941).

A partir de ahí, el director del Instituto Cervantes se adentra en el juego de simbologías y significados de los versos de Miguel Hernández, con referencias a otros prestigiosos investigadores como José Carlos Rovira y Carmen Alemany, de la Universidad de Alicante, entre otros muchos, descodificando metáforas sobre el sexo, el erotismo, sobre la huerta, el toro o la religión, en un lenguaje de amplias resonancias.

«Quizá sea una paradoja elegir a un poeta como Miguel Hernández, que vivió 32 años, desde el 30 de octubre de 1910 hasta el 28 de marzo de 1942, para ejemplificar las relaciones cambiantes entre biografía y escritura. Pero es que su historia vital y literaria se conformó en el vértigo de las contradicciones y las paradojas», apunta García Montero, quien agrega sobre esta antología que « El viento de la vida recoge los poemas que más me han gustado siempre, pero también aquellos que me parece que pueden aportar luz, desde un punto de vista crítico, a mis palabras».

Los versos dedicados al niño yuntero y al hambre de una madre, junto a la «Elegía» a Ramón Sijé, las nanas de la cebolla o bien sobre el amor a Josefina Manresa se combinan con otros pasajes poéticos más desconocidos que, a juicio de Luis García Montero, configuran un legado inseparable en el universo hernandiano. Siempre en un estudio que, junto a sus aportaciones, el director del Instituto Cervantes ahonda, investiga, comparte e incluso discrepa sobre otros autores como Jorge Urrutia, José Luis Ferris, Eutimio Martín o Agustín Sánchez Vidal.

«Miguel Hernández no era un burgués con ideas republicanas, un intelectual con valores políticos, sino una voz del pueblo, marcada por la necesidad, por las desigualdades sociales, por el hambre, por sus orígenes de clase. Y a ese origen iba a responder la poesía en un momento de lucha», reflexiona García Montero a partir de El rayo que no cesa.

Francisco Reyes Martínez, presidente de la Diputación de Jaén, concluye por su parte: «Una obra artística tiene la capacidad de trasportarnos a otras creaciones. En un texto literario las palabras pueden conducirnos a lo largo y ancho de la historia literaria: palabras que resuenan en otros autores, época o géneros. Por eso, un breve poema puede convertirse en el inicio de un viaje imprevisible. La obra de Miguel Hernández ha sido y es influencia en innumerables autores que no han podido escapar a la fuerza de sus escritos: versos que han trascendido a la obra posterior de poetas, músicos o dramaturgos, entre otros muchos creadores».