Cuando salió el quinto, «Tristón» de nombre y de pelo jabonero barroso (por aquello de parecer su fisonomía manchada de barro), ya llevaban sus compañeros una oreja en el esportón. Poco lucimiento había encontrado Manzanares en el primero de su lote, que no entró nunca franco al percal y luego, en la franela, se mostró rebrincado y geniudo, provocando constantes tropezones y sin acabar de permitir la confianza en el torero. Contó en su contra con algunos sectores muy críticos del tendido, que intentaron reventar la faena. El apodo pesa mucho, sobre todo en Madrid. A la cuarta tanda, además, el de Cuvillo se vio podido, permitió una serie con la diestra del alicantino de mejor poso pero echó definitivamente el freno, y nada hubo más que hacer, salvo recetarle una gran estocada.

A «Tristón», sin embargo, se le vieron condiciones excelentes desde que saltó al ruedo. Lo meció con verónicas muy tersas, especialmente por el pitón izquierdo. Luego, en un quite a pies juntos, salió desequilibrado del remate tras volver a templarlo en varios viajes. Tampoco hubo brindis en este, aunque se atisbaban viajes francos del astado. Se sucedieron dos tandas con la mano derecha de buen son, aunque sin acabar de vaciar las embestidas, por lo que el tercer muletazo salía más aturullado. Los remates de pecho y un cambio de mano sobresalieron del resto. Al natural bajó el diapasón, más intermitente, y en la última con la diestra destacó un gran derechazo. Pareció, sin embargo, que todo podía haber adquirido mucha más rotundidad. Las distancias, aquello del vaciar para ligar... No falló la espada, eso no. Otra estocada rotunda que dio paso a la obtención de un trofeo que supo a poco.

Interesantísimo encierro de Núñez del Cuvillo, de los que permiten que una tarde con los tendidos llenos se despida con una sonrisa en los labios del público. Noticioso también que no molestara el viento, ese que da etimología a Las Ventas.

Había abierto la tarde Antonio Ferrera ante un toro que no se definió en los primeros tercios, pero que se deslizó suave desde que el torero extremeño se lo sacó a los medios con la pañosa. Los muletazos se sucedieron despaciosos por ambos pitones, buscando el diestro esa naturalidad tan de su nueva etapa, con una madurez que hacer parecer fácil lo difícil. Hasta manejó la mano derecha sin ayudarse de la espada. Como mató bien, se llevó el primer trofeo de la tarde. Faltó eco en los tendidos quizá por abrir la tarde, quién sabe.

El cuarto, también descompuesto en los comienzos, apenas transmitió por una falta de acometividad que provocó algunas protestas. Hubo mucho unipase porque el animal, muy noble y de suave embestida, no admitía ligazón. El metisaca feo no fue final adecuado a la tersa actuación de Ferrera.

Talavante bien pudo abrir la puerta grande de no haberse liado a pinchar al sexto. Dos tandas y media por el pitón diestro de altísimo nivel, porque este Alejandro torea con la verdad de la cintura quebrada y el pecho cimbreante. Dejó la muleta en los belfos del animal, templó, vació y ligó. El toreo. Al natural el animal ya se había venido abajo. Una lástima. Todo quedó en ovación final.

También le había cortado una oreja al tercero. Rompió las gargantas en los tendidos en un derechazo genuflexo mirando al tendido de una tanda inicial sorprendente. El astado derrotaba al final del muletazo, y Talavante trató de engancharlo y que no le enganchase. Un cambio de mano y dos ayudados por bajo surgieron rotundos. Estocada corta y tendida para rematar.