Seguro que a Manzanares no le consolará de ninguna forma, pero el festejo goyesco que se organiza desde hace catorce años en Arles supone, sin ningún tipo de dudas, un goce para los sentidos desde cualquier prisma que se mire. La plasticidad y la comunión entre la pintura y la música dotan de especial estética, aunque sea por un solo día, y abren posibilidades diferentes a un arte tan ortodoxo como la tauromaquia.

En la tarde de ayer le tocó al vanguardista Domingo Zapata, el artista mallorquín afincado en Nueva York que, además de por su estilo pop-urbano, se hizo famoso por sus relaciones con lo más granado de la Gran Manzana. A su apuesta por los guiños a la Gioconda, a los perfiles picassianos y al arte del grafiti urbano, se le sumó una banda sonora muy especial con la orquesta Chicuelo, la soprano Muriel Tomao y el coro Escandihado: desde fragmentos de la Carmen de Bizet hasta el himno de Valencia como cierre, pasando por marchas de semana santa, piezas de zarzuela y de ópera.

Y los toreros, con sus vestidos customizados en directo por Zapata, dieron cuenta de un encierro mal presentado y de diverso juego con el hierro de Victoriano del Río. Manzanares no se consolará a pesar de la puesta escena relatada porque pechó con un lote infumable. El sexto flojeó de salida, y poco más que un airoso recibo a la verónica se pudo anotar, pues tras chocar contra el burladero persiguiendo a un subalterno poco acertado, el animal quedó para el arrastre. Un espadazo redimió el sainete a espadas que había dejado el alicantino ante su primero, del que señaló de salida que lo veía reparado de la vista. Nunca se confió por el pitón derecho, y solo al natural se vieron los escasos muletazos meritorios de la tarde manzanarista. Pero sin emoción por el escaso empuje del astado. No está siendo esta una temporada fina en los sorteos, no.

La cosa se quedó, por tanto, entre dos franceses. Sus compatriotas, que casi llenaron el bello coliseo romano de la ciudad camarguesa, se habían enterado en la misma mañana de ayer de que Juan Bautista cerraba con la presente temporada su etapa como matador de toros. El torero local ha sido, sin duda, un profesional de prestigio. Lo volvió a demostrar desorejando al correoso astado que abrió festejo. El de Victoriano reponía con codicia a la batalla que le planteaba el diestro, más compuesta por el pitón derecho que al natural. Cuatro tandas surgieron con muy buen aire. La faena se alargó en demasía, quedando cierta sensación de caída en la emoción. El aviso que sonó tras la estocada desprendida en la suerte de recibir no fue óbice para que le premiaran con las dos orejas. Otra se llevó del cuarto, más asentado en la arena multicolor ante una embestida incierta que mejoró a base de temple y distancia. Varias tandas al natural con ambas manos dejaron el poso del mejor toreo de Bautista. Estocada perpendicular y caída. Oreja.

Castella no quiso quedarse atrás. Al segundo no acabó de tomarle el ritmo, a pesar de que el astado se movió, y mucho. Ante el mejor toro del encierro, el quinto, cuajó un ajustado quite por chicuelinas y un vibrante comienzo de muleta con pases cambiados, amén de las dos primeras tandas con la diestra. Luego ya hubo más desajustes, con el toro bajando el diapasón y el torero sin acabar de redondear faena. Se alargó mucho la agonía, sonaron dos avisos, y la parroquia pidió, con todo, el doble trofeo para Castella y la vuelta al ruedo para el toro. Bueno.