Son ya muchos países y ciudades que cuentan con el distintivo sello del arte urbano de Antonyo Marest y el mapa se va extendiendo a pasos agigantados. Si en 2017 el artista alicantino coronó algunos de sus mayores retos, como el patio interior de un hotel madrileño con cuatro murales de 240 metros cuadrados, o el parque de skate de 1.800 metros cuadrados en Rabat (Marruecos), este año no se ha quedado corto. Solo en los últimos meses ha desplegado su actividad por Corea del Sur, Italia, EE UU (Nueva York y Miami) o Rusia, además de haber asistido por primera vez en febrero a la feria Art Madrid con stand propio de su galería, Diwap Gallery.

El proyecto más inmediato comienza hoy mismo, en el festival Vigo Ciudad de Color, en el que imprimirá su espray y pintura plástica sobre la pared medianera de un edificio de siete plantas. También participa con algunas obras en la exposición colectiva de arte urbano Summer Show que se inaugura hoy en la galería Plastic Murs de València, en el barrio de Ruzafa, y a ello se suma que Marest tiene previsto cambiar la imagen próximamente de otros dos grandes edificios en Ciudad de México y en la isla de Taiwan.

Este artista multidisciplinar puede decorar, como ha hecho recientemente, desde un hotel, como el Ibis en el Rainbow Distric de Milán, a la terraza de una firma comercial en Seúl, una escuela en la localidad italiana de Arcugnano o la esquina de un edificio en el festival coreano GMOMA de Dongducheon.

«La mayoría de intervenciones las hago a través de festivales de arte urbano en los que me invitan a participar y suelen contactar conmigo a través de Instagram», apunta el artista alicantino, cuya obra se identifica fácilmente por el espíritu mediterráneo que destila a través de la combinación de elementos geométricos y figuras reconocibles como las palmeras o los flamencos -«que nunca pueden faltar: el flamenco como símbolo del culto al sol y la palmera, de resistencia ante cualquier tempestad», explica- rodeados de fuerte colorido.

Antonyo Marest se apoya habitualmente sobre una paleta de 18 colores, aunque ha llegado a utilizar hasta una gama de 97 azules en una de las piezas que expuso en la Lonja de Alicante.

«Este año he hecho mil cosas por distintos países y hace tiempo que esto ha dejado de ser un hobby para dedicarme de lleno a ello», apunta el artista, que acaba adaptando su arte «a la arquitectura, el espacio y las connotaciones de cada lugar en el que trabajo».

En su tierra, el Ayuntamiento de Alicante se ha interesado por su trabajo y estudia contar con él para reformar algunos rincones de la ciudad, aunque aún no se ha materializado en proyectos concretos. Marest, por su parte, tiene aún un sueño por cumplir: intervenir un faro de la provincia de Castellón, en Alcocebre, «del que me enamoré en cuanto lo vi». Ya ha presentado un proyecto y espera respuesta.