Un acto comercial nos permite reflexionar sobre el aprecio y reconocimiento popular que ha logrado la pintura de Emilio Varela. En reciente y caluroso día se celebró en Madrid una subasta de dieciséis oleos del pintor alicantino. Pese a ser fecha poco propicia participaron en las pujas algunos coleccionistas interesados así como anticuarios que vieron una oportunidad excepcional para prestigiar y enriquecer los fondos de sus establecimientos. Las obras subastadas, entre las que habían varias dedicadas «A Marita Masiá», son sólo parte de una colección mucho mayor que tuve ocasión de conocer hace unos cuarenta años en el domicilio madrileño de la propietaria. De aquel extraordinario conjunto no llevaron a subasta cuadros como los que pintó desde los balnearios La Alianza y Almirante, con un rico cromatismo de los reflejos de la luz en el agua, excepcionales obras impresionistas de su mejor producción. Sus afortunados poseedores al seleccionar habrán pensado como Eugenio D´Ors: «Guardemos los ejemplares valiosos, raros, brillantes, exquisitos, pongamos en valor los únicos».

Sería disparatado valorar artísticamente la obra de Varela por los precios alcanzados en esta ocasión o en otras transacciones, pero si nos sirve como indicador del creciente aprecio que sus obras merecen. En esta subasta un cuadro de tamaño medio, sumando el remate y comisiones de la sala, costó al comprador 12.100 euros, y otra obra de un interior y paisaje 7.800. Los particulares que las han adquirido las incorporarán a sus patrimonios afectivos y familiares y difícilmente se desprenderán de ellas, y las que han comprado anticuarios triplicarán los precios que han pagado cuando los cuelguen en sus establecimientos u ofrezcan a sus clientes. No debe sorprender porque cada vez es más difícil hallar buenos varelas a la venta. Era una excepcional oportunidad que los anticuarios no han desaprovechado.

Como ha ocurrido con otros grandes creadores, los precios que se pagan pasados años de su muerte nada tienen que ver con lo que obtenía el pintor al venderlos directamente, ni con las penurias económicas que en ocasiones sufrió. Una de ellas fue en 1940. Varela atravesaba momentos de desánimo. En Alicante nadie compraba pintura. Enterada de ello María Guardiola, esposa del profesor y economista Germán Bernácer, tuvo la feliz y generosa idea de habilitar una parte de su casa en Madrid como sala de exposiciones para mostrar obras del pintor amigo. Con aquel motivo Varela escribía a Germán Bernácer enviándole un recorte de La Revue Moderne des Arts de 1922 en el que se elogiaba al «pintor impresionista»: «Como Vd. desea le envío algunos datos y el recorte de una publicación francesa que se ocupó de mí [?] estoy descorazonado porque los tiempos son dificilísimos y no me ha ocurrido nunca lo que ahora con ser mis aspiraciones tan modestas. Los cuadros que hay ahí excepto el más grande de todos, un almendro solo, si le es fácil véndalos como sea, al precio que sea, por el valor de los marcos que no he pagado aún y no sé cómo salir de este apuro. Estoy trabajando en San Juan?Algunos días no tengo 0,65 pesetas que vale el billete del tranvía [?] a veces me río de lo que me está ocurriendo».

Todo lo anterior me lleva a mencionar antecedentes de actos culturales encaminados a difundir la obra del pintor y honrarle. En 1962, 1977 y 1987 la Caja de Ahorros del Sureste, con esta y sucesivas denominaciones, organizó homenajes y muestras antológicas de Varela, publicó una biografía del pintor, mostró en sus dependencias buen número de sus obras y reunió su legado documental y una importante colección de sus cuadros. Estas acciones lograron mantener y avivar la memoria del pintor y la estimación por sus obras en el entorno cercano, pero los frutos de la popularidad y justa y alta valoración artística que actualmente se le reconoce por mayorías se logró sobre todo a partir de la magna exposición celebrada en 2010 en las salas de la Lonja del Pescado y a su extraordinario catálogo, a la que sucedieron otras actividades y muestras organizadas por el Mubag como la reciente Emilio Varela. El laberinto luminoso.

Varela y su obra pictórica continúan sorprendiendo con el descubrimiento de nuevos rasgos de su personalidad y con obras inéditas. Su sencillez e introversión reflexiva y silenciosa le hicieron parecer de ánimo vacilante, apocado y temeroso, lo que limitó su proyección a mayores reconocimientos y enmascaró ante muchos su elevada inteligencia y exquisita sensibilidad humana y artística. Por convicción se refugió en su entorno cercano adoptando para sí la máxima de su amigo y admirado Gabriel Miró: «Hay que echar raíces en un rincón del mundo, y, desde él, irradiar hasta donde sea posible».

Poseedor de una conciencia creadora, su percepción estética de la ciudad de Alicante y de los valles y cumbres de Aitana, que fueron sus lugares predilectos y su paraíso emocional, los plasmó en obras pictóricas con una visión nueva, clara y honda, con proyección de infinito o eternidad.

Es sabido que fue alumno predilecto de Sorolla -quien escribió en una foto «A Varelita, que ve el color mejor que yo»- y que también fue amigo de Germán Bernácer, de Óscar Esplá, de Gabriel Miró, de Juan Vidal y de otros ilustres alicantinos, siendo más ignrada su fecunda relación con importantes creadores de las vanguardias del siglo XX entre los que figuran poetas de la Generación del 27 como Pedro Salinas y Jorge Guillén, el pintor Vázquez Díaz, el compositor Ernesto Halfter, el musicólogo Adolfo Salazar y otros intelectuales por los que fue apreciado hondamente, compartiendo con ellos muchas jornadas en Sierra Aitana. Varela concitó por parte de todos ellos un reconocimiento inusualmente unánime; tanto de los más destacados miembros de la sociedad cultural alicantina como de quienes más tarde fueron reconocidos como la vanguardia de la cultura española, una generación, con inteligencia, sensibilidad y espíritu creador que impulsaba y alentaba hacia una sociedad llamada a abrir nuevos horizontes culturales. El aprecio, la confianza y apoyo que personalidades tan destacadas mostraron hacia Varela ha quedado probado situándole en primer plano de su época.

En Varela, o más bien en la admirable y honesta sencillez de Varela, hallamos una forma íntima de trascender que podríamos calificar como espiritual. Buscó ante todo el goce íntimo en el proceso de pintar y en que sus cuadros merecieran aceptación y transmitieran emociones. Su honestidad artística llegaba a tal punto que si consideraba que su obra no era digna de reconocimiento, rechazaba incluso aquello que podía suponer para él mayor gloria. Lo prueba que habiendo recibido un importantísimo encargo por medio de Óscar Esplá, como fue la creación de dos cuadros pedidos por Jean Cassou, director del Museo de Arte Moderno de París, con destino a dicho museo, Varela rechazó la petición. Cassou conocía los tres varelas que Esplá tenía en su casa de París y quedó entusiasmado con ellos. Esta prestigiosa demanda no fue atendida por Varela porque consideraba que en aquellos momentos, ya enfermo, él no era un buen pintor. Es una clara muestra de la dignidad y conciencia de nuestro artista. ¿Cabe imaginar a otros que rechazaran la propuesta de colgar sus cuadros en el museo parisino?

El reconocimiento a nuestro pintor se logra con lentitud, morosamente, porque ha faltado y continúa faltando voluntad institucional para que su obra sea presentada en ámbitos de mayor proyección. ¿Por qué nunca se ha llevado una gran y cuidada muestra de Emilio Varela a Madrid? Si hubiese sido francés los grandes museos parisinos mostrarían orgullosos sus obras junto a otros maestros y Varela habría alcanzado fama internacional. Hasta que los organismos públicos realicen una más acertada gestión de los recursos para la cultura, hasta que con una visión más amplia que la localista de su ciudad o comunidad autónoma sean conscientes e impulsores de los valores de nuestros más destacados creadores, sólo nos cabe a los demás, como en este caso, honrar a Varela y ser propagadores del valor artístico de su obra.

Pero no decaigamos en el empeño. La pintura de Varela inunda de luminosa belleza lugares privilegiados, y con el impulso irrefrenable que poseen las obras maestras se encumbra -morosa y serenamente- hacia los amplios espacios que le corresponden en museos y en la Historia del Arte.