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Con la emoción de la bravura

El Juli desorejó al segundo de la tarde en una faena de alta nota - Enrique Ponce lo acompañó a hombros tras cortar dos orejas sin demasiado brillo al cuarto

El Juli disfrutó e hizo disfrutar ampliamente con su toreo de capa. álex domínguez

Cuando salta al ruedo un toro bravo de verdad, de esos que se entregan de principio a fin, que empujan con los riñones al caballo, que acuden al primer cite con ímpetu y celo, que repiten el viaje con el hocico por el suelo y con el único horizonte en su acometida de las telas, que defiende su vida, en fin, con el mayor de los ardientes arrojos, la fiesta se convierte en el acontecimiento más emocionante del mundo. Solo en esos mágicos momentos tiene sentido el sacrificio del toro bravo.

Y así, con toda esa literatura, fue de bravo Mambo, el segundo de la tarde. El Juli lo entendió a la perfección, desde el quite posterior al puyazo único en el que el de Domingo Hernández empujó de veras, por chicuelinas más cordobesinas y media con revolera de remate. Con la franela, comenzó el combate doblándose por bajo con la rodilla genuflexa, bien templado un cambio de mano. Y después, despliegue de vuelos de la muleta barriendo la arena con el hocico y los pitones de Mambo persiguiéndolos con ímpetu. «¡Que Dios te libre de un toro bravo!», sentenció Juan Belmonte a un novillerete que demandaba uno para sí. El penúltimo niño prodigio del toreo, con veinte años de alternativa siempre en primera línea, demostró el conocimiento de distancias, terrenos y toques precisos. Dos tandas con la diestra surgieron macizas, profundas, y aunque con la zocata anduvo algo más irregular, se notó poco por los rotundos remates de pecho. Volvió a apretar en otras dos series a derechas, siempre la mano muy baja y siempre el animal atendiendo al primer cite, y tres circulares de pecho ligados levantaron al público. Lástima que se le fuera el espadazo muy bajo, o más bien, una pena que se alivie tanto en el cruce de la suerte suprema, en eso que algunos llaman, con mucha guasa, el «julipié». Dos orejas redondas. Nadie se acordó de que Mambo había sido el principal argumento del éxito. Nadie...

El quinto engañó a casi todo el mundo. Empujó con violencia al piquero, y luego Julián se destapó con tres quites muy lucidos y aplaudidos: lopecinas (o zapopinas) rematadas con tres medias, faroles ligando cuatro largas de remate, y chicuelinas con tafalleras. Cuando se avistaba lío gordo y la gente gritaba «¡Juli, Juli!», el toro dijo que la muleta la iba a perseguir su tía, la vaca Rita, y se dedicó a buscarla en las tablas. Vamos, que se rajó. Y dejó la fiesta a medias. Quién sabe si quizá acusó el largo tránsito en el percal del torero de Velilla de San Antonio. Qué cosas tiene el toro...

El otro astado importante del encierro fue Guijarrito, que abrió plaza. Parecía algo atacado de quilos, y en el recibo capotero apenas se movió. Pero en cuanto sintió el hierro del piquero, le dio por empujar en un largo puyazo, llevando a caballo y caballero hasta el mismo centro del ruedo. Atronadora ovación. Luego, en el último tercio, el animal acudió con ímpetu a la muleta que le ofreció el valenciano, quien lo templó en una primera tanda bien ligada, pero que luego no acabó de redondear en las siguientes series por ese mismo lado. Tampoco al natural se vio confiado a Ponce, que incluso se vio achuchado por algunas dudas por ambos pitones. El largo trasteo, en el que llegó a escuchar el primer aviso antes de perfilarse para matar, resultó a la postre un ejemplo típico de pegapasismo galopante. Series y series que se disolvieron sin casi contenido alguno. Además, quiso lucir un feo espadazo y tardó mucho en descabellar, por lo que cayó el segundo recado presidencial. Guijarrito se llevó una merecida ovación en el arrastre.

El cuarto, Borrachito, fue el único astado que entró dos veces al caballo. Entre medias, un vistoso quite por chicuelinas de Ponce. Luego, con la muleta, el cadencioso comienzo, con dos derechazos sublimes y un cambio de mano de seda fueron a la postre lo mejor del trasteo. Las tandas por el lado derecho surgieron ligadas, aunque desiguales. En elgunos momentos se vio desbordado por el astado cuando intentó ligar los muletazos. Con la zurda se apretó menos, y no contaron tanto las irregularidades en el trasteo porque casi siempre acertó a rematar las series con buenos pases de pecho con ambas manos. Calentó al personal con tres circulares también de pecho y tres poncinas. La estocada trasera y tendida no impidió que el generoso público pidiera y consiguiera para él el doble trofeo. Se quedó, sin embargo, una sensación de faena con fisuras, sin dominio y discontinua. Con otro recado presidencial. Lo bueno, si breve... Lástima que esos aires de trascendencia del valenciano mientras recibía la última ovación en el centro del anillo no aparecieran también mientras molía a pases a Borrachito.

Y quedaba Cayetano, que bailó con la más fea. Es decir, pechó con el lote más deslucido de la tarde. A su primero lo recibió en una suerte de «cordobinas» genuflexas que resultaron lucidas. El toro cortó el aliento del público cuando, en el segundo par de banderillas, cogió feamente a Alberto Zayas. Salió el banderillero con la taleguilla desmenuzada, y pasó a la enfermería, donde se constató que la suerte había estado de su parte. El capotillo de la Santa Faz...

La faena de muleta venía sobre aviso porque Ocho-gatos se había vencido por ambos pitones en el tercio anterior. No se arredró el menor de los Rivera y le plantó cara, aunque con escaso lucimiento porque el animal no ofrecía francas embestidas. Estuvo mandón por momentos con la diestra, más tropezado con la zocata. Cuando Ocho-gatos se sintió podido, buscó escandalosamente las tablas.

A Salvaje, que cerraba la tarde y el ciclo sanjuanero, tampoco se le adivinaron excesivas virtudes. Se movió más que el anterior, ciertamente, pero nunca con la emoción y entrega necesarias para completar la propuesta de Cayetano, que lo lanceó templado en mecidas verónicas de salida. Se desquitó Alberto Zayas del percance del tercero con un gran par, y se desmonteró junto a Joselito Rus. Con la franela, las tandas se sucedieron con cierta ausencia de emoción, sin apenas conexión, aunque el torero anduvo siempre muy animoso. Salvaje acabó cantando clamorosamente la gallina y buscando el refugio en tablas, y ahí se acabó lo que se daba.

Manzanares, volteado en León

El torero alicantino recibió ayer una fea voltereta mientras toreaba al segundo de su lote en León, en un festejo en el que cortó una oreja a cada toro. Según el parte médico, el diestro presenta «hematoma subcutáneo en el tercio inferior cara posterior del muslo izquierdo. Se le aplica hielo y se le da el alta a la espera de realizar una ecografía en Alicante». Manzanares salió a hombros junto a Morantede la Puebla y Roca Rey.

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