No dudó en oficiar la misa ante sus feligreses con un casco de bombero para dejar constancia del mal estado del templo. Buscó a un grupo de universitarios y con ellos sacó siete camiones de basura del interior de la iglesia, convertida más en vertedero. Llamó a las puertas de políticos de todos los colores y a la vez no se privó de sacárselos cuando miraban para otro lado. No le dolieron prendas para criticar el silencio de la economía diocesana cuando todo el mundo se volcaba en ayudarle. Fue capaz de todo esto y de mucho más.

Antonio Vivo, artífice indiscutible de la recuperación de la Iglesia de Santa María de Alicante, hoy basílica, falleció ayer de forma repentina mientras dormía, con la tranquilidad que proporciona el trabajo bien hecho. Tenía 89 años, mucha sabiduría y tesón para luchar por lo que creía justo, aunque, afirmaba, «no acepto la edad que tengo, me quedan ganas de seguir muchos años más».

Será esta misma mañana, a las 10 horas, cuando reciba el último adiós en una misa presidida por el obispo diocesano de Orihuela-Alicante, monseñor Jesús Murgui, en la Concatedral de San Nicolás, su segunda casa y donde cada día oficiaba misa de 11. Antes, a las 9.30 horas, recibirá el féretro todo el Cabildo y lo trasladará a los pies del altar, con un canto a San Nicolás, O beate Nicolae. Después, recibirá sepultura en el cementerio de Alicante junto a sus padres, Pedro y María.

Vivo nació en la localidad murciana de Torre Pacheco en febrero de 1929, pero sentía Alicante como suya, ya que era adolescente cuando entró en el seminario de Orihuela y allí fue donde se ordenó sacerdote en 1953. Ese fue el principio de su relación con Alicante, algo que culminó en agosto de 1995 cuando fue nombrado párroco de la Iglesia de Santa María. O lo que quedaba de ella.

Eso supuso un punto de inflexión, en la vida de Antonio Vivo y también en la de los alicantinos, creyentes y no creyentes. Y es que a lo largo de 20 años, hasta 2010 como párroco y después hasta 2015 como rector de la ya erigida como basílica, su perseverancia transformó este templo al conseguir recuperarlo casi en su totalidad. Tanto el edificio como el patrimonio artístico que atesora en su interior. Y, además, logró el reconocimiento de basílica en marzo de 2007.

Cuando tomó las riendas de este templo del siglo XIII el estado de deterioro era extremo. Se puso manos a la obra y llamó a los despachos de la Generalitat, la Diputación y el Ayuntamiento. No siempre fue fácil, pero en 1997 comenzaron los trabajos de la primera fase de recuperación de este edificio. Después llegarían dos más con las que la ahora Basílica de Santa María recuperó el esplendor que, segün Vivo, lo convertía «en el edificio más importante del patrimonio alicantino». También puso en marcha la Fundación Iglesia de Santa María, capitaneada por José Luis Montes Tallón y Manuel Peláez, a través de la cual se recuperaron algunas de las piezas artísticas más valiosas del templo.

Fue un camino largo y tortuoso. Lleno de luces y sombras. De frustraciones. Pero su carácter, desde niño, era optimista, alegre y soñador. Y también infatigable, tenaz, paciente, luchador, rebelde y, sobre todo, crítico con lo que consideraba injusto. Incluso en Facebook, donde este cura era muy activo como defensor de la libertad de expresión. «Mi gran pelea ha sido que las subvenciones de la Generalitat para el patrimonio histórico se repartieran de manera equitativa entre las tres provincias», decía. Y no dudaba en afirmar que Alicante «siempre ha sido la más perjudicada, la Cenicienta de la Generalitat».

Alardeaba de que tenía muchos feligreses pero también muchos amigos. Creyentes y no creyentes. Y a estos últimos se dirigía con la misma perseverancia que a los primeros. «Por vocación he estado siempre muy cerca de los no creyentes y muy cerca de los que alegremente manifiestan que no tienen fe. Podría decir que he sido más bien párroco de los alejados, de los que no practican, de los que no vienen. He intentado hacer que la gente quiera creer contemplando la belleza del arte».

Su extensa formación intelectual le precedía. Diplomado en Humanidades Clásicas, Licenciado en Sagrada Teología y Bachiller en Derecho Canónigo por la Universidad Pontificia de Comillas, doctor en Historia por la Universidad de Alicante y diplomado en Pastoral Litúrgica por la Universidad de Salamanca. Además, profesor en las universidades de Burgos y Granada.

A ello se une una larga lista de cargos y reconocimientos, como secretario particular del obispo Pablo Barrachina, director de la Casa Sacerdotal, canónigo de la Concatedral de Alicante, presidente de la Comisión Diocesana para los Bienes Culturales, delegado para las relaciones con la Administración Civil y prelado de honor de Benedicto XVI, distinción que ostenta desde 2007. Además, participó en Roma en las ponencias del obispo Pablo Barrachina en el Concilio Vaticano II, que luego recogió en un libro.

Entre medias, pudo ser párroco de la Concatedral de San Nicolás, pero rechazó la oferta del obispo para seguir en Santa María. «Nunca me he arrepentido de haber renunciado a ese cargo; soy el hombre más feliz del mundo, la piedra me apasiona», aseguraba.

Pero su vida traspasaba los muros de su templo porque creía que ahí estaba su labor. «Me siento muy orgulloso de no haber sido un sacerdote de sacristía, siempre he pensado que la Iglesia debe estar en la calle y no encerrada entre paredes. Y si por algo me he caracterizado es por haber sido más amigo de la gente de la calle que de la curia».

«El mejor premio -aseguraba en diciembre pasado cuando vio la luz su Memoria-inventario de la Basílica de Santa María de Alicante. 1995-2010- no ha sido ser párroco o rector de Santa María, el gran premio para mí, y para la ciudad, es que Alicante tenga una concatedral y una basílica». Se va, eso sí, sin ver ejecutada la cuarta y última fase de recuperación de ese templo por el que tanto luchó.