Cuando en los años 70 creó el personaje de Anarcoma, un detective transexual mitad Humphrey Bogart mitad Lauren Bacall, rompió los esquemas y se convirtió en un icono reivindicativo y valiente. Han pasado más de cuarenta años y su personaje sigue siendo necesario. Tanto que en el pasado festival de Angulema su obra fue nominada en la categoría de patrimonio, que premia un trabajo considerado de categoría mundial. Todo esto para presentar a Nazario, una de las grandes figuras del cómic español que hace unos años cambió las viñetas por la pintura y después las obras de arte por la literatura.

Nazario Luque (1944) tenía previsto presentar el jueves en Alicante -«tenía 20 años cuando estuve allí así que supongo que estará muy cambiada»- en unas jornadas organizadas por el Aula de Cómic y el vicerrectorado de Igualdad, Inclusión y Responsabilidad Social de la UA, su libro Sevilla y la Casita de las Pirañas, segundo volumen autobiográfico, pero la huelga de taxistas de Barcelona le impidió coger el avión a Alicante.

Icono del cómic underground, del tebeo gay, practicante del «hippismo», testigo y motor de la movida en Barcelona, inconformista, rebelde, perseguido por la policía... Todo eso, antes y también ahora. «Todo sigue siendo actual, yo sigo teniendo problemas con la censura, no con las publicaciones porque ya no dibujo, pero sí con facebook por fotografías que publico, y sigo manifestándome los días del Orgullo como la primera vez porque sigo luchando por unos derechos que todavía no son completos. No hay que bajar la guardia porque se intuye que la cosa puede ir a peor».

Dice no sentir añoranza. Quizá, porque no le dan motivos, aunque asegura que todo tuvo su momento. «La cultura underground nació en un momento determinado y bajo unas circunstancias, una dictadura que nos hacía andar por debajo de tierra para poder sacar lo que uno hacía, escribía, pintaba o dibujaba; cuando terminó la dictadura hubo una eclosión de todo y una vez que las cosas se calmaron la palabra underground ya no tiene sentido, dejó de existir; podría ser una cultura un poco marginal, pero ni siquiera la palabra contracultura tiene sentido; no se puede considerar ni underground, ni marginal, ni contracultura a un youtuber que haga las locuras que quiera hacer».

De todo eso sabe mucho Nazario, Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes en 2011, que habla de su historia en la segunda entrega de su autobiografía, Sevilla y la Casita de las Pirañas, centrada en la época de los 70 y 80, cuando se instaló en Barcelona. «En ese momento me independizo y es una especie de salida del armario porque mis amigos heterosexuales no sabían de mi vida homosexual; hablo de mis primeras experiencias homosexuales, un novio noruego que tuve cinco años, un guardia civil... sí, un guardia civil. No reconocer que un maricón es un maricón o que un negro es un negro, sin ninguna connotación racista, es absurdo».

Cuando en 1980 salió a la calle la revista El Víbora, la vida de Nazario cambió. Ahí publicó las historias de su Anarcoma y fue su ventana al mundo. Europa, Canadá, Estados Unidos, donde fue censurado. Aunque ahora, el cómic no le interesa demasiado. «No lo sigo mucho. Dejé el cómic y me puse a pintar; antes, como artista pop, veía la pintura como algo nefasto, para ricos, pero hubo un momento en que me di cuenta de que también era un camino para llegar a mucha gente y además de ganarte la vida». ¿Por qué ese giro? «Pues porque llegué a un punto de perfeccionismo con Turandot que no quería seguir; me ocurrió igual cuando en 2008 dejé de pintar y me pasé a la literatura, me llegó a aburrir el perfeccionismo».

Pese a todo lo vivido, afirma que sigue aprendiendo y que no comulga con la idea de que está de vuelta de todo. «Yo no estoy de vuelta de nada. Eso le pega a un personaje que retrato en mi libro, un artista amigo que me educó en la cultura homosexual y que decía estar al cabo de la calle de todo, pero yo me sorprendo de muchas cosas, cada día hay novedades. Hay que tener capacidad de asombro porque cuando uno deja de tener curiosidad se convierte en un fósil».

De la Barcelona en la que vive sus aventuras Anarcoma en los 70 y 80 poco queda, «igual que yo tampoco tengo nada que ver con el Nazario de los 70». Y más en estos momentos convulsos para un sevillano que vive en Barcelona desde hace casi medio siglo. «Siempre me acuerdo de una frase de Arrabal cuando le preguntaron en el País Vasco si era nacionalista y dijo que sí, que era nacionalista sin fronteras. Yo me identifico con esa respuesta porque estoy en contra de cualquier nacionalismo, sea catalán, español o de pueblo, y la situación no me gusta como esta deviniendo porque con la intransigencia la que pierde es la convivencia. Esto es como una farsa de Valle Inclán».