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Sempere, el poeta que no creyó serlo

El artista de Onil escribió más de una veintena de poemas entre 1975 y 1982, una producción literaria que recoge sus conflictos internos

Asomado y Después, poemas manuscritos reproducidos en Eusebio Sempere en el recuerdo (Caja de Ahorros de Alicante y Murcia. Alicante, 1986). Abajo, Irene Mira Sempere, durante la lectura de poemas. A la derecha, el artista junto a Irene en su casa de Cuenca en 1968. (Jorge/Jaime Blassi. Archivo Familia Sempere).

«Estoy atado / a mis manos / de huesos y sin carne // amaso la mañana con las manos / y en la tarde/ son ramas de otros árboles». Deseo manual es su título y Eusebio Sempere, su autor. Es uno de los más de veinte poemas que el artista de Onil escribió a lo largo de siete años, entre 1975 y 1982. Una faceta, la poética, poco conocida por voluntad propia, la del artista poeta que nunca creyó serlo.

La sobrina del creador de Onil Irene Mira Sempere se ha ocupado de estudiar estos versos que vertía en el papel como una necesidad más que como un ejercicio literario y ese análisis -que el pasado viernes expuso en el Instituto Gil-Albert para abrir el ciclo Alimentando lluvias 2.0- lo incluyó en la última revista Canelobre, dedicada a Sempere. Un estudio literario al que ha unido su propia experiencia vital junto a su tío.

Recuerda que en la Pascua del año 75 le explicó a ella y a su hermana, en su casa de Cuenca, que llevaba un tiempo sintiendo un impulso irrefrenable de escribir poesía. Tanto es así que dejaba papel y bolígrafo junto a su cama porque «o bien se desvelaba ante la entrada impetuosa de versos en su mente, o bien se despertaba en mitad del sueño con una imagen o una frase que debía anotar rápidamente», destaca. «Parece que emergía de él, no era algo racional». Aunque su relación con la poesía venía de lejos. «Años antes nos había regalado un disco de poemas de Miguel Hernández, recitado por Nuria Espert y Daniel Dicenta».

Sempere siempre había leído poesía. Incluso a mediados de los 60 empezó a incluir poemas en sus carpetas de serigrafías. Laín Entralgo, Julio Campal, Góngora, José Miguel Ullán, Gerardo Diego, Rafael Alberti, Gabriel Miró y, como no, su poeta de cabecera, San Juan de la Cruz. «La fuerza de la palabra tenía algo expresivo que la pintura no le transmitía; eran imágenes muy fuertes porque en un gouache podía estar un mes, pero una imagen poética que podía salirle con dos frases era algo muy potente, pertenece a otro lugar más oscuro del alma y eso es lo que sale en su poesía».

¿Y por qué no incluir sus propios poemas en sus trabajos? Pues porque, según asegura, «nunca se creyó poeta, no consideraba que estuviera a la altura. Por eso nunca las dio a conocer», asegura Irene Mira, licenciada en Filología Hispánica y en Danza, Coreografía e Interpretación. «Las escribía y muchas veces las regalaba, por eso no tenemos muchas».

Los temas que centran sus versos son «las grandes cuestiones del ser humano», quién soy, qué sucede en esta vida, qué habrá después, qué es la muerte, la crueldad del ser humano, «y, sobre todo, los contrastes, desde su propia experiencia que es lo que hace que tenga imágenes poéticas muy personales».

La poesía marca la concepción que tenía de la lírica y lo que separaba uno de otra. «Para mí su arte y su poesía son dos vías completamente distintas; como artista es colorido, sutil, elevado y su poesía es bella, pero es terrible, intenta desvelar el lado amargo que está detrás de lo aparentemente hermoso; busca el contraste, por eso era como una parte que emergió en ese momento dentro de una persona con muchos conflictos internos que no era extrovertida».

Creó un lenguaje poético propio y la técnica resulta muy actual porque «no se ajusta» a una forma clásica. «No tienen una rima clara, no tiene la versificación clásica, provoca una ruptura de sintaxis, corta la frase cuando le interesa para ser más sugerente o trastoca el orden, de manera que somos capaces de entender el sentido de la frase pero al romperla aparecen nuevos significados; muchas veces no puntúa o escribe todo en mayúscula». Y otra de sus características es el uso de contradicciones, «las paradojas, el oxímoron, como buscando que aparezca su lado más terrible».

Tanto le obsesionó la poesía que incluso le dijo al poeta José Miguel Ullán que pensaba que había tenido que ver con su enfermedad, «porque le proporcionaba un alto grado de sufrimiento». El caso es que a través de sus poemas se puede conocer mejor a Sempere como persona. «A mí me ha conmovido profundamente comprender y sentir empatía con esa parte de su sufrimiento que es tan propia de un ser humano sensible que tiene una cierta altura de miras».

Los poemas han permanecido prácticamente desconocidos. Algunos de ellos, según la investigación de Irene Mira, se publicaron en la revista Guadalimar; después cinco aparecieron en Eusebio Sempere en el recuerdo, y en 1988 Fernando Soria incluyó siete en su libro Sempere. El MACA posee algunos y trece, no incluidos en las referencias anteriores, se encuentran en el Centro de Legados de la Fundación Caja Mediterráneo de Alicante. «Esperemos que pronto se puedan publicar».

¿Qué sentiría Sempere si viera sus poemas publicados? «Pues no sabemos; creo que estaría muy sorprendido, pero contento».

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