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México, Morante y sus cosas

La temporada mexicana nos ha traído la constatación de muchas de las realidades que se han fraguado a lo largo de la temporada española y alguna otra más propia del territorio azteca. Por aquellas tierras vuelve a cabalgar Andy Cartagena por segunda temporada consecutiva, y con triunfos otra vez. En cuanto al toreo a pie, el cenit, de momento, tuvo lugar el pasado miércoles, doce de diciembre, celebración de la Virgen de Guadalupe. Se anunciaban en la Monumental Plaza México reses de ocho ganaderías distintas para Morante de la Puebla, Joselito Adame, Sergio Flores y Roca Rey, y fue a la postre el torero peruano quien -una vez más- se llevó el triunfo en el esportón cortando las dos orejas al último astado del festejo.

Roca Rey viene siendo el salvador de muchos espectáculos de auténtico sopor, ya sea en Europa o en América. Su capacidad y novedad resultan tan rotundas que todavía su buen hacer consigue maquillar muchas cosas. El festejo de la conocida como Corrida Guadalupana, fue, sin cosmética posible, un despliegue de moruchos sosos y descastados. El asunto ganadero lleva varias décadas alarmando y está necesitado de un refresco de sangre urgente. Quienes más atacan a este lado del Atlántico la prodigalidad de los indultos se basan, entre otros, en el argumento de que allende el océano se llevan indultando desde los años cincuenta de forma demasiado habitual y, a la postre, no ha servido para aumentar la casta y bravura, sino para agudizar la sosería y bobaliconería.

Con ese cartel de figuras españolas y aztecas, Morante de la Puebla vino a mostrarse como en los últimos años, dueño de un primoroso concepto de naturalidad y compás que acaba perdiendo mucho de su valor por la ausencia de sensación de empuje y peligro en el animal lidiado. Si echamos un vistazo a sus temporadas postreras, sin duda esa sensación tomará naturaleza de categoría. Y no parece que sea un diestro ni ayuno de valor ni de técnica. De las faenas más rotundas que se le recuerdan, precisamente la mayoría han brillado por el dominio y el poder sobre astados que ni eran ni parecían noblotes y bobalicones. Como aquella a un Cuvillo en 2011 sobre la cenicienta arena de Bilbao, o aquellas otras de 2007 y 2009 que quedan demasiado lejos en su Sevilla.

Quizá se la haya repetido mucho al torero de la Puebla del Río la palabra «genio» para alabar su capacidad de improvisación, de ensimismamiento, de acompasado perfil, y él lo haya asimilado de una manera equivocada, llevando ese calificativo a los bordes del histrionismo, la puesta en escena pedante y la elevación de lo accesorio sobre lo fundamental. Y por otro lado, tampoco ha acertado el espada sevillano a estructurar sus temporadas de acuerdo a su idiosincrasia torera. Su negativa de anunciarse en Madrid, que antes fue racanería en el número de tardes, se contradice con el mimo y la pasión con que el público de Las Ventas le trata y le espera. Curro Romero, en un caso paralelo, lo sabía perfectamente, y nunca fue cicatero con sus dos plazas: Madrid y Sevilla. Siete y cinco puertas grandes, respectivamente. Morante, sin embargo, ha dejado pasar muchos años entre idas y venidas extrañas, autobuses pintureros y ganado «chochón» en carteles muy ad hoc. A los datos nos remitimos.

Y para colofón, sus escarceos con Vox no han redimido al torero, ni mucho menos. Desde su libertad para defender las ideas políticas que crea convenientes (faltaría más), con la ética y estética utilizadas en dicho apoyo ha puesto más a los pies de los caballos a quienes pretenden defender la fiesta alejándola de la política. La imagen decimonónica, anquilosada en el terrateniente a caballo que domina el terreno, de patilla ancha y libertades estrechas, con olor a oligarca trasnochado y cacique andaluz, no ayuda a ofrecer una representación de la tauromaquia contemporánea, moderna, de presente y futuro, y no deja de ser una metáfora que nos chirría a muchos, incluso desde la más convencida de las aficiones.

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