El contrabando de tabaco es tan viejo como el Nuevo Mundo, pero hasta ahora nadie había escrito un libro, al menos en español, sobre este lucrativo negocio. El pasado mes de junio, la editorial Arcopress publicaba la primera edición de Traficantes de humo: el crimen organizado en el contrabando de tabaco, el ensayo con el que el alicantino Alejandro Riera quiere volver a ser el autor de «el primer libro en castellano sobre». Ya lo hizo en 2008 cuando publicó La Organizatsja: la mafia rusa, la mafia roja y lo repitió dos años después con La mafia china: las triadas, sociedades secretas. Ahora, con una reputación como investigador y divulgador sobre temas de crimen organizado y mafias, presenta el libro que aglutina todo lo que hay que saber sobre el pasado y el presente de la fabricación y distribución ilegal de tabaco en el mundo. Y ha sacado conclusiones potentes: «El contrabando de tabaco siempre se ha visto como un delito venial, pero el dinero acaba siempre en manos de mafias y grupos terroristas. Alrededor de un 10% del presupuesto del Estado Islámico proviene de este negocio», afirma el autor.

De aquellos polvos...

Riera recupera la estructura de sus obras anteriores e introduce al lector en la materia con varios capítulos que exponen el germen sociocultural del contrabando de tabaco. Así, se descubre que los paquetes sin el sello azul del impuesto sobre las labores del tabaco que circulan con plena libertad por Andalucía -«en esta comunidad uno de cada dos cigarrillos es de contrabando», afirma- son los antepasados de las hojas de tabaco que el marino Rodrigo de Jerez trajo consigo a la Península después de haber visto fumarlas a los indígenas de El Salvador allá por octubre de 1492. «Se trajo las hojas por su cuenta, para fumarlas en su casa. La Inquisición lo encarceló siete años porque "solo el diablo podía hacer que la gente echara humo por la boca", cuenta. Desde entonces, todas las potencias coloniales han luchado entre sí por el comercio de la planta y contra el estraperlo que mermaba los enormes impuestos que siempre han acompañado su venta. «El tabaco siempre ha llevado asociado el contrabando», sostiene el investigador y ensayista.

El texto está lleno de anécdotas que amenizan un libro que tiene alma de tesis doctoral. Riera, quien se autodefine como «rata de biblioteca», ha dedicado el primero de los dos años en que ha trabajado en Traficantes de humo a documentarse con fuentes abiertas -sentencias, informes públicos, archivos de internet y libros-, material policial y entrevistas a agentes de los Cuerpos de Seguridad del Estado y otros actores de la lucha contra el crimen organizado. Esta metodología produce ensayos que se convierten en obras de referencia, que llegan incluso a utilizarse como bibliografía -«el libro sobre la mafia china se estudia en Criminología de la Universidad de Buenos Aires»- y como apoyo en investigaciones policiales.

Así fue capaz de construir un esquema del modus operandi de la mafia china en el que se apoyaron los Mossos d'Esquadra en una operación. «Ellos están en primera línea y ven una parte, pero el análisis desde atrás te permite reunir retazos y verlo todo con perspectiva. La información está ahí, hay que unir las piezas», sostiene el autor. Con Traficantes de humo, aún en promoción, el feedback está por llegar.

Un delito menos grave

¿Cómo se ha convertido el tabaco en uno de los principales intereses de los grupos criminales? Para Riera es debido a la expansión de la seguridad internacional que produjo el 11S. «Las mafias necesitaban llamar menos la atención y el contrabando de tabaco es un delito menos grave que el de droga o armas, y además se tolera mejor socialmente. De hecho, si te pillan en España con un cargamento de menos de 15.000 euros, pierdes la mercancía y pagas una multa, pero el transportista sigue trabajando para ti», apunta.

El tabaco ilegal se ha convertido en una suerte de «plazo fijo» criminal que se sirve de la pillería generalizada -desde la del fumador que compra en quioscos, casas particulares y otros puntos de venta no oficiales por ahorrarse unos euros hasta la de las redes familiares y locales que captan la mercancía y la distribuyen por el país- que ya le quita «unos mil millones de euros anuales al Estado». Esto en España, donde el autor estima con base en diferentes estudios que el contrabando se come el 10% de un negocio que se controla férreamente desde hace siglos: en Francia, el contrabando de cigarrillos tiene el 16% del mercado y en Lituania alcanza el 28%. «Andalucía, Cataluña y el Levante son las zonas donde el tabaco ilegal tiene más presencia», señala el escritor.

El negocio ha evolucionado, y negarse como consumidor a financiar extorsiones, atentados -«las armas de uno de los tiroteos de Francia fueron compradas con dinero del clandestinaje de tabaco»- o sobornos no es tan sencillo como rechazar cajetillas sin sello. «Cada grupo tiene una especialidad. La mafia china se ha especializado en falsificar paquetes de marcas conocidas. Los rusos tienden más a instalar fábricas en polígonos industriales donde todo el mundo trabaja mucho y nadie hace preguntas para fabricar sus cajetillas. Y las mafias del norte de África trabajan normalmente los "ilícitos blancos", o cigarrillos producidos legalmente en un país que se introducen en otro para ganar dinero con la diferencia de precio», afima el investigador. Si bien el concepto «estanco» mantiene su sentido original y sigue siendo un lugar seguro donde comprar producto legal, las máquinas, los bares y las tiendas dan salida a toda la mercancía clandestina sin que muchos compradores sepan qué fuman y a quién benefician.

El libro pretende también fijar la idea de que si los cigarrillos normales son malos, los de contrabando son mucho peores. Dentro pueden contener desde «pesticidas sin control» hasta «excrementos de rata». Por fuera, simplemente financian el terror, el crimen y la corrupción. Quizá no se equivocaba mucho el Santo Oficio al relacionar el tabaco directamente con el diablo.