El calor agosteño invita poco más que a meterse en la piscina a media tarde y no salir hasta que se ponga el sol. Con lo poco que se cuida el festejo taurino de agosto, supuestamente en honor de la Patrona de Alicante, la Virgen del Remedio, parece más que los organizadores aboguen por la piscina que por el coso taurino: las localidades sucias, sin servicio de venta de almohadillas, con la cafetería a medio gas... Con un cuarto de aforo cubierto. En fin... Mucho más daño hace esa desidia que los sesenta antitaurinos que vociferaban en los alrededores.

También el ganadero, que lidió una escalera de presentación y comportamientos, en general descastados y muy poco lucidos, debe llevar su penitencia. Igual José Cruz trajo lo que le pagaron, quién sabe. Salvo el tercero, de alegre y boyante embestida, el resto no colaboró casi nada al triunfo de los novilleros, y se decantó por la mansedumbre soporífera.

El debutante Borja Ximelis se llevó a la postre el gato al agua. A ese tercero, Lancito, lo veroniqueó animoso, lo banderilleó con cierto ajuste y lo muleteó en dos primeras tandas con la derecha de buen ver en los medios. Incomprensiblemente se metió en tablas y acortó distancias, y el animal protestó. Alguien le instó a rectificar distancias y terrenos, y recuperó el tono en el tramo final. A pesar del bajonazo, se llevó un trofeo, aunque el novillo era de dos. El sexto le volteó en una chicuelina y le achuchó en banderillas, por fortuna sin herirle. Tiró de quietud y mando con la muleta para extraer algunos naturales estimables, y se mostró muy entregado, eso que se denomina «estar en novillero». Un pinchazo y una estocada dieron paso a una nueva oreja y la puerta grande.

La vuelta al ruedo que dio Toñete a la muerte del primero pareció de broma. El animalillo trastabilleó desde que salió del caballo y casi nada decente se pudo ver. Al menos, mató rápido a ese, porque al cuarto se empeñó en no descabellarlo y llegó a escuchar dos avisos. Como en el anterior, se le vio con oficio sobrado, esta vez domeñando las geniudas embestidas de Rebujín, que acabó rajándose. No se entiende que algunos (como el propio novillero) le aplaudieran la lenta agonía final. Saludó desde el tercio.

Jorge Rico no tuvo su tarde. Su primero embestía en la muleta como el toro mexicano, al ralentí, y demandaba aguante a su lento caminar. No lo vio Rico por ningún lado, llegando a escuchar un aviso. El quinto resultó muy deslucido, y pagó además una lidia muy larga. Se echó en falta cierta predisposición del joven novillero, quien al menos anduvo rápido con los aceros. Silencio en ambos.

El momento álgido, a la postre, se vivió en el tercio de banderillas del segundo, con la eficaz y templada lidia de Carlos Chicote y dos pares extraordinarios del subalterno alicantino Daniel Oliver «El Dani», que hubo de saludar junto con Antonio Olivencia una atronadora ovación. Torería.