Es la historia de Carlos, pero es también un viaje fascinante del biznieto de un esclavo de la plantación Acosta, que desde un barrio humilde en la Habana, llega a convertirse en el primer Romeo negro en el Royal Ballet, rompiendo tabúes, y abriendo camino para los que vienen detrás. Así define la directora Iciar Bollain su última película, Yuli, que, además de la vida de Carlos, transcurre en paralelo a los últimos 40 años de vida en Cuba. Él y su familia viven como tantos cubanos varios momentos clave: la separación, cuando la familia de su madre se va al exilio en Miami, el Periodo Especial en el que entra la economía cubana tras la caída del bloque soviético y el final de la ayuda, la Crisis los Balseros?.

Yuli es el mote que le pone a Carlos Acosta su padre, Pedro. Desde pequeño, Yuli huye de cualquier forma de disciplina o educación, y es en las calles de un barrio humilde de La Habana donde lo aprenderá casi todo. Pero Pedro sabe que su hijo tiene un talento natural y le obliga a asistir a clase en la Escuela Nacional de Ballet de Cuba. Contra su voluntad y a pesar de su indisciplina inicial, Yuli termina cautivado por el mundo del baile. Ya desde la infancia empezará a forjar su leyenda como uno de los mejores bailarines de su generación, a menudo rompiendo tabús y llegando a ser el primer artista negro que hará de Romeo en el Royal Ballet de Londres, donde se labrará una carrera legendaria como primer bailarín durante diecisiete años.

«Yo tenía el reto -declaró Bollain- como directora de contar esta historia con un elemento más: el baile. Porque Yuli está contada desde el presente, desde un teatro de la Habana hoy, donde Carlos, interpretado por él mismo, está ensayando con su compañía un montaje de danza que relata su vida. Y desde ahí, la película nos traslada a a su infancia, con el niño Yuli, y a su juventud, con el poderoso bailarían en el que mas tarde se transforma. Pasado y presente, ficción y baile se mezclan a veces dentro de la misma secuencia... ». El otro gran desafío se le presenta al guionista Paul Laverty, que fue honesto con Carlos y los productores y les dijo que no estaba seguro de si podría hacer esto. «Nunca había hecho -recordó- una adaptación y el libro de Carlos, No mires atrás, había sido publicado hacía más de diez años. Estaba convencido de que necesitábamos algo más y por eso me fui a La Habana a observar a Carlos ensayar con su joven compañía durante dos semanas. Al verles tan de cerca, me cautivaron. Son algunos de los mejores bailarines del mundo, y su colaboración con Carlos es especial. Así que tuvimos una idea, ¿por qué no coreografiar parte de su vida, y que Carlos haga de sí mismo? ¡Usemos su talento en bruto! Veamos los tendones estirarse, olamos el sudor. Sin planos falseados ni actores tratando a duras penas de aprender unos cuantos pasos en dos meses. En otras palabras, capturemos la verdadera majestuosidad del baile, en toda su belleza y disciplina. No había visto algo así en un biopic y pensé que podría ser un gran reto para Icíar, quien estaba dispuesta a explorar las fronteras del género»