La Feria Taurina de San Juan ya es historia. Parece que era ayer mismo cuando trenzábamos las líneas previas con el interesante elenco de toreros que figuraban en los carteles, y ya se nos presenta hacer balance del breve pero intenso serial.

En cuanto a la asistencia de público, aquí se puede aplicar aquello del vaso medio lleno o medio vacío. Constatar que las dos tardes de las lecciones prácticas de toreo por parte de chavales de las escuelas taurinas lucieron dos medias entradas, es decir, unos diez mil espectadores en total, lo que no deja de ser una puerta abierta a la esperanza y al futuro. Luego, en los festejos de pago, el día que menos, se cubrieron dos tercios de aforo, y cuando más, tres cuartos. Por qué no se llenó la tarde del 23, con Morante y Manzanares, debe ser un dato para estudio y peso de la empresa.

En el balance artístico, más pena que gloria se llevaron Castella, Román y Cayetano, con sus matices, o Morante de la Puebla, que se fumó un puro en toda la cara de los alicantinos. Literalmente. A caballo, Hermoso de Mendoza rejoneó primorosamente, pero sin redondear.

En lo más destacable, varias han sido las puertas grandes conseguidas. Si hubiera que clasificarlas, las de Enrique Ponce y Lea Vicens pasarían por poco consistentes. Entiéndase que permitirían aquello de «es el público de Alicante». Sin restar méritos a nadie ni quitarles ni un ápice de legitimidad. La amazona francesa se llevó un trofeo de cada enemigo por lidias correctas, y a Enrique Ponce no se le puede negar su ambición y conocimiento de escenarios y públicos. «Cráneo previlegiado», en valleinclanesca sentencia.

Después situaríamos las salidas a hombros de Andy Cartagena, Diego Carretero y Roca Rey. El benidormí, en pleno espectáculo a caballo. La del peruano, por la frescura mezclada con redondez de su apuesta. Lo da todo, lo intenta todo, le sale bien casi todo. Sus faenas dejan poso de plenitud, y ese es un privilegio que tienen muy pocos. Los elegidos para mandar en el toreo, vamos. Como contraste, el buen sabor de boca que dejó el doctorando Diego Carretero, más por lo que apuntó que por lo que consumó. Mucho mérito tuvo no quedarse a la zaga de la primera figura de la ciudad viniendo casi del anonimato para el público.

Porque arriba del pódium quedaría una trilogía sensacional encabezada por Manzanares, que para eso esta es su tierra, y si no nos lapidan. Estar a la altura de Disparado, de Juan Pedro Domecq (vaya porquería de ganado que envió, salvo este), ya tuvo su mérito. Sigue siendo profeta en su tierra José Mari, y se le admiten todos los caprichos. Y junto a él, otro año más El Juli, inmenso ante el no menos bravo Mambo, de Domingo Hernández. Su faena, sin duda, la más completa y compacta de la feria, salvo por esa manía de salirse de la suerte de matar, que le dejan las espadas caídas. Aunque el toreo de más quilates, el que erizó el vello y destrozó formalismos, surgió de las muñecas de Alejandro Talavante. Sin puerta grande, pero con ventana en la memoria.

Y en el recuerdo imborrable, la reaparición de Palazón, que ha venido para volver a empezar, como bien demostró. Ojalá ahora llegue el tren definitivo al que subirse.

Y de tantos sucesos, tantos hechos noticiosos, tanto alicantinismo y valencianismo, ni una pizquita se ha plasmado en la nueva radiotelevisión valenciana, que pagamos todos. Hemos sabido que se llevó a cabo una protesta formal en el Consejo Rector del ente celebrado días atrás en Ciudad de la Luz. Pero la doctrina es negar aquello que se quiere que desaparezca, en una suerte de «luz de gas» manipuladora y malintencionada. ¿Es la televisión (y la radio, y la red) de todos los valencianos o solo de los que ellos quieren? Si los aficionados somos minoría, ¿van a defender nuestros derechos o se los van a pasar por el arco del triunfo? Mal, muy mal comienzo.