Amar a alguien como Francisca Aguirre no tienen ningún mérito. Es un acto reflejo que se dispara a poco que leamos su obra y conozcamos su vida. No cabe otra opción. Pasen y lean:

Imaginen a una niña que nace en Alicante en 1930 y que, al poco de venir al mundo, ha de marchar con su familia a Valencia, y más tarde a Barcelona, donde le espera una Guerra Civil. Imaginen a esa misma niña cruzando la frontera en el 39 de la mano de su padre, camino del exilio a Francia, sus días en París y un tiempo en el puerto de El Haver, esperando un barco que les lleve a América mientras la sombra acechante del nazismo cae sobre Europa. Imaginen que alguien cometió la ingenuidad de regresar a España -la España del hambre y la venganza-, y que la niña vivió con apenas doce años el encarcelamiento y el posterior asesinato de su padre en la prisión madrileña de Porlier; y con ello, el tortuoso peregrinaje (ella y sus hermanas) como hija de preso político por colegios y conventos de muy corta moral cristiana. Imaginen que en lugar de engendrar odio y resentimiento en las entrañas por una guerra y una muerte que marcaron para siempre su vida, la niña se refugiara en los libros y en la música, transformara su río de dolor en una lección de luz y de memoria viva: «Descubrir los libros -escribía Paca en 1995- ha sido uno de los pocos regalos que la vida me ha hecho. Para mí, Alicia en el país de las maravillas fue una maravilla en el país de las tinieblas. Con este libro aprendí a reírme del mundo hostil que me rodeaba».

Imaginen que esa niña tuvo grandes amigos, se casó con un poeta llamado Félix Grande y vio nacer a una hija a la que llamó Guadalupe. Publicó su primer libro en 1972 (Ítaca) y en él y en los que llegarían más tarde, puso voz al desasosiego, al desamparo, a la desolación, a la solidaridad, a la esperanza... Imaginen que su palabra, en carne viva y doliente, ante el despojamiento más inhumano, respondiera, pese a todo, con monedas de gratitud a la vida. Imaginen que esa misma palabra acabara siendo -como tanto admiró en su maestro Machado- palabra en el tiempo, memoria de un país desmemoriado, salvación personal y colectiva, conciencia y claridad en medio del caos y la ignorancia.

Imaginen que esa niña cumplió hace unos días 88 años de nada y que ayer mismo, un jurado bastante leído, le concedió el Premio Nacional de las Letras Españolas. Imaginen qué bien le habrá sentado algo así a una mujer que, como decía Albert Camus, estuvo siempre con quienes padecen la historia, no con quienes la hacen.

Imaginen lo que quieran, pero no dejen de leer cualquier de sus libros. Caerán en la cuenta de que querer a alguien así no tiene ningún mérito.