Dice mucho el hecho de que al funeral asistieran representantes de todos los partidos políticos del Ayuntamiento de Alicante y que acudieran responsables de la Diputación. También que asistiera el Cabildo al completo y tres obispos, el actual de Orihuela-Alicante, Jesús Murgui, Victorio Oliver y Rafael Palmero. Todo eso remarca el carácter y la personalidad de Antonio Vivo a lo largo de sus casi 65 años de dedicación pastoral.

Pero lo más importante, lo que más deja ver a la persona del que fuera párroco de la Iglesia de Santa María de Alicante durante 15 años y 5 más rector de la basílica cuando alcanzó este reconocimiento, está en que la Concatedral de San Nicolás se llenó. Y se llenó de feligreses, muchos, pero también de amigos, creyentes y no creyentes, practicantes o no practicantes. De diferentes clases sociales y de distintas procedencias. Ese es el resultado de su labor de calle y de su obsesión por estar cerca de la gente.

El féretro fue recibido por el Cabildo al completo y por los tres obispos que lo acompañaron hasta el altar. Allí dio comienzo la ceremonia de despedida, oficiada por el obispo Jesús Murgui que recordó su «larga travesía» y su «personalidad tan rica». El obispo repasó los años de profesor de Teología, «que muestran su faceta de hombre de estudios», y su dedicación a la Iglesia de Santa María, «proyecto en el que volcó mucho tiempo y muchas energías».

Destacó Jesús Murgui que «ha sido un personaje en esta ciudad, muy querido porque tenía un corte de cura de tertulia, de calle, cercano y cariñoso».

Cerró el oficio Antonio Verdú, párroco de la iglesia de Playa de San Juan y amigo personal de Vivo. Mencionó su labor en el barrio de las Cruces de Villena, la creación del colegio universitario en la Casa Sacerdotal y, sobre todo, «hacer presente a la iglesia en la sociedad alicantina» y «devolver a los ciudadanos la Iglesia de Santa María». Todo ello, eso sí, «entre satisfacciones y amarguras».

El funeral se cerró con la salida del féretro, que a su paso hacia la puerta de la concatedral fue despedido con un gran aplauso espontáneo de los asistentes al acto. Aplauso que se repitió cuando fue introducido en el coche fúnebre que después se dirigió al cementerio de Alicante, donde Antonio Vivo recibió sepultura.