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El moderno Prometeo dos siglos después

El monstruo de la novela no es el autómata simplón de algunas adaptaciones cinematográficas

Boris Karloff como el monstruo en El doctor Frankenstein (1931).

Un joven estudiante de la Universidad de Ingolstadt crea un individuo que inicialmente es inofensivo pero termina resultando mortífero. A este último la cultura de masas del siglo XX lo transformó en un personaje entre bobalicón y asténico, protagonista de películas y series de televisión, frecuentemente asociado a una estrambótica pandilla integrada por Drácula o La Momia, con los que nada tiene en común. Ello ha tenido un doble efecto. En primer lugar, la aniquilación del simbolismo de la narración de la que procede. En segundo lugar, la percepción colectiva de que todo el mundo conoce la novela incluso sin haberla leído. A modo de reseña estas líneas tratan sucintamente sobre algunas de sus características más destacables así como sobre su relación con la época en que fue escrita. El volumen en versión original manejado ha sido el de la editorial Penguin (2012), que contiene el texto de la segunda edición (publicada en 1831).

La trama

La obra consta de tres partes, integradas respectivamente por ocho, nueve y siete capítulos y su argumento es el siguiente. El personaje de Robert Walton está embarcado en una travesía naval con el propósito de descubrir una nueva ruta de acceso al Polo Norte. Durante varios meses relata cómo va transcurriendo su expedición en una serie de cartas dirigidas a su hermana. En la cuarta misiva de la primera parte refiere un episodio crucial. Los miembros de la tripulación y él mismo han visto algo asombroso: a being which had the shape of a man, but apparently of gigantic stature, sat in the sledge, and guided the dogs ( un ser que tenía la forma de un hombre, aunque aparentemente de estatura gigantesca, estaba sentado en el trineo y guiaba a los perros; las traducciones son todas propias). Poco después encuentran a otro individuo a la deriva y lo acogen en la embarcación. Se trata de Victor Frankenstein, quien relata la historia de su vida a sus rescatadores, narración que ocupará el resto del libro. Se trata de un comienzo in medias res.

Años atrás, como estudiante de Química y de Fisiología en la ciudad alemana de Ingolstadt, afanado por realizar importantes contribuciones a esas disciplinas, Frankenstein «manufacturó» una criatura émula de un ser humano, pero ésta escapó tan pronto como desarrolló la movilidad. Al cabo del tiempo el joven científico tuvo conocimiento de que el humanoide al que había creado estaba cometiendo crímenes y, tras muy diversos avatares, decidió partir en su búsqueda para destruirlo. Es precisamente en el transcurso de dicha persecución cuando, en un estado de agotamiento y angustia, es fortuitamente acogido en un barco expedicionario y allí decide contar toda su historia. Aunque hay muchos otros episodios, esta es la trama principal.

Hay tres niveles narrativos en esta obra. Uno corresponde al relato epistolar de Walton sobre los hechos que él mismo presencia, consignados en las cartas del inicio y del final. El segundo (y el de mayor extensión textual) consiste en lo que Frankenstein en primera persona le cuenta a Walton, quien lo pone por escrito en sus misivas. En tercer lugar está la narración que el monstruo mismo hace de su propia historia durante una conversación que mantiene con su creador en un ocasional reencuentro . Un total de tres voces principales.

El recurso de perspectivismo narrativo queda patente en varios pasajes. Por ejemplo, cuando Walton refiere que ha podido contrastar la asombrosa historia con testimonios escritos de otras personas en ella involucradas. O el episodio donde el monstruo refiere su propia versión de lo acaecido y confiesa que la angustia con la que él vivió los hechos no es menor que la que afligió a su creador.

La complejidad del monstruo

El humanoide elaborado por el científico no es el autómata afásico y simplón de la mayoría de las adaptaciones cinematográficas. El lector asiste a las fases de su desarrollo, homólogas de las de un ser humano. Por imitación aprende a hablar y a escribir como unas gentes humildes a las que observa en secreto y que habitan en la cabaña situada junto al cobertizo donde se ha refugiado tras su huida. Aprende deliberadamente su lengua con el propósito de socializar, un precedente en la ficción de la idea saussureana del cariz social del lenguaje verbal. De ese modo adquiere la capacidad de articular un discurso locuaz y muy persuasivo, una persuasión de la que su propio creador advertirá y prevendrá a Robert Walton hacia el final de la historia.

También asistimos al desarrollo de su sentido ético, al menos provisionalmente. Cuando capta los padecimientos de sus vecinos decide ayudarlos realizando en secreto tareas para ellos, un episodio evocador de la noción de simpatía de los escritos de Adam Smith, de una generación anterior a la de Shelley. No obstante, fracasa en su intento de socialización porque aquéllos huyen despavoridos al verlo por primera vez. Es entonces cuando empieza a cometer asesinatos.

Los límites de la ciencia

Lo que inicialmente había motivado a Victor Frankenstein para «manufacturar» a esa criatura fue una voluntad de generar conocimientos útiles para la humanidad junto con una obsesiva búsqueda de mérito, pero en absoluto previó las consecuencias destructivas que tendría el experimento. Es en este aspecto esencial de la novela donde opera el mitema subyacente al mito griego antiguo de Prometeo, recogido principalmente por Hesíodo y de especial predicamento en la época de Shelley mediante el intertexto de Goethe, Prometheus.

Victor Frankenstein es una nueva versión de ese personaje de la mitología helena cuya voluntad de adquirir conocimientos y técnicas propias de divinidades para transmitirlas a los humanos y mejorar así sus existencias no sólo representaba en la tradición antigua un defecto de soberbia sino que además era severamente castigada. De ahí la segunda parte del título: El moderno Prometeo.

La conversación entre Frankenstein y Walton registrada en la cuarta carta de la primera parte pone de manifiesto que ambos son un alter ego mutuo. El afán científico del primero por realizar contribuciones a la fisiología es análogo al afán expedicionario del segundo por descubrir nuevas rutas de acceso al Ártico. Cuando el fisiólogo suizo detecta en su benévolo rescatador el mismo empeño por realizar descubrimientos del que él ya está trágicamente de vuelta, le advierte de los correspondientes peligros: when I reflect that you are pursuing the same course, exposing yourself to the same dangers (?) I imagine that you may deduce an apt moral from my tale ( cuando reflexiono sobre el hecho de que usted está siguiendo el mismo derrotero, exponiéndose a los mismos peligros [?] supongo que de mi relato podrá obtener una lección adecuada).

Una obra para una época

El científico cuenta su propia historia para aleccionar a Walton sobre los riesgos que conlleva el deseo de generar nuevos conocimientos: learn from me, le advierte, if not by my precepts, at least by my example ( aprende de mí, si no de mis preceptos, al menos sí mediante mi ejemplo). Este pasaje resulta particularmente ilustrativo de por qué Norton clasificó Frankenstein como un tipo de obra del periodo del Romanticismo que combina elementos góticos de terror con otros de novela didáctica y denominada novel of purpose. Dicho cariz didáctico no radica necesariamente en una condena del conocimiento y del desarrollo técnico por parte de la escritora, sino más bien en cómo expresó en clave simbólica las incertidumbres que suscitaban las revoluciones científicas, técnicas y políticas que estaban teniendo lugar en su época.

Shelley captó la idoneidad del relato prometeico para aprehender las inquietudes colectivas de su tiempo, causadas tanto por los avances extraordinarios que iban teniendo lugar en campos como la mecánica (desarrollos en transportes y maquinaria que posibilitaban la industrialización) y las ciencias empíricas (con descubrimientos notables y de gran relevancia), como por revoluciones sociopolíticas que en algunos casos tenían desenlaces imprevistos y ajenos a los ideales que las habían promovido. Mediante su magistral y original reformulación de un mito preexistente, la escritora inglesa representó alegóricamente ansiedades latentes en su contexto histórico.

Frankenstein en 2018

Dos siglos después los nuevos avances se producen en ámbitos como la biotecnología y la inteligencia artificial. Cuando los parlamentos ya legislan sobre asuntos como la clonación y hay numerosas preguntas acerca de las consecuencias específicas que tendrá la incorporación de robots en la vida cotidiana, la historia del joven científico Victor Frankenstein sobre el deseo humano de conocimiento y desarrollo técnico continúa representando de forma alegórica y simbólica inquietudes colectivas latentes. Las de este nuevo contexto histórico. La obra renueva así su vigencia; estamos ante un clásico.

Y como muchos otros clásicos este es un libro que nos habla de libros. Contiene referencias explícitas a escritos de Plutarco, Milton y Goethe, entre otros. Ahora bien, si mencionábamos al principio que la cultura popular del siglo XX desvirtuó esta novela (y los efectos persisten), otra distorsión ya había tenido lugar con anterioridad en el ámbito de la crítica literaria académica, que durante más de un siglo la mantuvo fuera del canon de literatura culta. Se le adjudicaron variopintas etiquetas infundadas y sus cualidades fueron bien ignoradas o bien minusvaloradas.

Frankenstein o El moderno Prometeo no es en modo alguno un cuento de terror vacuo y descoyuntado ni un entretenimiento para audiencias infantiles. Cuando el lector adulto acude al texto original, íntegro y sin adaptar, lo que encuentra es una obra magistral y a una genial escritora.

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