Ayer por la mañana llovía en Alicante, hacía frío y el cielo era de un gris triste, sucio, como avergonzado. Viendo deslizarse los hilos de agua hacia el mar no pude advertir, para mi aflicción, que entre ellos se iban también las lágrimas de un amigo que acababa de fallecer, Ezequiel Martínez. No pude imaginar, para mi pesar, que entre la huidiza y vertiginosa agua de una mañana esquiva y fugaz, como avergonzada, se iban también más de cuarenta años de vida y recuerdos compartidos. No pude advertir, para mi tristeza, que entre los surcos amargos de ese río improvisado se iban también jirones de amistad y nostalgia.

Que mi amigo Ezequiel se haya marchado para siempre un día frío, triste, gris, avergonzado, me invita a llorar su ausencia de Alicante como si se marchara para siempre una tesela irrepetible de esa Explanada que tantas veces paseamos juntos. Que mi amigo Ezequiel, mi compañero de Universidad, querido abogado, viaje para siempre acompañado de Caronte en busca de una luz que ahora no tengo, en un día frío, triste, gris y avergonzado, me sume en la nostalgia del tiempo y los recuerdos que ya no volverán. Se ha me ha ido un gran amigo, un hombre bueno; se escapan con su ausencia años de amistad que solo podrán disfrutarse compartiendo el amargo sabor de los frágiles recuerdos.

No quiero que mi buen amigo Ezequiel lo sepa. Pero no acabo de aceptar que al abrir la agenda de mi teléfono no suene su voz tras los dígitos que se esconden tras un día frío, gris, avergonzado. Llámame las veces que quieras, amigo Ezequiel. Para nosotros, en nuestra amistad, nunca hubo, nunca los habrá, días fríos, tristes, grises ni avergonzados. Amigo Ezequiel.