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Entre el arrebato y el toreo

Roca Rey encendió los tendidos en el tercero mientras que Talavante puso el toreo caro en el quinto

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Hogueras 2018: Corrida de toros del 22 de junio

La suerte del sorteo, esa aparente redundancia en forma de juego lingüístico, encierra mucho de irrefutable verdad en el mundo del toro. Cuántas reses de triunfo gordo se han ido con las orejas al desolladero, y cuántos toreros se han quedado por el camino sin la posibilidad de paladear una embestida de las que encumbran...

Ayer hubo dos toros de notable colaboración para los de la seda y el oro. Sebastián Castella se los llevó en el lote por la manaña y se los dejó ir por la tarde. Y no fue por no pegar pases, no, que los molió a ambos. A Bombardito, que abrió el festejo, todavía podría estar machacándolo a derechazos y naturales. Cuánto trapaceo admitió el ejemplar carbonero de pinta. Y sin una mala mirada, que diría aquel. Y Contento, el cuarto, que manseó desde salida, pero ofreció veinticinco embestidas de lío gordo. Pues nada. La suerte del sorteo...

Y luego está la suerte de caer en gracia antes que ser gracioso. De caer de pie ante la afición, vamos. Verbigracia, Andrés Roca Rey. Sin quitarle un ápice de mérito, oiga, pero había que ver ayer cómo de receptivo estaba el público que llenaba en tres cuartos la plaza, que le jaleó desde el principio.

A favor de obra

Desde que se abrió de capote a la verónica, cargando la suerte, templado y con remate, hasta que pasaportó al toro de una estocada eficaz. Y en medio, galleo por gaoneras para llevar a Majoleta al único puyazo que recibió (como todos sus hermanos), más otro quite posterior ensamblando chicuelinas, saltilleras y revolera. Y luego, con la franela, dos pases cambiados por la espalda para comenzar, y varias tandas con la diestra de desigual remate igualmente jaleadas. No acabó de haber completo acople, pues el animal punteó varias veces la tela afeando ciertos muletazos, y tampoco acertó el peruano a romper el viaje del astado. Al natural no hubo mayor acople, pero siempre remató las tandas airosamente, sobre todo con los de pecho largos. Cerró con circulares y luquesinas. Tan entregado se le vio que no hubo peros para el público a la hora de demandar insistentemente el doble trofeo. El presidente consideró que no era para tanto premio, y solo sacó una vez el pañuelo al balconcillo, con la consiguiente bronca del respetable. «¡Oiga, que esto no es Madriz!», cuentan que le espetó cierta oronda aficionada desde la grada. Su razón llevaba.

El sexto de tanda flojeó tras darse un volantín al clavar los pitones en la arena mientras lo llevaban al caballo. A pesar del buen son y alegría en su galope, el usía no le perdonó otro resbalón, y en su lugar salió Currillo, un desaborido ejemplar que apuntó su sosería desde que saltó al ruedo. Verónicas aparentes de recibo, nueva dosis de entrega total, de pases de todos los colores, olores y sabores, desde los estatuarios iniciales hasta los circulares finales, manoletinas incluidas, todo ello adobado cada cierto tiempo de alguna «espaldina», y la oreja tenía que caer en justa correspondencia.

Pero torear, lo que se dice torear, lo llevó a cabo Alejandro Talavante ante el quinto. Novelero no era tampoco un dechado de virtudes, pero su noble embestida admitía largo trazo en los dos primeros viajes y casi en el tercero, pero a partir de ahí se apagaba sin remisión. El extremeño lo había recibido con dos faroles de capote y una serie inacabada de verónicas de buen ver. Saludó Juan José Trujillo dos buenos pares de banderillas, y entonces Alejandro se fue a los medios y le ofreció genuflexo el engaño a Novelero, que lo siguió franco. Ya erguido, surgieron dos derechazos buenos, nada comparados con los de la siguiente tanda: largos, cargando la suerte, vaciando la embestida y recogiéndola de nuevo con los vuelos de la muleta en los belfos del animal. Las bases del toreo mismo. Otros dos derechazos soberbios en la siguiente, cuando ya se vio claramente que Novelero no llegaba a ese tercer viaje sobrado, y ahí estuvo la habilidad del diestro en rematar pronto y variado. Una dosantina en esta tanda, un molinete en aquella... Con la zocata surgieron cuatro naturales en dos series cortas sencillamente extraordinarios. Otro par de derechazos con enjundia, luego manoletinas y el acero que no viajó muy certero. Una oreja con sabor a quintaesencia bergaminiana.

El segundo apenas le había permitido lucimiento. Jergoso anduvo abanto en el primer tercio, mansurrón en banderillas y llegó a la muleta aburrido, saliendo con la cara alta a la segunda tanda. En cuanto quiso bajarle la mano, el animal se derrumbó. No se dio más coba con él. Vale.

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