Llenazo en los tendidos de los días de relumbrón en Las Ventas. Madrid es el epicentro del toreo todo el año, pero mucho más en San Isidro, aunque sea como este, casi eterno, con 34 días seguidos de festejos. A ver qué otro espectáculo aguanta tal atragantón. Y ninguneado por el equipo municipal encabezado por Manuela Carmena. Por Alicante también sabemos de esos menosprecios.

Una lástima que los astados de Victoriano del Río no ayudaran demasiado al triunfo, sobre todo por esas cosas de la falta de casta, que es el motor de la emoción y la movilidad en el toro bravo. Así fue el lote de Manzanares, sin duda. «Azor» metía muy bien la cara desde que el alicantino lo recibió bajando mucho el capote y obligando la embestida hacia el centro del ruedo. Cinco años y once meses tenía el cornúpeta, a escasos días de no poder ser lidiado. Y nada se hubiera perdido, la verdad. A poco que Manzanares le exigió con la muleta, «Azor» decidió que la pelea no era lo suyo y se enfiló en busca de las tablas. No hubo más. En la libreta quedó anotada una tanda con la diestra de buen aire, con el empaque personal del torero de la «terreta». La estocada casi entera fue letal.

Saltó «Caminero» en quinto lugar, y también mostró ciertas calidades colocando bien la cara en los viajes al percal, aunque sin entregarse ni permitir lucimiento. Luego, con la muleta, no fue ni sí ni no, sino todo lo contrario. Iba y venía sin transmisión, y ni toro ni torero se acabaron de coger ningún aire para que aquello pudiera lucir. Sin casta no hay emoción. Y sin emoción, no hay toreo. Estoconazo algo tendido que sirvió para que las constantes protestas de cierto sectores del público no se cebaran más con Manzanares. Maleducados hay en todos los sectores de la vida, y también en la afición taurina. A estos «revientaplazas» les va la vida en importunar a los toreros que mandan.

La culminación de esas posturas radicales contra la seda y lentejuelas llegó cuando Cayetano iba a recibir una oreja pedida por mayoría tras un volapié emocionante al tercer toro. La mayoría, ya se sabe, es la mitad más uno. Como se demostró también ayer en el Congreso de los Diputados. Pero eso no evita que casi la mitad de la concurrencia puedan opinar justo lo contrario. Esperó Cayetano a coger el trofeo hasta que las palmas ganaran en decibelios a los pitos. Lo había dado todo ante un toro que a la tercera tanda buscó igual de descaradamente las tablas. El prólogo sentado en el estribo con ayudados por alto y por bajo resultó a la postre el clímax del trasteo. Luego hubo algunos pasajes meritorios, pero sin poder cuajar por la falta de emoción. El volapié justificó (¿por los pelos?) la oreja concedida.

Al sexto lo recibió a porta gayola. Qué entrega la del menor de los Rivera Ordóñez, qué torería la suya. Y qué lástima esos años perdidos que han dejado en sus formas cierta ausencia de naturalidad. Galleó por chicuelinas al paso muy airosamente, y trató de recibirlo de rodillas con la pañosa. Pero no había fondo en el astado, otro noble vacío por dentro y enamorado de las tablas del callejón. Volvió a recetar otro volapié muy vistoso. Leve petición y ovación de lujo. Sale relanzado de su única actuación venteña.

Tercer espada

Sebastián Castella venía de una emotiva puerta grande dos días atrás, de excesivo patetismo tras superar una feísima cogida que le dejó maltrecho y casi cojo. El que rompió plaza echó el freno muy pronto y apenas pudo meterse con él. Lo mató mal. Como al cuarto, con la paradoja de que este resultó el mejor de la tarde. Tenía alegría, galope y emoción en sus viajes.

No era el toro perfecto, pero brindó veinte embestidas de muchísimos quilates. Y si no se hubiera empeñado en acortar distancias y ponerse encimista, quizá una docena más. Pero erró Castella en el planteamiento desde que tomó la zurda y se dejó tocar demasiado la tela. Dos tandas con la derecha anteriores fueron lo mejor, sin duda. Pero no pareció tener claro dónde estaba, ya que Madrid no suele aceptar la lidia de distancias cortas que tanto agrada al francés. Escuchó dos avisos y todo se esfumó.